Emily

CAPÍTULO 3.

 

La señorita Pete se alegró de que mi rendimiento fuera aumentando con el paso de los días después de haber hablado con mi madre. No la culpaba, ella sólo quería lo mejor para mí, al igual que mamá, aun así se sintió como balde de agua fría el que me echara en cara el que parecía no desear demasiado Julliard como para alcanzar mi meta.

Mis ensayos fueron arduamente cansados y no sólo por el simple hecho de que tanto el profesor Hall como la señora Pete se pusieran más que estrictos conmigo en todos los ámbitos sino porque las miradas de Hannah no dejaban de atosigarme todo el tiempo. Sabía que ella deseaba mi lugar como protagonista de nuestra puesta en escena pero yo no era la culpable de haber obtenido el papel sino de la señorita Pete por dármelo.

Estaba nerviosa, nuestra presentación iba a ser un estelar que estaba más que segura de que iba a aparecer en el The Dallas Morning News y con ello la propuesta a Julliard. La señorita Pete había conseguido el que un promotor de la Academia de Arte y danza de Julliard viniera a ver nuestra presentación con el fin de darnos luz verde tanto a mí como a Hannah y su hermana. Debía de ensayar muy duro porque mi sueño más grande era el pisar las calles neoyorquinas y decir con orgullo que había conseguido entrar a la escuela de artes más importante en Estados Unidos.

Suspiré frente al tazón de fruta mientras mi madre preparaba mi maleta, iba a ir a clase de Pilates con ella para darle un poco de motivación con ello. En mis primeros años de bailarina la señorita Pete me recomendó el acudir a gimnasia y Pilates para moldear mi cuerpo y generar flexibilidad al igual que adquirir una attitude de toda una danzante de puntas.

— ¡Date prisa, Audri! — chilló mamá mientras sostenía su móvil entre su hombro y su oreja. Me llevé un trozo de sandía a la boca y tragué —. Madame François no tiene todo el día.

— No entiendo por qué le dices Madame si ni siquiera es francesa — inserté mi tenedor en mi ensalada y observé el cómo cogía mi maleta y la colocaba en el sofá junto a la suya —. Es sólo una estadounidense queriendo llamar la atención.

— Es una estadounidense que me va a dar clases de Pilates gratis con la condición de que bailes en la entrada de su estelar de modas — puse los ojos en blanco y limpié mi boca con la servilleta, de tan sólo recordar el que mamá había quedado con la falsa madame de que iba a participar en su desfile de mala muerte me quitaba por completo el apetito.

— Con que me has usado para tu propio beneficio — me puse de pie y tomé mi bolso de deporte, mamá cogió el suyo al igual que la enorme pelota rosada que estaba encima de la mesita de centro —. Pues entonces espero que al menos sea buena.

Llegamos a casa de Madame falsa François en menos de veinte minutos. Highland Park es un pueblo pequeño mejor conocido como el lugar de los ricos en donde cualquiera que tenga una buena posición económica es capaz de darse el lujito de visitar Forth Worth al menos una vez en su vida y ser capaz de conocer la experiencia de estar en el mejor sitio que Dallas pueda ofrecer o al menos, en mi humilde opinión. Mis padres y yo habíamos estado un par de veces ahí pero cuando yo era sólo una niña por lo cual no recordaba casi nada del viaje.

Mamá salió del Chevrolet y caminó hacia la casa de estilo victoriano con un alto portón negro, abrí la puerta de mi lado y me escabullí al lado de ella mientras el timbre dejaba escapar un sonoro din don.   Una mujer de al menos unos cuarenta y cinco años nos recibió con una expresión que no denotaba realmente alegría, miré sus ojos castaños que resplandecían por su piel pálida y el tinte pelirrojo de su cabello, ella vestía unos pantalones de yoga negros junto a un bléiser deportivo color rosa, me sorprendió por completo el que se encontrara en un perfecto acondicionamiento físico casi para llegar a la línea de fitness sí que se lo proponía, claro estaba.

— Tina, me alegro de que la puntualidad sea lo tuyo — su voz llena de recelo no me agradó en nada, supuse que ella sería Madame François. Sus ojos castaños me perforaron, estudiando cada milímetro de mi cuerpo tratando de encontrar una mínima señal de que no estaba a su altura, me mantuve firme —. Tú debes ser Audri.

— Audri Danielle Blandler, es un placer — le tendí la mano, dando a entender que mi protocolo de etiqueta estaba antes que los malos pensamientos que corroían mi mente.

Mis padres me habían educado bien, bajo un régimen en donde equivocarse de cuchara era un delito. Me agradaban los consejos de mí madre sobre la postura al igual que el uso aprensivo de la danza en eventos sociales aunque, debo admitir que lo nunca me agradó fue el hecho de que mis padres me indicaran el que debía de ser lo suficientemente sumisa como para agradarle a mi público. Mis padres estaban chapados bajo el concepto de que la religión y la buena educación marista eran el principal paso para inculcar los modales al igual que un pensamiento demasiado abnegado como para ayudar al prójimo sin recibir nada a cambio, a excepción de algunos casos como siempre decía mi madre. No se me hacía nada raro el que fuéramos a misa todos los domingos.



#4792 en Novela romántica

En el texto hay: ballet, drama, amor

Editado: 03.09.2020

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