Los días fueron pasando hasta que se convirtieron en semanas y con ello, mi esperanza se fue sumiendo hasta convertirse en cenizas. Sabía que el encontrar trabajo estando embarazada era casi imposible, sin embargo, no me imaginaba que mis posibilidades fueran igual a cero. Pasaba la mayoría de los días rondando calles, con el sol quemando mi rostro y la piel de mis brazos desnudos mientras mi pies no hacían más que quejarse por las largas horas de caminata sin descanso y sin comida; preguntaba en todos lados, siempre pidiendo un empleo lo suficientemente justo como para no abusar de las pocas molestias que había representado mi bebé para mí en los últimos días, pero como cada día, siempre recibía un rotundo NO por respuesta con una mirada perdida y el rostro lleno de culpa, sabía bien que ninguno de los dueños de los locales deseaban vérselas con una embarazada y la ley pero estaba al cien por ciento segura de que yo no iba a ser el caso. En un momento de mi desesperación, llegué a pensar en pisar los establecimientos del 7 – Eleven y rogarle a Ray por una vacante como mesera las horas que él deseara siempre y cuando me diera paga, sin embargo, al pensar en la mera posibilidad de toparme en algún momento con Ezra Dambers y viese mi vientre cada día más voluptuoso borró por completo la idea.
Era sábado, las calles estaban en su completo apogeo por la conmemoración del Día de Gracias; todos llevaban bolsas de papel que contenían deliciosos panes largos como bollos, enormes cajas de regalos con costosas vajillas nuevas de delicadas figuras y sin fin de contenedores de plásticos que iban desde especias hasta las más jugosas carnes de pavo ahumado.
Miré con atención el ir y venir de las mujeres que traían de la mano a sus hijos o de las múltiples familias que reían mientras cargaban en brazos la promesa de una cena llena de amor y buenos deseos que alguna vez yo tuve en casa con mis padres. Aún recordaba lo confortable que era nuestro encuentro, desde las velas encendidas en el centro de nuestra mesa cubierta por un mantel rojo sangre que había zurcido mamá ella misma. Memorizaba la jugosa carne del pavo relleno con un levísimo toque de cerveza, al igual que el puré de papas con las merluzas, la pasta al horno, la deliciosa salsa de chocolate con la fresas perfectamente acomodadas en un bol, el ponche de huevo recién hecho y una copita pequeña de vino tinto después de engullirnos en las delicias que representaba la ensalada Cesar y el pastel de carne de la abuela junto con los sinfín de Pimm´s que preparaba.
Suspiré.
Toqué mi vientre con ambas manos, percibiendo la pequeña redondez que empezaba a amenazar mi figura de bailarina, sin embargo, el lugar de molestarme, me provocó una enorme sonrisa de oreja a oreja. Mi bebé valía la pena, valía la pena aumentar mi peso, mi talla y todo lo que hiciera falta con tal de conseguir una hermosa criaturita rosada que dependería de mí por completo. No me había hecho ninguna clase de estudio desde mi repentina lactancia, sin embargo, estaba segura de que mi bebé estaba bien, tenía que estarlo.
Me pregunté por un minuto qué tanto afectaría mi falta de cuidado ante mi embarazo en un futuro, es decir, apenas y tenía lo suficiente para comer lo que llenase mi apetito pero eso no significaba el que fuese lo más sano posible. El poco dinero que tenía debajo de mi cama se estaba convirtiendo en un mísero sueño, entre pagar cada día de renta hasta mi consumo alimenticio que se basaba en comida enlatada y sopas instantáneas. Ninguna de las chicas en la residencia sabía que estaba embarazada y mucho menos el que estaba pasando por la mayor crisis existencial que había tenido en mi vida, no había mencionado nada no por la evidente pregunta que me haría (¿Quién es el padre?) sino porque sabía perfectamente el que eso alteraría por completo las cosas con ellas, empezarían a hacerme favores innecesarios, incluso, comenzarían a darme aún más de lo que ya me daban sin que pusiera un solo centavo y a ciencia cierta, ello me provocaba un rubor que drenaba todo mi cuerpo.
Dejé caer la cabeza en el respaldo de la banqueta, permitiéndome relajarme tan sólo un pequeño minuto antes de continuar con mi marcha y con mi vida que no hacía más que recordarme que sólo era cuestión de tiempo para convertirme en madre, para iniciar a cuidar no sólo de mí misma sino de ese pequeño ser que se convertiría en mi mundo. No sabía si era niña o niño, sin embargo, estaba más que segura el que lo cuidaría más que a nada en el mundo, inclusive si eso significaba el arriesgarme hasta el punto de perder la vida. Eso sonaba demasiado drástico, pero era la verdad.
Me puse de pie con la poca energía que me quedaba y caminé hacía la nada, University Park era un lugar hermoso, lleno de vida y con aires de tranquilidad y paz que era bastante difícil el creer que uno de los sicarios más buscados de toda Dallas se encontrase vagando por las calles sin algún tipo de miedo porque lo encontrasen.
Metí mis manos a los bolsillos de mi sudadera y me protegí del frío haciéndome cada vez más pequeñita mientras retraía mis músculos. La tarde era helada, con pequeños copos de nieve cayendo de cuando en cuando sin llegar a dejar una ferviente capa blanquizca en el suelo o en los árboles que apenas y tenían unas cuántas hojas en sus ramas negruzcas. Mi época favorita del año era el invierno, sin embargo, una parte de mí se sentía completamente triste, iba a ser la primer Cena de Acción de Gracias que iba a pasar sola, cada una de mis compañeras tenía una vida fuera de la residencia, todas ella tenían alguien a quien visitar y con quién pasar un día festivo como lo representaba ese día, todas tenían familia y les esperaba una cena caliente con deliciosos manjares y sinfines de abrazos.