Emma: Escuela de Magia (crónicas de la Maga Silenciosa #1).

Capítulo 21: "Un poco sobre aquella noche".

Capítulo 21: "Un poco sobre aquella noche".

Dos días eran poco tiempo, pero sin embargo era el suficiente para que su nueva habitación comenzara a parecerle familiar. No es que hubiera estado las 48 horas allí encerrada, que va, pero como eran vacaciones, quizá sí había pasado más tiempo del que pasaba en su antiguo dormitorio en La Residencia. Dos días también habían sido suficiente para que todo el grupo de amigos de primero se hubiera puesto al corriente de cómo se encontraban en sus nuevas familias, y cómo funcionaban las cosas allí.

Lo cierto es que habían sido dos días demasiado tranquilos. El grupo de siempre no se había reunido mucho, a decir verdad, pues cada uno se estaba aclimatando a las nuevas condiciones, y por otra parte, el frío del exterior quitaba bastante las ganas de salir de las calientes y acogedoras casas familiares. Porque lo cierto es que el tiempo había cambiado definitiva y drásticamente: había llegado de lleno el invierno. El Culto a la Nieve abría sus puertas de una vez por todas, y del cielo, continuamente grisáceo, caían sin cansancio, infatigables, una y otra vez, grandes copos de nieve.

Nevaba, y hacía frío, mucho frío. Así que no, no eran muchas las ganas de salir del arropado interior hacia el viento helador. Pero eran vacaciones, y habría sido un desperdicio pasarlas enteras en el cuarto sin salir nunca, por lo que, pese a lo que le gritaba su piel de gallina, Emma decidió que ese día haría algo productivo. Cogió su abrigo más caliente, ese que estaba forrado en el interior con piel falsa, y su conjunto de guantes, gorro y bufanda. Y salió de las casa de la Familia Aeria, entregándose al la cortante borrasca como quien se entrega a los brazos de un antiguo amante.

En ese mismo momento, el frío impactó contra su rostro, congelándole cada mínima célula que lo componía, pero, aunque le cortó la respiración por un instante del brusco cambio, en realidad no le importó demasiado. Es más, incluso llegó a agradecerlo, pues hizo camuflar, por unos segundos, la constante opresión que sentía en el pecho, y que impedía que el aire llegara a entrar o salir en determinadas situaciones.

Caminó como pudo entre las ventiscas de nieve por el Valle Soliazul, coronado de escarcha y copos derretidos, hasta llegar, tras un profundo esfuerzo, a la puerta trasera de la escuela que se encontraba más cerca. Una vez cerró esta tras de sí, la invisible fuerza sobrenatural que hacía resistencia contra su avance cesó de pronto, y tuvo que controlar bien el equilibrio para no ser impulsada y balanceada hacia su lado derecho. Se sacudió como pudo, tratando de echar lo menos posible de nieve en el limpio e impecable suelo y comenzó a quitarse capas, empezando por el gorro, la bufanda y los guantes. Y finalmente se sacó la capa, la cual, tras intentar secarla con uno de los muchos hechizos que conocía contra la humedad, se colocó sobre el antebrazo que tenía libre. Un escalofrío agradable por el repentino calor le recorrió el cuerpo, haciendo desaparecer de pronto su carne de gallina. 

 

Al llegar al Ático de Eythera, el ambiente pareció cambiar considerablemente. Aunque la escuela entera se llenaba de gente, porque era sin duda el lugar más cálido de todos, en aquella sala común para las diferentes familias se podía notar una sensación diferente. Quizá fueran las risas poco disimuladas de algunos grupos, el sonido del pasar de las hojas de un libro, o el producido por las llamas del fuego encendido de la chimenea, ligero y crujiente; o tal vez fuese la voz de Leyla, que Emma pudo apreciar por encima de todas las demás, pero la estancia se notaba alegre, relajada, acogedora y con buenas vibraciones. Así que, no arrepintiéndose para nada de su decisión de abandonar su tranquilo cuarto, caminó hacia el grupo de sillones donde yacían acomodados sus amigos. Parecían estar muy metidos en una conversación, en una historia que Leyla debía contar. Emma se sentó con ellos saludando ligeramente, para no distraerlos.

-Y así fue como los magos blancos ganaron la Tercera Guerra mágica. -explicaba la pelirroja-. Si no fuera por tener a Penélope Zinc de su lado, la interminable disputa con los magos negros habría continuado, y quién sabe, puede que el resultado hubiera sido muy diferente.

Arthur la miraba intrigado.

-¿Pero que tenía esa mujer que le hacía tan especial? -preguntó, confuso.

Leyla sonrió satisfecha por haber captado tanto su atención, y alzó la cabeza, altiva.

-Era tan especial, porque ella poseía algo que nadie más poseía.- aseguró-. Algo que hizo que tantos magos negros llegaran a desaparecer. Conocía una runa con la que había nacido gravada en su piel.

-La runa blanca.- asintió Timmy, conocedor de la historia-. Solo hay una persona a la vez en el mundo que pueda llegar a conocerla, y esa era Penélope. En mi opinión, fue una medida demasiado drástica para acabar con la guerra, porque dejó la magia negra tan debilitada que los silenciosos casi desaparecen de la faz del globo.

-Medidas desesperadas para tiempos desesperados, supongo. -comentó Doyle-. Pero la magia negra y la magia blanca tienden a equilibrarse, y una no puede existir sin la otra. Eso fue lo que acabó con la vida de Penélope.



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En el texto hay: secretos, aventura, amor

Editado: 15.07.2020

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