Emma, la caída de un ángel

Capítulo 20

Algo molestaba mi espalda, me ardía, pero no tanto como para quejarme del calor que provenía de ahí.

Desperté lentamente tratando de enfocar mis ojos a la oscuridad y distinguir las siluetas que se formaban a mí alrededor.

Nada. No veía absolutamente nada.

Me sentía encerrada en una caja, puesto que el aire me faltaba, casi no me cabía duda.

A la falta de aire y el calor que radiaba de mi espalda, empecé a sofocarme.

Jadeaba tratando de que mis pulmones tomaran lo que les pertenecía, pero era realmente asfixiador.

Me movía cual lombriz dentro de (ya no me faltaba prueba) la caja en la que estaba dentro.

— Ya es suficiente. — dijeron fuera de ésta. — Deja que respire un poco.

La luz me cegó de inmediato, pero mis pulmones se aferraron a todo el aire que podían contener.

— ¿Dónde estoy? — pregunté al ver a dos personas con máscaras en sus rostros. — ¿Es una broma? — me reí. — ¿Se supone que me tienes que dar miedo con una máscara de conejo?

— Era la mejor que había. — se quejó un tipo alto con la máscara de conejo.

— Deja de hablar estúpido. — dijo el que tenía una de pato. — Milton no nos paga para esto.

— Ni siquiera nos pagó, nos amenazó. — dijo el conejo.

— ¡Ya cállate! — le gritó el pato. — Mejor ve a ver si Milton llegó.

— ¡Uy! — le dije mirando al tipo. — Que mal genio.

— ¡Cállate tú también! — me gritó alzando su mano y azotándola en mi mejilla.

Un líquido corrió a mi boca.

¿Qué mierda? Era... ¿sangre?


¡Era sangre!

— Una vez que salga de esta maldita soga. — lo miré fulminantemente. — Haré que mueras de la peor manera que puedas imaginar, ¡A una mujer no se le toca, imbécil!

— Vaya, Emma. — rió Milton entrando en escena. — ¡Que calurosa bienvenida! Y qué linda te ves, por cierto. — me sonrió.

— No tengo tiempo para tus juegos, Milton. — lo observé con rabia. — Al grano.

— ¡Oh!, pero claro. — se cruzó de brazos. — Me encantaría matarte de una vez por todas.

Nunca aparté la mirada de él. Resultó que lo que quemaba mi espalda anteriormente, era un hierro puesto al fuego y tomando ventaja de este, puse la soga que ataba mis manos en él, y por una vez en la vida, me estaba funcionando.

— Pero no, querida. — se acercó mientras negaba con la cabeza. — No soy tan cruel como parece y, — le hizo una señal a uno de sus aliados. — te lo voy a demostrar.

De un cofre pequeño sacó lo que parecía una cajita para collares.

— Emma. — se arrodilló. — ¿te casarías conmigo?

Milton estaba que se moría de risa al ver mi cara de sorpresa. Honestamente no me esperaba un anillo de compromiso, sino un arma mortal, algo para acabar conmigo lo que fuera, pero esto...

— Tranquila, querida. — se carcajeó. — No tienes que poner esa cara cuando ya sé tú respuesta. — volvió a guardar el anillo. — ¿Quién lo diría?

— ¿Qué cosa? — lo seguí con la mirada mientras él rondaba.

— Emma, repitiendo la historia de su hermosa madre. — fruncí el ceño confundida.

— ¿Disculpa? — dije fuertemente.

— Aunque aquí hay una excepción, tú estás en el mundo mortal y no te has embarazado. — dijo tocando su barbilla.

— ¿A qué mierda te refieres? — le grité.

— Yo no le diría mierda a tu madre. — dijo divertido.

— Sin rodeos, Milton. — dije con desesperación.

— Así está la cosa, querida. — la sangre me hirvió cuando mencionó la última palabra. — Puedes casarte conmigo, vivimos felices, no le pasa nada a tu familia, ni a nadie que hayas conocido en tu vida mortal...

— Jamás me casaré contigo. — le gruñí interrumpiéndolo.

— Déjame terminar. — dijo con tranquilidad. — Ó. — clavó una mirada aterradora en mí. — Tu novio mortal va a pagar las consecuencias.



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En el texto hay: angelescaidos, angeles y demonios, mortales

Editado: 04.04.2018

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