Después de un largo día, la voz de mi madre me despierta de mi sueño profundo.
—Hija despierta, tienes que comer —me dice mi madre.
Abro mis ojos, me levanto cuidadosamente de la cama.
—El señor Alejandro se preocupa por ti, me parece un buen hombre, respetable, trabajador y sabe lo que quiere —me dice mi madre.
—Madre yo…. —Le digo mientras intento decirle que estoy embarazada.
—¿Te gusta él? —Pregunta mi madre.
—Hay madre, que clase de preguntas son esas —le respondo.
—Hija, cuando escuchas el nombre Alejandro se te ilumina la cara —me dice.
—Me duele la cabeza, tengo hambre —le digo.
—ven hija bajemos a la cocina, siéntate en la mesa, que ahora eres nuestra consentida —me dice mi madre.
—Hija, yo solo te digo, que si Alejandro no fura prohibido para ti, ya le hubiera dicho que te casaras con él —me dice con una sonrisa.
—Ok —le digo mientras me levanto de mi cama, bajo mis gradas junto con mi madre.
Me siento en la mesa del comedor, observando a mis padres mientras se mueven con fluidez en la cocina. La luz cálida de la noche se filtra a través de las cortinas, bañando la sala del comedor con un resplandor dorado. La fragancia de la comida casera llena el aire, evocando recuerdos de tiempos más simples y felices.
Mi madre, con su delantal floral, se inclina sobre la estufa, removiendo una olla de sopa mientras tararea una vieja melodía. Mi padre, con su característico humor alegre, está cortando verduras en la isla central, haciendo comentarios ocasionales que hacen reír a mi madre. Los observo, sintiéndome un tanto abrumada por la mezcla de emociones que me envuelven.
—Valeria, ¿puedes poner la mesa, los manteles hija, los platos, los cubiertos, las servilletas por favor? —pregunta mi madre, lanzándome una sonrisa cálida.
—Claro, mamá —respondo, levantándome de la silla y dirigiéndome al armario para sacar los platos y cubiertos.
Mientras coloco los platos sobre la mesa, mis pensamientos vuelven una y otra vez al pequeño secreto que llevo dentro. El peso de la noticia parece hacerse más pesado con cada momento que pasa, y aunque quiero compartirlo con mis padres, el miedo a su reacción me detiene.
—Huele delicioso, mamá —digo, tratando de distraerme mientras dispongo los cubiertos.
—Gracias, cariño. Es tu sopa favorita, de pollo con fideos. Sé que te hará sentir mejor —responde ella, sirviendo generosas porciones en cada plato.
Nos sentamos a la mesa, y el ambiente se llena de un silencio cómodo mientras comenzamos a comer. Mis padres intercambian algunas palabras sobre el día, pero yo me mantengo en silencio, perdida en mis propios pensamientos. Cada cucharada de sopa parece aliviar un poco la tensión, pero la preocupación aún persiste.
—Valeria, ¿te encuentras bien? —pregunta mi padre de repente, mirándome con preocupación—. Has estado muy callada esta noche.
Levanto la vista y veo sus rostros llenos de amor y preocupación. Siento un nudo en la garganta, pero sonrío para tranquilizarlos.
—Sí, papá. Solo estoy un poco cansada —respondo, tratando de sonar convincente.
—Pero si acabas de despertar hija, se me hace que necesitas urgente un doctor, que te venga a revisar —me dice mi padre con cara de preocupación.
—No pasa nada —le digo a mi padre viéndolo fijamente.
Mis padres intercambian una mirada significativa, pero no insisten. Continúan cenando, conversando entre ellos sobre temas cotidianos. Me siento culpable por no poder compartir mi noticia con ellos, pero al mismo tiempo, sé que necesito más tiempo para reunir el valor necesario, primero salvar a mi bebé y a mí, no quiero que el padre de Alejandro nos mate no ahora.
—Valeria, ¿te gustaría un poco de helado después de la cena? —pregunta mi madre, con una sonrisa cómplice—. Tengo tu favorito, vainilla con chispas de chocolate.
La mención del helado me hace sonreír, recordándome el momento de alegría de la tarde.
—Me encantaría, mamá. Gracias —respondo, agradecida por el intento de animarme.
La cena continúa y, aunque no puedo evitar sentir la tensión interna, la calidez de la presencia de mis padres y su amor incondicional me da una sensación de consuelo. Sé que eventualmente tendré que decirles la verdad, pero por ahora, me aferro a este momento de tranquilidad y cariño familiar.
Después de la cena, ayudamos a limpiar la cocina y luego nos sentamos en la sala de estar, disfrutando del helado mientras vemos una película. Mis padres siguen bromeando y riendo, creando una atmósfera de normalidad que me resulta reconfortante. A pesar de todo, sé que no estoy sola y que, cuando llegue el momento adecuado, contaré con su apoyo incondicional.
Mientras me recuesto en el sofá, con el helado en la mano, me siento un poco más en paz. El camino por delante puede ser incierto, pero con el amor de mis padres y la esperanza de un nuevo comienzo, sé que puedo enfrentar cualquier desafío que se presente.
Después de la cena, y comerme mi helado en el sofá, me retiro a mi habitación, cerrando la puerta detrás de mí. Me dejo caer en la cama, abrazando una almohada mientras mis pensamientos giran en torno a la noticia que aún no he compartido con nadie. El temor y la ansiedad se entrelazan, y sé que necesito hablar con alguien de confianza antes de que la situación me supere.
Agarro mi teléfono y marco el número de Laura. Ella siempre ha sido mi confidente, alguien en quien puedo confiar completamente. Espero unos segundos mientras el tono de llamada suena.
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Editado: 14.06.2024