Emma.
Las llamas que salían del hoyo se esparcieron de modo que solamente formaban una areola alrededor del borde dejando paso a oro. Oro puro que se adhería a las paredes del hoyo formando un túnel con final.
— ¿Eso es…?— susurró Anton asomando su cabeza por el agujero.
— ¿Oro? — le siguió Zianya.
Asomaban sus cabezas agarrados de la mano por si caían que cayeran juntos.
— Vamos, mi reino no muerde. — dijo Verno detrás de ellos insistiendo en que saltaran.
— ¿Cómo sé que no es una trampa? — acusó Zianya entrecerrando los ojos y Anton la imitó.
— Si ustedes saltan, yo salto. — propuso Verno de la manera más relajada que pudo. — Vamos, no puede ser ninguna trampa, si lo fuera Emma me cortaría la cabeza.
Me da gusto que lo sepa.
Anton y Zianya se voltearon a ver y sin previo aviso Verno los empujó envolviendo su espada se tiró detrás de ellos.
Me acerqué alarmada a ver si habían caído bien o no y me sorprendí al ver que flotaban como si el fondo fuera una alberca de oro. Todos a mi lado estaban igual de confundidos y Verno sólo nos hacía señas para que siguiéramos sus pasos, Anton y Zianya se veían muy entretenidos jugueteando con el oro que les rodeaba cual lago.
Nerea dio pasitos, emocionada y le entregó su espada a Milton quien la veía extrañado.
— Sigo yo. — avisó ella y tomando una distancia desde el agujero corrió y se lanzó con los brazos y las piernas zarandeándose en el aire. — ¡Esto es genial! — gritó mientras caía y al final impactaba como si el oro fuera agua.
Al final sacó su cabeza como si no hubiera absolutamente nada y junto a Verno nos hizo señas para que nos animáramos. Todos se lanzaron agarrados de las manos menos yo y Jared, parecía que el hoyo era inmenso pues a pesar de que había gran cantidad de ángeles parecía vacía. Observé con terror la alberca y vi como Jared me imitaba, asintió en mi dirección y tomó mi mano para darme valor. Apreté su mano y retrocedimos unos pasos.
— Vamos. — dijo Jared mientras observaba mi cara y yo observaba el agujero.
Corrimos al mismo tiempo y en un rato que pareció eterno sentí como caíamos por la gran altura que el portal poseía.
Un recuerdo se posó en mi cabeza. Mi caída se proyectaba en cámara lenta e incluso podía ver el miedo que sentía en ese momento, sentía el viento de nuevo y como mis alas trataban de luchar, como mis manos trataban de tomar algo que frenara la caída.
Las llamas aparecieron de nuevo en mi vista, como si en vez de caer al fino oro en el que todos estaban cayendo cayera directo al infierno, aunque era irónico puesto que me encontraba en una dimensión del mismo. Mis manos se posicionaron frente a mí como luchando por reducir el impacto de la caída, miré a mi lado pero Jared no estaba.
No había nada, sólo estaba yo y las llamas abrasadoras, mis alas luchando como en mi caída y sentía mi mundo decaer. Impacté contra el oro y después sobresalió mi cabeza, abrí los ojos con desesperación.
Jared seguía ahí, todos seguían ahí, las llamas nunca habían existido, simplemente todo había sido una alucinación, lo que me sorprendía era que sólo yo la tuviera, miré a Verno quien mantenía su mirada fija en mí sin expresión alguna.
Mi expresión pasó a una confundida, y Verno quitó su expresión seria por una sonrisa natural, no entendía sus cambios de humor repentinos pero su mirada me había dado escalofríos.
— ¿Listos para la siguiente parte? — anunció ella y todos la miraron confundidos. — Edom ostia venit quaerens. — cerró sus ojos y todo empezó a dar vueltas.
Como si nos hubieran golpeado de repente estábamos rodeados de oro, pero formaban olas enormes y al final terminamos en la orilla de un lago de oro puro. Todos observamos alrededor confundidos.
— Vamos, son intrusos. — Verno dijo caminando en la distancia. — Si se quedan atrás los atacarán.
El lago comenzó a tomar forma de agua y el oro se desvanecía en la orilla tomando la forma de la tierra misma.
Seguimos a Verno y llegamos hasta un enorme castillo lleno de oro, los habitantes de Edom tenían sus rasgos marcados y definidos casi como si fueran hadas si existieran. Todos eran de una alta estatura y vestían elegantemente todo el tiempo, en ese instante nos dimos cuenta que el castillo tenía en su frente grabada una gran E de jade verde. Era hermoso, solo que por el hecho de que era de noche se apagaba el color.
Carrozas y habitantes entraban al castillo, había una fiesta pero Verno lucía igual de confundida que nosotros. No sabía la razón y tenía el ceño fruncido a pesar de que sus súbditos la saludaban cordialmente.
Los demonios y las súcubos que habíamos visto en la tierra junto a Verno rodeaban el castillo haciendo guardia y en cuanto sus miradas se posaron en su reina (o casi reina) sus ojos brillaron e hicieron una reverencia.