Nos abrazamos de nuevo, y sentí una paz profunda. Por fin, el amor que siempre había soñado estaba al alcance de mis manos, y Alejandro, con lágrimas de alegría, acariciaba mi vientre, sintiendo la promesa de una nueva vida y un futuro brillante juntos.
Pasamos unos momentos abrazados, sintiendo el latido de nuestros corazones sincronizándose, como si el universo mismo aprobara nuestra unión. Alejandro no dejaba de acariciar mi vientre, fascinado por la idea de los tres pequeños que pronto llegarían a nuestras vidas.
—Valeria, —dijo suavemente, —quiero que sepas que estoy aquí para ti. Para los tres trillizos, nuestros hijos para siempre. Vamos a hacer esto juntos —.
Sonreí, sintiendo una ola de amor y gratitud. —Gracias, Alejandro. Saber que estás a mi lado lo hace todo más fácil. Estoy tan emocionada por lo que nos espera —.
Alejandro me besó en la frente, un gesto de cariño que siempre me tranquilizaba. —Quiero hacer algo especial para ti, —dijo, sus ojos brillando con determinación. —Este embarazo es un milagro, y quiero que cada momento sea memorable. Vamos a planear cada detalle, desde la habitación de los bebés hasta los nombres —.
Reí, encantada por su entusiasmo. —Me encantaría eso. Ya he pensado en algunas ideas para la habitación, pero quiero que también formes parte de esas decisiones —.
Pasamos el resto del día juntos, hablando de nuestro futuro y haciendo planes. Alejandro sugirió que saliéramos a dar un paseo por los jardines de la mansión. El aire fresco y el sol cálido eran exactamente lo que necesitábamos para relajarnos y disfrutar del momento.
Mientras caminábamos de la mano, me sentí más conectada con él que nunca. —¿Sabes? Estaba tan nerviosa por decírtelo, —confesé, mirando nuestras manos entrelazadas. —Pero ahora me siento aliviada y feliz —.
—Yo también, —respondió Alejandro, apretando suavemente mi mano. —Y quiero que sepas que siempre estaré aquí para ti. Nada es más importante para mí que nuestra familia —.
Los siguientes días fueron un torbellino de actividad y emoción. Juntos empezamos a planificar la habitación de los bebés, pintando las paredes de colores suaves y eligiendo muebles cómodos y seguros. Alejandro insistió en hacerlo todo él mismo, queriendo asegurarse de que cada detalle fuera perfecto, yo ayude un poquito, la última revisión que me realizo el doctor me dijo que todo estaba bien, que los trillizos eran varones, Alejandro estaba que no cambia de a felicidad.
Al entrar en el cuarto mes de embarazo, que por cierto esos días, me parecierón eternos, empecé a notar cambios significativos en mi cuerpo. Mis pantalones favoritos ya no cerraban y mis blusas parecían encogerse. A veces, mientras me miraba en el espejo, acariciaba mi vientre y sonreía, imaginando cómo sería la vida con mi pequeño o pequeña. Los días se llenaban de sueños y expectativas, pero también de pequeñas molestias, como el constante cansancio y las náuseas que aún no terminaban de desaparecer, pero con la pastilla que me indico el doctor eso era la cura mágica.
Mi embarazo avanzaba y, aunque a veces me sentía cansada y un poco incómoda, el apoyo constante de Alejandro hacía que todo fuera soportable. Sus atenciones y cuidados eran invaluables. Me traía mis antojos a medianoche, me daba masajes en los pies cuando estaban hinchados, y siempre estaba dispuesto a escucharme y hacerme reír.
Un día, mientras descansábamos en el sofá, sentí una patadita más fuerte que las anteriores. —¡Alejandro, ven rápido! —exclamé, emocionada.
Se apresuró a mi lado y colocó sus manos sobre mi vientre. —Qué pasa? ¿Están bien? —.
—Sí, —dije riendo. —Siente esto —Justo entonces, los bebés volvieron a moverse, y Alejandro los sintió claramente.
Sus ojos se llenaron de lágrimas de felicidad. —Es increíble. Están tan activos. No puedo esperar a conocerlos, falta poco para preparar los preparativos de nuestra boda— me dice con una voz relajada.
Cada día que pasaba, nuestra emoción y amor crecía. Alejandro y yo estábamos construyendo no solo una familia, sino también una vida llena de amor y felicidad. Y en cada paso de este camino, sabía que había tomado la decisión correcta al confiar en él y compartir este hermoso viaje juntos.
El dia de la boda.
El sol brillaba con una calidez especial aquel día, como si estuviera tejiendo un manto de felicidad sobre nosotros. Mis manos temblaban ligeramente mientras caminaba hacia el altar del brazo de mi padre. Miré a Alejandro, mi ahora esposo, parado allí con una sonrisa radiante y un brillo de orgullo en sus ojos. Estaba embarazada, llevaba en mi vientre la prueba más hermosa de nuestro amor.
El murmullo de los invitados se desvaneció cuando llegamos al frente. Alejandro tomó mi mano con ternura, y supe que estábamos listos para este paso juntos, a pesar de cómo habíamos llegado hasta aquí.
—Estás hermosa —murmuró Alejandro, apenas audible por encima del susurro de la brisa y los suspiros contenidos de nuestros familiares.
—Gracias —respondí con una mezcla de emoción y nerviosismo. —No puedo creer que finalmente estemos aquí —.
Mi padre nos entregó a Alejandro con una mirada llena de amor y una ligera inclinación de cabeza. La ceremonia siguió con las palabras del celebrante, que resonaron en el aire como promesas selladas por el destino. Hubo momentos en los que apenas pude contener las lágrimas de felicidad, y sentí cómo Alejandro apretaba mi mano con fuerza, compartiendo cada uno de esos emocionantes instantes conmigo.
Después de los votos y los anillos, llegó el momento crucial: la aceptación de nuestra unión por parte de la familia buena de Alejandro. Caminamos juntos hacia ellos, sintiendo su mirada sobre nosotros, una mezcla de sorpresa, aceptación y, sobre todo, amor.
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Editado: 14.06.2024