Después de entrenar duro y enseñar todas las técnicas de defensa a los recién reclutados tomamos todos, un breve descanso en el que todos se presentaron y me llamaron "Líder".
Algunos eran recién salidos de la prisión, lo que nos aseguraba una defensa propia sin arma alguna. Muchos sabían pelear también pero de igual manera se les proporcionaría una espada.
Cuando anocheció todos los vengadores se reunieron alrededor de las puertas del cielo. La mayoría se despedía de sus familias y lloraban o simplemente pegaban sus frentes mandando pulsaciones de amor a sus parejas. Sin embargo yo, llevaría conmigo a todos mis conocidos del cielo, incluso algunos mortales.
Milton se acercó a mí.
— Tengo unas cosas que arreglar antes de ir. Los veo allá, prometo que estaré ahí. — asintió con la cabeza y desapareció en el público pero cambió de idea y se volvió rápidamente. — Por cierto, tengo algo que darte esta noche.
Confiaba ciegamente en la palabra de Milton, pero suponía que al igual que todos tenía miedo.
Cuando al fin todos estuvieron dispuestos a descender al mundo Mortal nos acercamos a la fosa y me lancé encabezando la fila de al menos unos 200 ángeles siguiéndome. Cuando aterrizamos en el bosque la lluvia resonó en todo el lugar seguido de truenos. Cada quien armó su casa de campar para sí mismos. Mientras Jared y yo fuimos a asegurar el entorno vigilando que ningún demonio supiera de nuestra llegada.
Caminamos por todo el bosque con las alas preparadas. Aún no me acostumbraba a ver a Jared como un ángel, pero no negaba que sus alas eran preciosas.
— Emma. — me llamó cubriendo mis espaldas.
Me volví a él con una expresión preocupada.
— No debes preocuparte por todo. — rascó su nuca y me miró. — Todos estamos dispuestos a defender lo que amamos, tenemos una razón, tú eres la mía. Y te juro que nada nos va a separar.
Tomó mi barbilla e hizo que mis ojos se clavaran a los suyos. Sus labios se juntaron a los míos sellando la promesa que había hecho.
Y lo que más me sorprendió, fue la punzada que su corazón envió al mío, Jared sin saber lo que hacía o cómo había sucedido, lo hizo. Y la sensación fue de las mejores que he y habré experimentado en mi vida, sin duda.
Cuando nos separamos una sonrisa recorrió mi rostro. Extrañamente su acto había revivido la confianza y el optimismo en mí. Eso era justo lo que necesitaba en ese momento, una muestra de cariño que reavivara mi valentía y me diera el coraje suficiente para afrontar la situación.
Mañana era el día en el que los enfrentaríamos, pero mientras se daban cuenta de que los acechábamos estudiaríamos cada movimiento.
— Vamos a regresar. — le dije acariciando sus mejillas.
Caminamos de la mano por el bosque hasta llegar con los demás, que se encontraban por la fogata en medio de las casas de campaña. Saludamos con una sonrisa y nos sentamos alrededor de ella.
Comimos unas cosas y después todos se acurrucaban contra sus parejas o simplemente observaban la fogata con atención.
Yo solo podía imaginar las consecuencias que todo esto podría causar.
(…)
Pasaba rápido entre las ramas de los árboles tratando de alcanzar al objetivo que estábamos observando. Mi respiración era agitada y no llevaba ningún arma. Solo los observaríamos.
Resultó que antes de acostarnos e ir a revisar una última vez el perímetro habíamos sentido la presencia de un demonio, lo cual nos envió a seguirlo.
Cuando nuestro objetivo se quedó quieto al fin, nos escondimos entre las ramas y observamos en silencio.
Los demonios se alojaban en una parte del bosque, demasiado alejados de nosotros para que lograran encontrarnos, lo que nos daba cierta ventaja.
Mis ojos se clavaron en la mujer que descansaba en un trono de ramas junto a unos demonios que la rodeaban, aunque también había unas súcubos.
Ella escrutaba con su mirada amenazadora a todos, como si estuviera preocupada por lo que pasaría. Parecía que su vena explotaría por tanta tensión.
No sé que era, pero presentía que ella deseaba poder evitar esto tanto como nosotros, pero ahora me confirmaba mi suposición. Algo buscaba, algo que solo podría conseguir de un ángel.
Observé sus rasgos, tan finos. Tan demoniacamente hermosos y su cabellera roja que parecía que ardía. Pero sus ojos, algo tenían, preocupación sin duda, la manera en que observaba todo y no se perdía ningún detalle. Esa mirada era venenosa.