Rebusco entre mis pertenencias alguna prenda que sea mínimamente aceptable para una noche como la de hoy. No todos los días es Nochebuena, y no todas las Nochebuenas, tienes la oportunidad de pasarla con una persona como lo es Rune. Una mujer que llegó a mi vida justo cuando debía llegar pro ello, cuando estoy en la soledad de mi habitación, me dedico a llamarla mi Ángel. Porque eso es ella para mí; un Ángel caído del cielo en busca de mí.
Miro el reloj por enésima vez en la tarde, y me doy cuenta de que solo han pasado cinco minutos desde la última vez que lo he visto. Son las siete y cuarto de la tarde. Es casi como si el día pasase lento. Y el tiempo es algo que siempre me ha llamado la atención. Y no, no hablo de esa leyenda japonesa del hilo rojo, aunque también respeto mucho esa leyenda. Lo que más me llama la atención del tiempo; es la percepción que tiene cada persona de él. Así como a mí se me hace muy lento el tiempo en estos momentos, estoy más que seguro que alguna persona alrededor del mundo; está deseando que el mundo pase mucho más lento para que alcance a preparar cada uno de los platillos que dará en la cena de Nochebuena. Eso es lo que más me gusta del tiempo; siempre puede cambiar dependiendo del día o incluso la persona.
Decidí, que lo mejor era, pasar el tiempo jugando con las cartas a solas. De pequeño, solía jugarlo con mi abuelo. Y eso, es lo único que recuerdo de él. Recuerdo cómo me explicaba cada jugada mientras le daba una calada a su cigarro y luego un sorbo a su copa de vino tinto caliente. Tiempo después, eso fue lo que lo llevó a la muerte. El tabaquismo hizo que desarrollara un buen cáncer de pulmón que lo mató solo tres meses después de ser diagnosticado. De herencia me dejó nuestras cartas «no las utilizo nunca por temor a que se conviertan en pólvora o que alguna se pierda», es lo único material que tengo de él.
Luego de jugar unas dos rondas, me fijo nuevamente en el reloj, y para mi buena suerte finalmente son las nueve y media de la noche. Quedé en verme con Rune en la azotea a las diez de la noche. Tengo media hora para ducharme y arreglarme, por lo que en menos de diez minutos ya me he duchado y me he bañado en colonia. Un sentimiento amargo recorrió mi cuerpo cuando vi que el único perfume que tenía entre mis pertenencias era aquel que Alice me había obsequiado para mi cumpleaños. Así que solo me quedó debatir si quería oler a una colonia comprada en las rebajas de “El Corte Inglés” o ir sin nada. Es obvio que escogí la primera.
Me calcé mis mocasines favoritos y me debatí entre llevar o no una corbata. Me di cuenta tan solo unos segundos después que eso de llevar corbata iba a hacer de mi atuendo algo mucho más formal de lo que debía ser la ocasión.
Cuando miré al reloj ya eran las diez menos cinco, así que tomé mi chaqueta y me fui camino a la azotea. Cuidando que nadie me siguiera el paso, juró que lo que menos quiero es meter en problemas a Rune. No ahora que sé que puede pasar algo entre nosotros, pro muy pequeño que sea.
Al pisar el último escalón de las escaleras, el oxígeno huyó de mis pulmones. Eso de estar en cama por tanto tiempo sin caminar más allá del cuarto de baño de mi habitación, me está cobrando facturas. Es hora de hacer uso de mis piernas más seguido. Pero todo valió la pena cuando la vi de espaldas. Con un vestido entallado a su cuerpo de color rojo vino «del mismo color del vino del abuelo».
Di un par de golpecitos a la puerta y ella se dio la vuelta sin ningún tipo de sorpresa. Esbozó una amplia sonrisa y caminó lentamente hasta mí. Quise pellizcarme para cerciorarme de sí esto era cierto o no «tal vez eso debí hacerlo desde un principio», sin embargo solo me incliné un poco para darle un beso en la mejilla.
El aroma afrutado de su perfume me hizo cerrar los ojos para disfrutar de él. Al cabo de unos segundos, ella se separó de mí y me observó. Yo hice lo mismo con ella, centrándome en el collar que colgaba de su cuello. Era el mismo que tenía Alice. Se lo obsequié cuando cumplimos un año de casados junto con un pequeño viaje a Francia.
—¡Feliz Nochebuena! Espero que está noche la pasemos genial. —Finjo una sonrisa, pues aún no puedo procesar el hecho de que ella tenga el mismo collar de mi esposa.
Y fue justo en ese momento cuando todo vino a mi mente. Tantas cosas pasando en un solo segundo. Por más que traté de respirar de una forma regular para no levantar sospechas «para que Rune no se preocupara», sin embargo todo esto era mucho para mí.
¿Cómo es que puedo salir con otra persona cuando mi esposa no tiene más de un año de fallecida? Sé que Alice diría que siguiera con mi vida, pero en el fondo sé que a ella no le gustaría que la reemplazará de inmediato. Justo como lo estoy haciendo en estos momentos. Esto no es algo que ella me perdonaría jamás.
Sin embargo, decidí dejar de prestarle atención a lo que mi cerebro me decía. Dicen por ahí que hay veces que es mejor prestarle atención al corazón en lugar del cerebro. Claro que nunca prestamos atención a ese “veces” y no siempre. Pues en situaciones como estás es mejor usar el cerebro.
Tomé asiento frente a Rune e hice algo que jamás haría en una primera cita con nadie, apoyé los codos sobre la mesa, enviando al demonio cualquier tipo de etiqueta. Simplemente me dediqué a mirarla fijamente a los ojos y justo como me lo veía venir, no encontré nada en ellos. Ni emotivos, ni tristes, ni abrasadores o desdeñosos. Nada de como me esperaba que fuera su mirada. Pues en sus ojos no había más que frialdad y aquello me hacía un revoltillo en el estómago.
Pues ella no era la misma Rune que había visto en la habitación. Algo había cambiado en ella.
—¿Qué sucede? Me estás mirando como si fuese un fantasma. —Silencio— ¿Alguien te ha visto subir hasta aquí o algo por el estilo? Dime que sucede, Ezra, que el silencio es el arma más letal que tiene el ser humano.
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Editado: 20.12.2021