— ¡Eso no puede entrar en los términos que se establecen! — gritó el representante de los ángeles de la verdad.
— ¡Es imposible que un mortal entre aquí!
— ¡De ninguna manera!
— ¿Un mortal entre nosotros? ¿Qué sigue? ¿Reclutar a mortales para convertirlos en ángeles?
— ¡Y para colmo será líder junto a ella!
— Esto es inaceptable.
La sala estalló en una guerra de gritos que se quejaban de mi condición, sabía que esto saldría mal. Pero ahora, yo era su líder. Y les gustara o no, tendrían que aceptar por lo menos una última decisión.
— Si no les gusta mi última condición - grité calmando los gritos de todos para ganarme sus miradas. — ¡Busquen otro líder que ponga orden!
La sala estalló aún más. Esto se estaba descontrolando y sin duda necesitaba orden para poder explicarles todo el asunto.
— ¡Es imposible! — gritó un ángel de sanación. — Ya te nombraron Ángel Supremo y no se te puede revocar tu puesto al menos que lo heredes.
— Exacto. — dije. — No pienso heredar mi mando, y no tienen derecho a obligarme a hacer algo que no quiero. — escupí. — Tómenlo o déjenlo.
El silencio reinó en la sala. Todos intercambiaron miradas.
— Voten. — mandé para que comenzaran a discutir entre ellos.
El tiempo pasaba lento y mis manos se movían con tal nerviosismo que mis dedos ya tenían calambres. Milton llegó a mi lado y posó una mano con mi hombro.
— Lo estás haciendo bien. Ellos no soportaran otro desastre sin su líder actual, puede que acepten... Pero es un poco, improbable. Se aferran a las reglas aunque se niegan a cumplirlas. — me explicó Milton mientras observaba la sala con detenimiento.
Mi mirada se clavó en mi hermano, quien veía a todos con el ceño fruncido.
Y en otro lado, Crescente me miraba con los brazos cruzados, sus ojos no dejaban los míos, pero su mirada no era fría, al contrario, era blanda y me veía con agradecimiento.
Suspiré. Todos dependían de que este plan funcionara y si no lo hacía, tendría que enfrentarme contra los Arcángeles. Y esa idea, no estaba en mis planes actuales, sería un verdadero caos tener un problema de tal gravedad.
— Gracias. — Milton dio un leve apretón a mi hombro para llamar mi atención que estaba perdida en los ángeles que charlaban con euforia y ganas por negar mi condición.
— ¿Por qué? — volví mi atención a Milton quien veía a los ángeles con la misma intensidad que mis hermanos.
— Por romper las reglas y dejarme con vida. — me miró con cariño en sus ojos. — Si esto no termina bien, Emma, quiero que sepas que me enfrentaré a los Arcángeles junto a ti.
Asentí con los ojos empañados.
Pensar que tenía tanto apoyo de pocas personas me bastaba para mantener mi palabra y luchar hasta el final si era necesario.
— Gracias. — le susurré a Milton cerrando los ojos y dándole una tierna sonrisa. — Ya te la debía. — le di un empujón leve en forma de broma. — Tú renovaste mis alas.
El sonrió y susurró un “claro” asintiendo repetidas veces con la cabeza con su vista enfocada en todos los presentes.
— Espero algún día llegar a sentir algo por alguien, como tú lo haces por él. — me dijo en un murmullo haciendo que me pusiera a pensar aún más.
Claro, yo haría todo por Jared, de eso no cabía duda.
— Lo harás. — tomé su mano dándole un leve apretón y sonriéndole con ánimo. —¿Crees que digan que sí?
Mi duda y mi nerviosismo no ayudaban nada con la situación.
De tan solo pensar el problema que podía causar, me dolía la cabeza, y estaba empezando a marearme.
Los ángeles en las tribunas no dejaban de discutir. Yo conocía a varios de sus rostros, pero ahora me parecían desconocidos.
— Todo es posible, Emma. — me sonrió alejándose finalmente de mi lado para unirse a mis hermanos, quienes lo saludaron calurosamente.
El tener a Milton de nuestro lado nos daba ciertas ventajas. Por ejemplo, él conocía los puntos débiles de los Arcángeles, porque estaba a punto de convertirse en uno. Y eso si ayudaba.