"El tiempo no te hará olvidar, te hará madurar y entender mejor las cosas."
Anónimo.
Paris
Me encuentro sentada en el sillón de la enorme casa en la que me encontraba hospedada hace mucho tiempo.
Mis pies se hallaban sobre una pequeña mesa ratona, donde leía cómodamente un libro que encontré entre los estantes de Bacarra. Él, por su parte, se encontraba recostado con la cabeza sobre mis piernas y con los ojos cerrados.
Pasaron tres años desde la última vez que vimos con vida a Samuel, no supimos nada de él pero ambos sabemos que no está muerto puesto que es inmortal. Los que están allá arriba no querían que nosotros supiéramos nada.
Empecé a jugar con la pulsera que había hecho el ángel oscuro para mí, la cual posee un hechizo que evita que cualquier criatura me localice, el mismo que tiene la casa.
Cerca de la enorme mansión se encuentra un pequeño pueblo, más chico que en el que vivía antes. Había veces que Bacarra me llevaba ahí, para evitar que me vuelva una ermitaña. La gente que vive ahí es muy agradable y charlatana. Hasta una vez me preguntaron si era novia de Bacarra, pobre mujer, cuando lo dijo me empecé a reír tanto que terminé tirada en el piso llorando de la risa, la verdad era que mi corazón sólo le pertenecía a una sola persona.
-Samuel...- Murmuré bajo para que nadie me escuchara.
-¡Ey! - Se quejó de repente mi acompañante- ¿Está goteando el techo? - Preguntó exaltado mientras se paraba rápido del sillón.
Al bajar la mirada del techo, no sin antes comprobar que no había goteras, notó que yo era la que la había mojado con mis lágrimas.
- ¿Qué pasó?- preguntó en un tono suave pero a la vez preocupado.
Empecé a derramar más lágrimas, como si todos estos años hubiera evitado llorar para que cuando él regresara no me viera mal, pero esa esperanza murió hoy. Se cumplían ya cuatro años y esa esperanza que mantuve conmigo por tantos tiempo, había muerto éste día.
-Pari, ¿por qué lloras?- Dijo mientras se volvía a sentar en el sillón y se acercaba para poder secar mis lágrimas con su pulgar.
-H-hoy se cumplen cuatro años... Él... Él...- No podía decirlo, mi voz se entrecortada cada vez que lo intentaba.
Tomé mucho aire en mis pulmones y lo solté lentamente, con la intención de calmarme; justo en ese momento sentí unos brazos que me rodearon para ayudarme relajar completamente. Lo abracé muy fuerte, apoyando mi cabeza en su pecho para poder escuchar los latidos de su corazón.
-Lo sé, pero sé que va a volver, no nos va a defraudar y no llores porque te vas a poner más fea de lo que eres.- Se burló con una sonrisa mientras despeinada mi pelo.
-¡Ey!- Me quejé, intenté arreglar mi pelo pero me rendí al segundo intento- Gran forma de animarme llamándome fea.- Bufé, tirándole un almohadón en la cara, haciendo que pare de reírse.
- Te vas arrepentir...- Dijo con su sonrisa maliciosa- Ahora vas a ver pequeña.- Susurró mientras se acercaba despacio hacia mí.
-Oh, oh...- Fue lo último que dije antes de salir disparada hacia el exterior de la casa.
Corrí lo más rápido que pude, sin parar de reír, aunque sentía como él me pisaba los talones. Entonces él tomó mi pie, haciendo que los ambos tropezáramos, rodando por la pequeña colina que había hasta la laguna. Y caímos, riéndonos, directamente al agua.
-¡Ah!- Gritamos los dos al sentir el agua fría que nos golpeaba de repente, por suerte no era muy profunda la laguna.
-¡Mira lo que hiciste, ahora estoy toda mojada por tu culpa!- Dije mientras lo señalaba.
-¿Mi culpa? Yo no fui la que salió corriendo como loca.- Se quejó, achinando los ojos en mi dirección, mientras intentaba secarse la ropa y salía de la laguna.
-Yo no fui él que me agarró el pie e hizo que cayéramos.- Contraataqué antes de acostarme en el suave pasto.
Era una noche maravillosa, el cielo regalaba una hermosa vista de todas las estrellas, las cuales brillaban como miles de luciérnagas.
-Está bien, deja de quejarte.- Se rindió, para luego imitar mi acción y observar el cielo.
Nos quedamos ahí por un buen rato, sin decir nada, estando cada uno en sus propios pensamientos.
-¿Sabes? Cuando salimos de tu casa esa vez sabía que no volveríamos a verlo.- Interrumpió el silencio de golpe, en ese momento me senté y lo observé atentamente, él aún seguía perdido en sus pensamientos- Todos sabíamos que no iba a volver, pero de igual manera mantuve esa esperanza dentro de ti.- Dejé de mirarlo y volví a recostarme, sabía que hacía eso para que yo pudiera dormir en paz. Fue turno de él sentarse y observarme con atención - Me encantaba ver como tus ojos brillaban cada vez que te decía eso, de alguna manera hacia que yo también me creyera el cuento, pero cuando te vi llorando de esa manera sabía que no podía seguir con esta mentira, nos estaba engañando a ambos, porque sabemos que él no va a....- No terminó su frase, sólo se puso de pie- Ya es muy tarde, ¿nos vamos?- Dijo mientras estiraba su mano para ayudarme a levantar.
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Editado: 16.03.2019