Rizel
—¡Obsidian!
Se ha ido, sea que se ha ido. Esa mujer está loca. Y debo estar más loco para ir tras ella.
Le di la oportunidad de poder salir, pero ella sólo me soltó. ¡Me soltó!
Las cascada a la cual me avecino son mortales, nadie ha sobrevivido, sólo deseo que ella y yo seamos la excepción.
En segundos mi cuerpo se encuentra cayendo en el vacío, el agua me abraza de una manera tortuosa que me atolondra. La oscuridad me recibe como una vieja conocida. Puedo sentir como mi cuerpo sigue hundiéndose y la respuesta de salir a la superficie ha quedado enterrada en algún lugar.
Pero hasta que una chispa de un recuerdo llega a mí, mi cuerpo recibe la descarga para despertar y comenzar a moverse a flote.
Cuando mi rostro es recibido por el aire, un jadeo se me escapa de los labios.
—¡Obsidian!
Miro a todos lados, pero sólo agua y parte del bosque es lo que percibo.
Me sumerjo de nuevo para encontrar siquiera su cuerpo, mis manos no tientan nada. Una vez más salgo y vuelvo a hundirme, no la encuentro. Comienzo a nadar a la orilla.
Maldita sea, ha muerto y no sé dónde está.
Cuando mis pies comienzan a calzar tierra, dejo de nadar y lo cambio por correr, a pesar de que cueste.
—¡Obsidian! —grito una vez más, pero el ruido de la cascada y parte del bosque es lo único que me contesta, eso no me está fastidiando.
Pero entonces mis ojos captan la mochila en la superficie y, después de ello como el agua escupe el cuerpo de la chica.
Corro de inmediato, la volteo observando su rostro bañado en sangre por una herida en la cabeza.
—No de nuevo.
La arrastro un poco más a tierra, y sin perder más tiempo coloca mis manos en su pecho y hago compresiones para que expulse el agua.
Acerco mis labios a los suyos dándole respiración de boca a boca, y vuelvo a la tarea de hacer compresiones en su pecho.
—Haz sobrevivido a una explosión, al límite, al risco, no mueras ahora, Rizos.
Cuando los brazos comienzan a dolerme y el color de sus labios es azul; mis esperanzas van disminuyendo a la velocidad en que he caído de ese risco. Creyendo que no habrá respuestas, un borbotón de agua sale de su boca.
—Ni si quiera se porque dudé en que morirías, eres imparable.
Jadea y tose descontroladamente mientras la sostengo, ya que sus ojos están desorbitadas y no parece entender que sucede. Peino su cabellera, quitándolo del rostro para que no le moleste.
—¿Ri-zel?
Sonrío ante mi nombre en su voz pastosa
—El mismo, Rizos.
Se deja caer de espalda aun jadeando, yo solo me limito a alejarme un poco para darle espacio.
Nos mantenemos callados por un largo rato, esperando que se reponga.
—No puedo creer que haya sobrevivido —ella es la que rompe el silencio.
Se incorpora, colocando sus brazos en su rodillas, sentada.
—Y yo no puedo creer que haya ido tras de ti.
Eso parece captar su atención porque voltea a mirarme, tal vez debería poner atención en sus gestos, pero su cabellera que está comenzando a esponjarse es lo que me roba la atención.
—¿Has saltado a la cascada? —susurra—. Tenías la posibilidad de poder subir a tierra.
Sí, es claro que tenía la oportunidad. La roca en la que estaba sostenido, me daba una baja probabilidad de poder subirme en ella para llegar a tierra, pero decidí ir tras de ella. No lo pensé, sólo me lancé.
—Lo sé, pero… —sonrío, porque lo que diré la hará refunfuñar—, quería que fueran dos veces las que salvo tu vida.
Creyendo que contestaría con algo arisco, incluso recibir un golpe, ella hace todo lo contrario; carcajea. Y maldita sea que me deja descolocado. Es claro que es una mujer con serios problemas en la cabeza, pero soy peor por creer que es tremendamente sensual. Eso suena locura, ¿no? Ahora me entienden.
Ella está sonriendo, carcajeándose cuando ha caído de una maldita cascada a la cual nadie ha sobrevivido, y siquiera no lo hubiéramos hecho sino es por la suerte, la sangre que veo en su rostro es que entiendo que posiblemente la risa sea un efecto secundario del golpe.
—Necesitamos avanzar, tu cabeza está sangrando.
Ella lleva su mano a su cabeza y parece darse cuenta de ello.
—¿A dónde iremos?
—Al pueblo, pero primero iremos con unas personas para que nos ayuden.
—¿Falta mucho?
—No.
—¿Y esas personas en que nos ayudarán?
Me levanto, encontrando mi ropa aún húmeda, con el paso de las horas se secará.
—Nos darán un lugar donde dormir y algo de comer —ella se levanta tambaleándose, la sostengo del brazo—. ¿Estás bien?