4 años atrás.
Marisa Hofman.
—Piénsalo, Marisa.
Me repito otra vez mientras cruzo la calle.
Tener un hijo... solamente a mi me pasan estas cosas, no me imagine jamás que mi profesor de historia me iba a proponer algo tan... loco.
¿Yo embarazada? Suena tan loco, tengo apenas veinte y tanto de años, no he vivido lo suficiente pero me ofrece dinero a cambio. Me siento acorralada, quizá le diga que sí, le daré la propicia que tanto necesita.
—¿Dónde estabas? Hija.
—Con mi profesor; mamá. Estábamos en la última clase.
—Vale. ¿Quieres que te sirva de comer?
—No, gracias. Primero quiero darme un baño. ¿Lograste conseguir que acepten los papeles de la casa?
—No, cariño. Ningún banco los quiere porque disque no vale nada.
Eso me orilla a aceptar el trato de mi profesor.
Del guapísimo Khalil, ese hombre de intensos ojos azules me trae loca. Mis amigas tenían razón cuando dijeron que el nuevo profesor estaba que se comía solo.
Pero la pregunta es... ¿seré capaz de aceptar su trato? Seguramente pensó en mí porque estoy loca y no porque de verdad quiero un hijo mío.
—Ya veremos qué hacemos, mamá.
Mi preocupación es que mis papás se sientan presionados por esto.
No están muy jóvenes que digamos, así que cualquier cosa que hagan o haga ya puede afectarles.
Me tiro a la cama y veo al techo gastado. Creo que acabaré aceptando la propuesta de mi profesor, tener un hijo a cambio de que me ayude. Diciéndolo así suena horrible.
***
—¡Mamá, ayúdame!
Empezaron los dolores.
Estoy muy asustada, jamás había experimentado esto en mi vida y estoy segura que no lo volveré a sentir en lo que me resta.
Es el dolor más profundo e intenso que existe, siento que mi espalda se parte por la mitad y llega hasta mis pies.
Mi madre entra a la habitación y me ayuda a llegar al auto, le avisaré a Khalil estando en la clínica, él tiene que estar ahí para su hijo. Fue el trato que hicimos. No va a dejarme sola con un bebé recién nacido. Mi madre conduce a la clínica, la doctora está preparada para lo que se interpusiera.
—¿Hace cuánto empezaron las contracciones?
—Media hora, son seguidas.
—Bien, respira profundo y quédate tranquila.
¿Cómo me quedó tranquila?
Los dolores me están partiendo el alma.
—Mamá, llama a Khalil por favor.
Saca mi celular y marca al profesor. Me dijo que iba a estar en una junta a dos horas de aquí, no vendrá a tiempo.
—Marisa... que sorpresa— comenta divertido.
—Tu hijo ya va a nacer — escupo —Ven para acá ya mismo.
—¿Estas de coña? Faltan semanas.
—No, no faltan semanas. Él va a nacer hoy, tienes que venir porque te juro que te mato si no estas aquí.
Hay varias cosas que me preocupan y si Khalil no llega a tiempo, acabaré cometiendo una locura.
—Maldición, nena. Estoy a dos horas de la ciudad, ¿Crees que puedes esperar dos horas más?
—Pregúntale a tu hijo.
—Haré todo lo posible por estar ahí.
Se fuerte, nena. No te preocupes por nada, estaré contigo en menos de lo que piensas.
Le devuelvo el celular a mi mamá.
—Prepara la pañalera, mamá. Por favor. Quiero que cuando Khalil llegue no haya ningún inconveniente.
—Sí, hija.
Las contracciones empiezan a ser más fuertes, el dolor me está matando.
Tanta razón tenía mi madre cuando dijo que el parto es doloroso. Estoy lamentando mucho haberme metido a esto... pero no tenía más opción, carajo. Una parte de mí quería ayudar a Khalil y la otra necesitaba el dinero.
El tiempo se me queda truncado de pronto y parece que los minutos no pasan pero sí, pronto escucho el llanto del bebé, sin embargo sigo con malestar hasta que la doctora dice algo.
—Son dos — pero mi mente no es capaz de captarlo en ese momento. —Puja una vez más, Marisa.
Lo hago para acabar de una vez con esto.
El otro llanto inunda la habitación, mi madre me limpia el sudor de la frente y me sonríe.
—¡Son mellizos!
¿¡Dos!? La obstetra jamás nos dijo que iban a ser dos bebes. Khalil y yo solo teníamos en cuenta 1.
La doctora me los muestra, es verdad. No puedo creerlo. Son mellizos. Khalil pegó doble tiro.
—Felicidades, Marisa. Tus bebés están sanos y fuertes.
—Mira cariño— mamá carga a uno de ellos —. ¿Tienes el corazón de darle tus hijos a ese hombre? Marisa. Vas a renunciar a tus mellizos por dinero.
—¿Por qué piensas tú que te pedí tener lista la pañalera? Mamá.