Adrien resultó ser aún más amable que aquella faceta de chico bueno/malo que podía cambiar radicalmente de un segundo a otro. En un momento era como todo chico de su edad: sociable, divertido, medianamente egocéntrico y con una facilidad de caer de maravilla con una simple sonrisa y en otro, era la clase de chico con la que no tienes un solo problema si eres lo suficiente sensato para acatar la orden de “peligro” que viene integrada con su aspecto.
Mi madre había simpatizado con él hasta el punto de adentrarlo a casa cada vez que preparábamos la cena. Era demasiado extraño el mirarle frente a mí, compartiendo la mesa junto a mi madre quien, de alguna manera, se había ideado una historia de amor con Adrien en su cabeza en la que, curiosamente, yo era protagonista.
Ya la miraba con su bolígrafo en mano realizando los más empalagosos manuscritos en escenarios romanticones como bailes de salón, princesa y príncipes de la época medieval o simplemente un par de colegiales que apenas van descubriendo el amor.
Habían pasado sólo tres días desde que mi madre le conoció y ya era un hijo predilecto para ella. No sabía si había influido la facilidad que tenía por querer a otro o por el hecho de que, de alguna manera, me contagiaba su diversión al contarme sus planes de una futura cita.
Yo no estaba para juegos con Adrien pero no negaba que, incluso por más seria que fuese mi situación, necesitaba una que otra bromita pesada para olvidar un momento mi depresión.
Sin embargo, por más dulce y amable que fuese Adrien, no podía sacar ese desengaño al verle cada mañana completamente solo.
Allen no había vuelto y aunque había sido mi culpa, no podía evitar mostrarme afligida cada vez que espiaba por la ventana de mi habitación en busca de dos chicos. Siempre era uno, sólo uno y no era exactamente el que quería ver.
¿Por qué aún tenía esos sentimientos por él cuando era obvio que no sólo él si no yo lo habíamos echado todo por la borda? Tal vez aún no me hacía la idea de verle como alguien indiferente o simplemente, tal vez no quería reconocer aún que, pese a ese dolor en mi corazón, el recelo y la rabia, le seguía queriendo como siempre.
— He pensado que deberíamos ir a buscarle — murmuré.
Adrien me miró un segundo como si estuviera loca, él no era un hombre demasiado paciente y mis constantes insistencias porque pusiese a todo un equipo de policías a mi merced solían dejarle un trémulo dolor de cabeza.
Soltó un largo suspiro antes de tomar asiento a mi lado, intentando meditar conmigo mientras me acurrucaba cada vez en mi propio abrazo a mis rodillas. Mi madre parecía igualmente atenta a mis acciones, desde que había descubierto las constantes quemaduras en mi cuello a causa del agua hirviendo de la ducha no me dejaba sola en ningún momento.
— ¿Tienes alguna idea de dónde buscar? — abrí la boca sorprendida ante su pregunta, era la primera vez que atendía una de mis sugerencias sin decir “Sería demasiado riesgoso”.
— El bar 7 – Eleven — evité el mirar a mi madre al confesar una más de mis mentiras —. Ahí nos veíamos todos los viernes en la noche, dos de mis amigas trabajaban para él en ese mismo bar, es probable que, si las encontramos a ellas encontremos a Ezra.
— Exactamente… ¿En qué trabajaban?
— ¿Importa? — me puse de pie tal resorte, tomé mi teléfono de la mesita de centro y miré a ambos —. Debemos ir, no puedo esperar más para verle la cara, necesito ver a mi hija.
Caminé hacía la entrada, escuchando los fuertes latidos de mi corazón ante la euforia de poder hacer algo. Los días anteriores Adrien me había detenido en todos aquellos intentos por escapar de casa, me había sentido como un animal enjaulado cuando era consciente de que, literalmente, dañaban a mis crías.
Abrí la puerta de un tirón, Adrien la cerró nuevamente, provocando el que le mirase enojada. ¿A caso no entendía mi desesperación por hacer algo? Necesitaba el obtener resultados, descartar cosas, hablar con Ezra… ¡Necesitaba todo! Estaba dispuesta a hacer lo que fuera por recuperarla, tenerla nuevamente entre mis brazos y asegurarme de que nadie la volviera a alejar de mi lado.
— Apartarte Adrien — inicié, enfurecida —. Necesito ir a hablar con ese idiota y exigirle que me devuelva a mi hija.
— Puede ser peligroso — murmuró. Su peso aún seguía recargado a la puerta y su cuerpo inclinado levemente hacía el mío, provocando el que su aura poderosa oprimiera a la mía. ¿Cuándo iba a poder rebelarme ante la mirada de todos los hombres que conocía?