Emily

CAPÍTULO 11.

SEGUNDA PARTE: EMILY, MI PEQUEÑA FLOR

 

Las heladas de invierno comenzaron poco después de que tomara decisión de mudarme, tenía un solo abrigo en mi pequeño ropero y para mí se sentía como una bendición el haberlo llevado conmigo. El cielo era espeso, con una suave capa de hielo que se convertía en pequeños copos de nieve de cuando en cuando, provocando el que hubiese una precipitación de niños corriendo por los jardines y las calles, lanzando proyectiles blanquizcos y construyendo muñecos de dos a cuatro bolas o simplemente, se conformaban con arrastrarse en la nieve y formar diminutos ángeles.

Corrí de manera desmesurada, empujando a todos aquellos que se encontraban estorbando a mi paso. Llegaba tarde a mi cuarta entrevista de trabajo en toda mi estadía y esperaba que ésa vez fuese la última antes de comenzar realmente con mi producción de dinero.

La entrevista iba a ser en una pequeña industria textil que apenas estaba rindiendo frutos, había visto la oferta en los apartados del periódico y me había alistado una cita. La oferta no era una maravilla pero era lo suficiente como para poder seguir pagando la habitación que había conseguido.

Mi renta era semanal y era en una de las colonias más alejadas de mi futuro trabajo, sin embargo, había sido lo suficientemente barato como para poder llevar ahí seis días y corriendo. Mi asistencia era una habitación demasiado pequeña en donde cabían sólo mi camastro individual junto con mi diminuto ropero que era lo suficiente para llenarlo con mis pocas pertenencias; la casera que me daba asilo era una mujer amable pero lo suficientemente reservada como para que nadie se metiese en sus asuntos. Vivía con otras cinco chicas, todas ellas mayores con yo y dos de ellas ya tenían hijos por lo cual, utilizaban una habitación un tanto más grande.

Los árboles se veían borrosos a mi paso y los sonidos de los autos corriendo y los cláxones sonando; los peatones andando y sus mascotas ladrando o maullando. Todo era un completo caos, sin embargo, en lo único que tenía conciencia era en el sonido de los latidos de mi corazón retumbando contra mis oídos.

Llegué a la entrada del edificio, mi cabello se había pegado a mi nuca y estaba hecho un completo desastre. Respiré hondo y empujé la puerta esmerilada de la entrada. El interior era espeluznante, me recordaba tanto a mi casa por el simple hecho de vislumbrar los pisos de mármol, las paredes blanquizcas y las arañas que pendían del techo. Todo conformaba un orden, cada cosa estaba en su lugar e inclusive, el olor del desinfectante que habían utilizado para limpiar los pisos, combinaba a la perfección con el estilo tan burócrata de la oficina, apenas y me creía que en aquélla confeccionaran bordados y todo lo referente a telares.

Me acerqué a la joven de cabellos negros que se encontraba en la recepción, tecleando con ímpetu en su ordenador y a la vez, haciendo anotaciones en su agenda que tenía a unos cuántos centímetros del teclado. Lucía serena, con el labio ligeramente fruncido y el rostro relajado pero no del todo, usaba gafas carey y vestía un uniforme de protocolo conformado por una falda de tubo azul marino

— Buenos días — dije con una sonrisa luminosa. La mujercilla que atendía hizo girar su silla y me miró con los ojos refulgentes, como si le agradase mi compañía —. ¿Sabe dónde es la oficina de la Señorita Rawson? Tengo una cita con ella, una entrevista de trabajo.

— Camina por ese pasillo hasta tocar pared —  señaló el pasadizo que se encontraba casi al lado de la puerta consecutiva a su escritorio de madera oscura con una leve xilografía en los bordes, conformada por una traviesa del mismo tono  —. Giras, segunda puerta a la derecha.

— Muchas gracias.

Asentí con la cabeza y seguí las instrucciones de la pelinegra.

Me sentía con un dolor de cabeza por los nervios y mis manos temblaban; por mi espalda corrió sudor frio y la sensación de miedo me dominó en todo el lapso de tiempo que recorrí la estancia. Al estar frente a la entrada, toqué con unos leves golpecitos que fueron suficientes para oír la voz boricua de la mujer que se encontraba del otro lado.

Tragué saliva y entré.

La sala era una pequeña copia de los lugares interrogatorios que parecían en la televisión a excepción de que en mi versión, no había la demanda del policía bueno y malo, ni tampoco estaba a una oscuridad tenebrosa; en cambio, una mujer con pequeños lentes cuadrados a la altura del puente de su nariz, con una faceta de mujer ejecutiva, me recibieron por completo.

— ¿Señorita Audri Bennett? — preguntó ella, mirándome apenas por el rabillo del ojo, asentí con la cabeza, pese a que ella no me observó —. Tome asiento por favor.



#4912 en Novela romántica

En el texto hay: ballet, drama, amor

Editado: 03.09.2020

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