Era domingo por la mañana y aún no conciliaba el sueño, por suerte a los ángeles e incluso a los caídos, no se nos formaban ojeras, era el mismo caso con las imperfecciones.
Pero dormir era lo que menos me preocupaba.
Me encontraba sentada en el suelo con unas pesadas lágrimas escurriendo por mis mejillas, en una mano sostenía el brazalete que me había obsequiado Jared, y en la otra sostenía la pluma de Steve que había caído desde el cielo en mis manos.
No sabía qué hacer. Estar con Jared no era correcto pero Steve ya me había desechado cual basura.
Entonces, yo no podía estar con Jared porque era un mortal, pero tampoco podía estar con Steve porque él estaba en un lugar que ahora era inalcanzable para mí.
Que injusta era la vida.
O esa era la razón que yo quería aceptar...
La idea de que Steve me hubiera engañado y me hubiera olvidado tan rápido pasara por mi cabeza, me hería emocionalmente, puede que los ángeles sean fríos y todo eso, pero teníamos nuestro corazón.
Sorbí mi nariz y sequé mis lágrimas bruscamente.
No tenía por qué llorar cuando Steve se regocijaba con su nueva pareja. No.
¿Qué paso con la Emma fuerte que arriesgó su vida con tal de salvar a su hermano?
Si me rendía ahora y mostraba mi debilidad, le pondría a Milton su victoria en bandeja de plata.
Y eso era lo que menos quería. No le daría esa satisfacción de saber que ganó.
Porque Milton no solo era respetado por su gran poder, sino que también por ser el más cruel en castigar a los que caían e infringían las supuestas leyes que él sigue al pie de la letra con puntos y comas.
Pero no, conmigo sería muy diferente.
Le haría ver que expulsarme al mundo de los mortales no era un castigo sino un favor.
Había conocido a una familia excelente que me demostraba más cariño que todos esos hipócritas de allá arriba que se hacían llamar familia entre todos, tal vez podría encontrar a mi progenitor e incluso a mi madre, y ¿quién sabe?, tal vez hasta encontraría al amor de mi vida.
Guardé todo en el cajón y cambié mi pijama por un hermoso vestido que dejaba al descubierto mi espalda y no tenía tirantes ni mangas. Era de color rojo guinda de fondo y tenía una tela mucho más delgada con detalles de flores color plata y negro que dejaba lucir el bonito color de fondo, también lo complementaba un listón negro que rodeaba la cintura.
Dejé mi negro y largo cabello suelto, debería aclarar que nunca dejaba mi pelo suelto por miedo a ser identificada por mi larga melena e incluso el tinte no lo disimulaba.
Bajé las escaleras decidida a salir al mismo bosque donde empecé mi actual vida.
Antes de poder llegar a la puerta me topé con Aine que llevaba unas copas en su mano.
— Emma. — me miró sorprendida al observar que estaba decidida a salir.
— Hola, Aine. — moví mis dedos incomoda.
— ¿Vas a salir? — asentí y ella miró su reloj. — Pero Emma, es tempranísimo para que salgas tan... — lo pensó un poco. — arreglada. — soltó al final.
— La verdad es que no iré a un lugar fijo. — me apoyé en una pierna mientras me apoyaba en el marco del recibidor. —Iré a mi lugar.
Dije sin darle más explicación y finalmente salir por la puerta de la casa sin cerrar tras de mí como acostumbraba a hacer, con toda la intención de que Aine entendiera sin necesidad de explicaciones.
Por fin extendí mis alas sintiendo el alivio que me provocaba estar completamente como en realidad era.
Sin más espera, me alcé en vuelo hacia el bosque dejando a Aine en la puerta.
(...)
Llegué bajando estruendosamente, provocando un fuerte ruido al aterrizar.
Miré al cielo y éste empezó a llover un poco. Mis ojos se entrecerraban evitando que las gotas entraran a mis ojos.
— ¡Milton! — grité lo más fuerte que dio mi garganta.
Esperé su respuesta con algún movimiento, aunque fuera el más mínimo, por esa razón tenía mis sentidos alerta.
— Milton. — grité de nuevo llamándolo. — Necesito hablar contigo. — grité de nuevo.
Y como si el cielo fuera el único que respondía a mi llamado, comenzó a llover con más intensidad.