OBSIDIAN
Llevamos dos días conduciendo y dos días en que no he dormido.
―Voy a parar en la siguiente gasolinera, necesito ir al baño ―menciono, no quitando los ojos de la carretera.
―Sí.
El auto que ha robado es algo viejo y constantemente hace ruidos como si fuera a morir, así que decidir agregarle gasolina no sé si sea la mejor opción.
―Hay que cambiar de auto ―menciono.
―¿Por qué?
Esta vez decido mirarlo en plan: Acaso no vez que el auto está a punto de desarmarse, hombre.
―Está cosa va más lento cada vez más y si nos están siguiendo nos van atrapar. Necesitamos llegar a ese límite lo antes posible.
―Lo que tienes es irritación, no has dormido nada. Deberías hacerlo.
―No.
―Rizos…
―Mi nombre es Obsidian, no Rizos.
Con esas últimas palabras tajantes, nos mantenemos veinte minutos en silencio.
Visualizo la gasolinera pero dejo el auto en la acera.
―Iré al sanitario y a comprar algo de comida. Te veo en cinco minutos.
No espero su respuesta y salgo del auto, cuidando de que al cruzar no me atropellen. No tardo más de dos minutos en el sanitario antes de ir al autoservicio de la esquina. Voy directo a alimentos empaquetados, tomo galletas, agua, barras de granula y unas gomas de mascar. Pero soy interceptada por un hombre.
―¿Tú eres hija de Colín Vaziri?
Mis instintos de escape están tan desarrollados que incluso la mano del sujeto aún no se posaba en mi hombro, y ya sabía que debía pelear. Tengo de dos; o salgo con ellos o salgo sin ellos. Pero la opción significa destruir el anaquel de papas.
―¿Qué quieren? ―inquiero.
―Tu padre se busca por traición ante el Rey Boris Vaziri y al Reino, como hija, tu simple existencia es traición al procrear con una especie de este mundo, serás llevada a la decapitación.
―¿En qué años crees que estamos? ―inquiero bufando, pero de manera sigilosa afianzo mi agarre en la botella de agua.
En un momento a otro, golpeo el rostro con la punta de la botella al de enfrente y repito la acción con el de atrás. Toman mis pies haciéndome caer al suelo, sacándome todo el aire del estómago.
―Hijos de perra.
Pateo al hombre en el rostro liberándome y antes de irme, empujo el anaquel de frituras.
―¡Oiga! ¿Qué hacen? ―el chico detrás del mostrador nos señala.
Pero no están solos, uno más ingresa al establecimiento, pero está vez entra con un maldito palo. No sé dónde diablos ha sacado eso.
Abro el refrigerador de bebidas en botellas de vidrio y comienzo a lanzarle una, y repito la acción a los otros dos que estaban detrás de mí, para noquear al menos a uno.
―¡Voy a llamar a la policía!
Intento romper la botella de vidrio para que quede como en las películas pero está se rompe en pedazos inservibles.
¡Malditas películas mentirosas!
Entonces el recuerdo de un entrenamiento viene a mí:
«No importas donde estés, no importa con quien estés, ni cuantos sean. Tienes que salir de allí viva. Tienes que usar todo a tu favor. Y las únicas armas son tus manos, Obsidian. No importa si tienes que acabar con una vida, eres tú o ellos. Mejor tú».
El grandulón del palo intenta golpearme, pero me protejo con mi antebrazo. La quemazón del golpe llega a mí, pero la adrenalina lo está omitiendo.
Enrosco su mano libre en mi brazo, haciéndolo crujir. Al tenerlo cerca golpeo con mi rodilla su abdomen. Con la parte baja de la palma golpeo su pecho, al estar aturdido agarro el palo que llevaba encima y de una sola estocada atravieso su estómago. La impresión lo obliga a abrir los ojos al grado de desorbitarlos.
Volteo a mirar al sujeto que estaba con el otro que había noqueado. Y al ver su rostro de impresión es que me doy cuenta de lo que he hecho.
He asesinado a un hombre.
―Dile a tu rey que si quiere mi cabeza, primero cae la suya.
El rostro de shock del chico del mostrador con el celular en la mano me dice que acaba de presenciar algo que probablemente no sabrá explicarse.
Recojo barras de granula y dos botellas de agua antes de salir del establecimiento. Pero vaya es mi sorpresa al notar al hombre de la cicatriz en la entrada observándome con curiosidad.
―Gracias por la mano ―menciono con sarcasmo, golpeando su hombro al pasar.
―Dijiste cinco minutos ―se defiende.
Miro en dirección a la gasolinera de algún auto que pueda robar pero en todos hay alguien dentro o muchas personas para llevar a cabo el hurto. Pero bendita es la llegada de un auto seminuevo en el estacionamiento del autoservicio, y más mi grata sorpresa al ver que deja la ventanilla abajo, no lleva la llave encima; así que las ha dejado pegada. Camino al coche, choco con el chico, pero este ni se inmuta ya que va en el celular.