Se hizo presente la silueta de una mujer, quien miraba desde un cerro, sentada en lo que parecía un altar de piedra con cuatro monolitos, posiblemente marcando puntos en particulares, su perfíl dibujado a través de la luz de luna, arrodillaba pronunciaba palabras en una muerta lengua, desde aquella posición podía contemplarse el océano, donde existían unas estructuras resplandecientes en un dorado fulgor.
Miraba al mar, que además a esa gran construcción que hacía flotar el propio mar a su alrededor, se reflejaba el firmamento, con todas sus estrellas dibujadas y dos lunas que permanecen a cada extremo, levantó la vista cuando una luz resplandeció con mayor intensidad que los demás astros, levantó la vista, parecía que la estrella se acercara hasta ella, era especial, se le conocía como la guardiana nocturna, pues esta se contemplaba desde el ocaso hasta el alba, siendo la última en irse y la que más brillaba.
La mujer atemorizada bajó la cabeza, ante la presencia de una divina figura que se presentaría hasta ella, posiblemente la figura la cual rebosaba de más amor en la existencia.
Temor, miedo y dudas, eran las circunstancias que presentaba aquella extasiante figura celestial, que se impone por todos los mortales del mundo.
La mujer hizo caso, miró de frente a un ser similar a los hombres, pero no era uno, cabellera dorada adornada con brillantes halo plateados que giraba a su alrededor, ojos cuyo de un profundo violeta, no era más allá la intensidad, Índigo, no, eran más allá, al punto que su mente podría colapsar al tratar de entender qué significaban sólo el color de sus perfectos ojos, su rostro, tan claro que le parecía increíble su nivel de palidez, el cual le brindaba de un indescriptible belleza sus ropajes, eran como metal que de doblaba al son de su cuerpo.
Extendió su mano hacia el cielo, del cual cientos de luces se aproximaron hasta ella creando un fuego blanquecino, resplandeciente.
Luego acercó hasta ella aquel orbe de fuego, emana calidez, sin embargo no quemaba, en su interior se encontraba el reflejo del mismo universo.
Al final lo empujó al vientre de ella, donde entró sin oponerse, sintió la calidez que emanaba, abrazándose a sí misma lloró de felicidad, alegría y deseo.
Amerit caminó por el sendero del altar, de regreso a su hogar.
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Editado: 12.11.2024