El silencio en la habitación es abrumador. Mis padres me miran, sus expresiones cambiando de sorpresa a una profunda preocupación y luego a comprensión.
—¿Embarazo? —mi madre susurra, como si no pudiera creerlo del todo.
Asiento lentamente, con lágrimas llenando mis ojos.
—Lo siento, no quería preocuparlos más —digo, mi voz quebrándose—. Solo estaba tratando de... manejarlo sola.
Mi madre se inclina y me abraza, con lágrimas corriendo por su rostro.
—Valeria, nunca estás sola. Estamos aquí para ti, siempre —dice, con una firmeza que me reconforta.
Mi padre coloca una mano en mi hombro, su expresión decidida.
—Vamos a superar esto juntos, hija. Ahora más que nunca, necesitas cuidarte y dejar que te cuidemos también.
Mientras me recuesto en la cama del hospital, con mis padres a mi lado, siento una mezcla de miedo y alivio. No sé qué depara el futuro, pero por primera vez en mucho tiempo, sé que no enfrentaré esto sola. Mis padres están conmigo, y juntos enfrentaremos este desafío, paso a paso.
—¿Doctor, pero ya identificaron el virus? —Pregunta mi madre.
—No, no sabemos el nombre es muy agresivo, esperemos que con el medicamento que aplicaremos le funcione —Añade mi madre.
—Haga algo para que mi hija no tenga ese virus— dice mi padre con voz temblorosa.
—Primero hablaremos sobre el embarazo —Dice el doctor.
A medida que el Dr. Lucas continúa explicando las precauciones necesarias y los cuidados prenatales, siento una nueva ola de náuseas. Intento respirar profundamente, pero el mareo y el malestar son cada vez más intensos.
—Voy a aplicarte un medicamento, ya vengo Valeria, trata de calmarte —me dice. El doctor se va.
—Mamá... papá... —logro murmurar antes de que el vómito me invada de nuevo.
Mis padres se alarman y llaman rápidamente a la enfermera. Intento sentarme, pero mi cuerpo se siente débil y descoordinado. La enfermera entra apresuradamente, seguida por el Dr. Lucas, quienes me ayudan a girar para evitar atragantarme.
—Valeria, intenta relajarte —dice la enfermera, sujetándome suavemente.
El Dr. Lucas revisa los monitores y noto la preocupación en su rostro.
—Valeria, tu presión está bajando. Necesitamos estabilizarte de inmediato —dice, mientras da instrucciones al personal de enfermería.
Siento cómo la habitación comienza a girar y las voces a mi alrededor se vuelven borrosas. Mi madre sostiene mi mano con fuerza, sus ojos llenos de pánico.
—Por favor, hágan algo —suplica mi padre, claramente angustiado.
—Estamos haciendo todo lo posible, señor —responde el Dr. Lucas mientras ajusta el goteo intravenoso y ordena una inyección de emergencia para estabilizar mi presión.
El pánico empieza a crecer dentro de mí. La sensación de desmayo es inminente y todo parece suceder en cámara lenta. Siento que estoy perdiendo el control de mi cuerpo. El ruido de los monitores y las voces de los médicos se entremezclan en un torbellino de confusión.
—Valeria, mantén los ojos abiertos —me dice el Dr. Lucas —. Respira profundo. Estamos aquí para ti.
Intento seguir sus instrucciones, pero todo se vuelve más borroso. La presión en mi brazo aumenta cuando inyectan algo en la línea intravenosa. Mi madre está llorando, susurrando palabras de aliento que apenas puedo escuchar.
Después de lo que parece una eternidad, la inyección comienza a surtir efecto. Mi respiración se estabiliza lentamente y el mareo disminuye. Los monitores indican una mejora en mis signos vitales.
—Está respondiendo —anuncia el Dr. Lucas , y puedo sentir el alivio en la habitación.
Mis padres me observan con preocupación, sus rostros pálidos por la reciente experiencia. Mi madre acaricia mi cabello, mientras mi padre se seca las lágrimas que había intentado contener.
—Valeria, lo siento mucho, hija —dice mi madre con voz temblorosa—. No queremos perderte.
—Debes descansar y seguir las indicaciones del médico —agrega mi padre, intentando mantener la calma—. Nada es más importante que tu salud y la del bebé.
El Dr. Lucas se acerca nuevamente, con una expresión de compasión y profesionalismo.
—Valeria, esta es una señal de que tu cuerpo está bajo un gran estrés. Necesitas reposo absoluto y una vigilancia constante. Vamos a trasladarte a una sala de cuidados intensivos para monitorear tu condición más de cerca.
Asiento débilmente, comprendiendo la gravedad de la situación. Siento el agotamiento invadirme, pero también una determinación renovada. Mis padres están conmigo, y el equipo médico está haciendo todo lo posible por mi bienestar y el del bebé.
Mientras me preparan para el traslado, cierro los ojos un momento, permitiendo que las lágrimas fluyan. No estoy sola en esto. Aunque el camino es difícil y lleno de incertidumbres, sé que tengo el apoyo y el amor de mi familia. Y con eso, tengo la fuerza para seguir adelante, un día a la vez.
La enfermera y el Dr. Lucas preparan una camilla para trasladarme a la sala de cuidados intensivos. Puedo sentir la tensión en el aire mientras mis padres observan con ansiedad cada movimiento del personal médico.
—Todo saldrá bien, hija —dice mi madre, sosteniendo mi mano con fuerza—. Estamos aquí contigo.
El trayecto hacia la nueva sala es corto, pero se siente eterno. Las luces del hospital pasan por encima de mí en un borrón mientras me empujan por los pasillos. Trato de concentrarme en respirar profundamente, sintiendo cómo el miedo se mezcla con la determinación de seguir adelante.
Al llegar a la sala de cuidados intensivos, el personal médico trabaja rápidamente para conectarme a una serie de monitores y equipos. Puedo ver los rostros serios de los médicos mientras ajustan los parámetros y revisan mis signos vitales.
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Editado: 14.06.2024