► CANDELABROS Y UNA BODA.
Respira... no, así no, más despacio. Eso es.
Me miro en el espejo lentamente, intentando controlar mi ritmo cardiaco, midiendo mis respiraciones. Cuando acepté el casarme — o más bien, insistí —, nadie me advirtió que sería uno de los momento más difíciles de mi vida, mucho menos que los nervios me carcomerían hasta el punto de querer salir corriendo.
Bárbara se encuentra detrás de mí, colocando alfileres en partes estratégicas de mi vestido mientras su hija Noelia acicala mi velo. Es mentira decir que lo más bello de una boda es escoger el vestido, aún más vérselo puesto mientras las cientos de estilistas tiran de tu cabello y dibujan sobre tu piel. Tal vez sea el hecho de que no estoy muy acostumbrada a ser el centro de atención en cuanto a la belleza se trata y por eso mi sentido tan huraño se deja ver o tal vez sea el hecho de que aún sigo rencorosa de que Allen hubiese ganado nuestra apuesta.
— No te muevas cariño, ya casi termino — inquiere Bárbara.
Me duelen los pies, siento que he corrido un maratón completo. Suelto un suspiro y permito que ellas sigan haciendo su trabajo, es mi boda, debo de sentirme contenta con mi reflejo pero lo único que obtengo es preocupación instantánea. ¿Y si hago algo que resulta fatal? En lo últimos dos meses de planeación no he hecho más que equivocarme, iniciando por mi penosa visita a casa de Vladimir, ahora puedo entender las ganas de vomitar de Tammy la primera vez.
El espejo ovalado se burla de mí y a la vez me hace un favor, me veo bonita, inclusive con gracia como lo haría una princesa. Allen ha hecho un buen trabajo para elegir un vestido, inclusive para mí, que prefiero ir por la vida con unos jeans y camiseta de franela.
La tela cae a la medida, cubriendo cada parte de mi cuerpo como si hubiese sido hecho sólo para mí. El escote recto cubre mi pecho, permitiendo que el diminuto collar de un violín sega estando ahí. Bárbara insistió en someterme a la joyería, me mostró cientos de juegos de oro y plata que terminaron por aturdirme, al final, ella fue quien terminó perdiendo. Me niego a quitarme el collar que Allen me dio, él hasta el momento sigue conservando el que yo le obsequié.
La capa de tul con forma de rosas blancas decora mis brazos a la par, permitiendo que parte de mis hombros y clavículas estén a la vista. El tatuaje tras mi espalda está cubierto con la tela, Melissa insistió en ello, no es muy fanática de ellos.
Bárbara sujeta con un par de alfileres la cola del vestido, es lo que más me gusta, es larga, tanto que podría cubrir toda la alfombra roja que cruza el pasillo de la iglesia. Parece de sueños, como si fuese una princesa.
Me siento como una.
— ¿Ya está? — pregunto.
— Sólo espera un poco más.
No puedo evitarlo, carraspeo.
Las chicas hicieron un arduo trabajo al peinarme y maquillarme, tardaron como mínimo dos horas, nunca he sido fanática de los peinados complicados así que opté por un ligero moño.
A Allen le gustará, tal vez enloquezca, él eligió el vestido, Tammy la lencería, Jeremy los zapatos, Peal el maquillaje y yo me delimité a dar mi opinión sobre el peinado. Parece casi injusto pero al final de todo estoy conforme.
Nuevamente miro el reloj, estoy en el apartamento, en nuestra habitación, con todos los cuadros que hemos colgado alrededor de mí, haciéndome segunda para no ponerme tan nerviosa.
La primera fotografía que tenemos juntos es la más grande, frente a la cama, parecen siglos desde ese día. Emily tiene su propio espacio, estando en el buró junto a uno de mis cuadros viejos, cuando era el Torbellino de Dallas, cuando me sentía tan poderosa, tan difícil de derrotar en un escenario.
Sonrío abiertamente, Allen al final de todo consiguió su retrato, está frente a mí, enmarcado y demasiado cuidado, como si fuese la más valiosa de las artesanías, la más cotizada de las pinturas.
Neela se aleja, al fin, permitiéndome admirar la corona de flores artificiales, son blancas y de un rosa tan claro que con trabajo logras distinguirlo. Me gusta, es sencillo y ligero, no me hace ver ostentosa.
— Te ves preciosa — inquiere Bárbara al colocar el último alfiler en mi cintura.
Ambas se alejan de mí y el vestido, respiro hondo antes de girarme hacía ellas con sumo cuidado, como si con un movimiento en falso fuese a desbaratarlo por completo. Es comprensible estar nerviosa, voy a casarme.
Allen no está en casa y Emily continua siendo acicalada por Ender, quiero que ella se veía igual de bonita, incluso más, será quien lance los pétalos de flores frente a mi paso, quien me haga sentir más tranquila.
— Ya está todo listo — Bárbara sonríe, es la esposa de Henry, se ve bastante mona con su traje púrpura de sombrerillo, como si fuese una boina —. Sólo tienes que dar el sí.
Río con el nerviosismo evidente.
No sé por qué estoy temblorosa, yo fui quien insistió en casarse en dos meses, quien dio fecha y repartió las invitaciones a todas nuestras amistades. Quien eligió la iglesia — tras las insistencias de Vladimir y Melissa por no casarnos en lo civil —, los colores de la mantelería e inclusive le ayudé a Allen a elegir el smoking. ¿Por qué mis manos están sudando y todo mi cuerpo es víctima de los latidos tan acelerados? Tal vez sea porque quiero que todo sea perfecto, porque estoy ansiosa por ver a Allen en traje, junto al altar, sonriéndome mientras una broma privada sobre mí surca su mente.
— No es tan difícil, ¿verdad? — pregunto, ansiosa.
— Claro que no — contesta Neela, como si fuese algo obvio.
Asiento con la cabeza, ellas se marchan y me dejan sola frente a mi reflejo, no me reconozco, me veo mil veces mejor a otros días, casi podría jurar que robaría más de diez miradas con un solo caminar.