Obsidian
Estando parada frente a ellos es que me pegunto, ¿por qué no huir?
—Disculpa a Genoveva. Por favor toma asiento —me indica Débora.
Cautelosa ante los presentes, lo hago.
—Nunca imaginamos que Colín llegara a tener una hija, o siquiera siguiera vivo —el hombre mayor se dirige a mí—. Me presento señorita, soy Ildefonso Campanel, y él es mi hijo —señala a su izquierda.
Ahora que pongo atención es visible las similitudes; la mandíbula cuadrada, los ojos grandes acompañados de cejas y pestañas gruesas de color azabache. Sus mejillas hundidas, endurecen más las facciones.
—Sayil Campanel —se presenta el hombre, dejando revelar un hoyuelo en su mejilla derecha.
Al hacer las presentaciones, notó que la tensión que se había formado se va diluyendo en el aire.
—Bueno, ya que se están presentando, es mi turno —el chico que acompañaba a Genoveva, limpia su mano en su pantalón antes de tendérmela―, Fermín Arco.
Estrecho su mano por cortesía.
Rizel, Elena, Débora como Fermín, toman lugar en los troncos disponibles para estar alrededor de la mesa.
―Elena ha dicho al recibirnos que tenían noticias de algo ―habla, el hombre de la cicatriz que está a mi lado.
No pasa desapercibido el pequeño roce que sentimos al yo mover mi cabellera rizada hacia mi espalda, ya que comenzaba a picarme las mejillas
―Sí, son noticias alarmantes. De hecho estábamos esperando a David, él había ido a confirmar algo ―indica Débora, aún con la mirada sobre mí, aunque más en el hecho de que Rizel dio a notar nuestro pequeño roce.
—¿Quién es David? —cuestiono, para que la atención vaya en otra dirección.
—Oh, es mi hermano pequeño —manifiesta Elena, sonriéndome.
Tal vez al decir “hermano pequeño” me imaginé a alguien llegado a la pubertad, no a un hombre.
—¡Se dice que Rizel ha vuelto! Y no lo ha hecho solo… —la voz se apaga cuando nos visualiza—. ¡Haz vuelto! ¡Es verdad! —lleva las manos a su cabeza, tirando de su cabello—. ¿Qué alguien me explique cómo es que Rizel sigue vivo y hay una dama muy bonita aquí?
—¡David! No empieces de impertinente —lo regaña su hermana.
—¿Pero es qué nos han vito los rizos que se carga? Es preciosa.
—¿Gracias? —manifiesto.
—David, siéntate y habla —le pide Sayil—. Ve directo al motivo por el cual nos hemos reunido, no vayas a cortejar Obsidian frente a nosotros.
—¿Obsidian? —saborea mi nombre en sus labios—. Obsidian, ¿qué?
—Cállate o te va a patear el culo —le advierte Rizel.
—Obsidian Vaziri —ya sabiendo el efecto que provoca mi nombre al ser anunciado, está vez me dejo disfrutar el asombro en el rostro del hombre.
—¿Vaziri?
—Sí, impertinente. Así que cállate —le aconseja Elena.
Parpadea repetidamente, hasta que se sienta, enfrente de mí.
—El linaje Vaziri sigue creciendo —comenta nervioso.
—Hijo —le llama la atención Ildefonso en un tono paternal—, las noticias —le recuerda.
—Oh, sí, sí —carraspea—. El rey está haciendo que la voz corra sobre el tema de los Líderes. Se dice que él se ha comunicado con alguien que los conoce.
—¿Qué es lo que quiere? —cuestiona su hermana.
—No creo que siquiera ese hombre hable con los Líderes, nadie lo ha hecho —argumenta Débora.
—¿Disculpen, pero quienes son esos Lideres? —cuestiono.
Sé que Rizel me dio una catedra antes de llegar aquí, pero fui criada para preguntar por todo y no confiar en nadie, eso incluye la información. Sé que le molesta un poco a él cuando me lanza una mirada fruncida.
—Los Lideres son aquellos que fueron nombrados por la naturaleza para poner el orden en sus manos, están destinados a dominar los dos mundos —me explica Sayil.
Asiento, procesando la información.
—¿Y por qué no ayudan? Créanme cuando les dijo que el mundo donde vengo se está yendo a la mierda, y este al parecer va a ser lo mismo con su rey.
Todos me miran como si lo que hubiera dicho, haya sido una sarta de blasfemia.
—Rizo… —carraspea Rizel al darse cuenta de que iba a llamarme por el estúpido apodo que me ha dado, me intriga el por qué lo ha cambiad. Lo amenacé tantas veces que me llamara por mi nombre, que ahora me es extraño—. Obsidian, no entiende cómo se maneja las cosas aquí. Disculpen.
Elevo las dos cejas, y me es inevitable no inclinarme a la mesa en una postura hosca.
—¿Disculparme? —bufo—. Yo no soy la persona que espera a un heredero, que si más recuerdo creían muerto. ¿Qué hace la diferencia ahora?
—Esta chica me agrada. Soy tu seguidor —canturrea, David, ganándose una mirada de desaprobación de todos, exceptuando la mía.
—Obsidian, querida —la mujer con un tono de voz suave, se dirige a mí—. Tu mundo ha sido carcomido por el mal, por ello fue que se creó el nuestro porque habrá un punto que no tendrá salvación. La especie, que supongo también perteneces, se extinguirá en algún punto. Nosotros no lo queremos y no deseamos hacerlo en manos de un rey que derrocó a los que eran nuestros reyes, porque aunque no lo creas somos tan iguales y distintos.