Decir que si quiera tenía una idea de cómo era el pueblo, queda descartada en el momento en que puedo visualizarlo.
Cada paso que doy me va acercando a la majestuosa estructura de un castillo con altas torres que podría a osar a decir que tocan el cielo, burlándose de lo pequeño e insignificante que eres ante aquello.
En la parte central hay un balcón, el único, donde puedo observar a un hombre. No es difícil deducir, teniendo en cuenta que lleva una corona en la cabeza y el porte perpetuo ante una indulgencia inexistente. El fuego sube en cada rincón de mí, obligando a mi cuerpo a una aversión inimaginable ante la imagen de aquel hombre.
Boris Vaziri, el que se hace llamar rey.
Su silueta se pierde al entrar, y es ahora cuando me dedico a observar a mí alrededor. Chozas pequeñas, circulares o cuadradas están situadas a las orillas del camino, dejando el camino en el que voy libre. No son casas hogares en ruinas, se ven que en sus tiempos de gloria eran preciosas.
La vestimenta es totalmente diferente a la que yo uso; prendas de tela. Algunas mujeres llevan vestidos largos, algunas usan pantalón al igual que los caballeros, como Elena, Débora y Genoveva. Este mundo es tan extraño.
A mi mente me viene lo que me había dicho Sayil, y es que si conocían algo sobre el otro mundo, pero al estar aquí me parece que no. Tengo tantas preguntas que no siento que acabaría de saciar mi sed.
—Cuando estés ante el Rey te vas a arrodillar —recibo un golpe en la espalda después de la amenaza.
—No pienso hacerlo.
—Sino lo haces voy asesinarte —grazna.
—Quiero verte intentándolo.
La mirada furibunda que me lanza es ignorada por mí, dedicándome a ver a la gente del pueblo.
De mi pueblo.
Los susurros son constantes, las miradas sorpresivas e interrogantes no se hacen esperar.
—Es una del otro mundo, ¿cómo ha llegado aquí?
—¿Por qué el hijo de Humberto Vikram está con ellos?
—¿Quién es ella?
—Van a asesinarlos.
—Ya los veo en la explanada, asesinados.
Tal vez esas palabras no son las de aliento, pero no me aflijo. Toda mi vida he deseado estar frente al hombre que asesinó a mis padres y estoy a nada de hacerlo.
Entonces, el eco de un sonido parecido a un rugido calla a todos.
—Es el anuncio de que el Rey saldrá —me informa, Rizel a mi lado aún con la cadena en el cuello.
Las puertas gigantes del castillo son abiertas, dejando ver al hombre.
Decir que la adrenalina y enojo está a niveles altos es corto. Pero, debo pensar, por un momento debo pensar.
Rizel y yo somos arrojados al inicio de la escalerilla de la entrada ante los ojos de Boris Vaziri.
Detallo cada lugar de su rostro, permitiéndome descubrir la similitud que hay entre Colín y él. El tamaño y forma de los ojos son tan idénticos, el color de cabello es diferente; el de él es más claro y abundante. Podría decir que el porte es digno de un Rey, pero no lo es.
Las personas se han acercado, aun manteniéndose lejos como si no quisieran ser observados por el rey. El miedo es palpable pero la curiosidad por mi persona es aún mayor.
—Rey, Boris —menciona uno de ellos, haciendo que todos los de La Guardia se hinquen en un pie y bajen la cabeza.
Yo no hago ese tonto ademán ante él, sino lo fijo fijamente. Ladea su rostro al detallarme.
Desciende lentamente hasta mí.
Lo tengo frente a mí. Sólo necesito levantar las manos y encerrarlas en su cuello hasta que deje de respirar, el problema es que tengo las manos atadas.
—Te dije que te arrodillaras ante el Rey.
Mi siguiente acción fue como colocar una navaja en mi cuello. Decir que las órdenes son lo mío, es mentira. Además, nadie se arrodillaría ante el asesino de sus padres. Nadie, y yo no seré la excepción.
El hombre que intentaba bajarme para caer de rodillas, es recibido por un golpe de mi codo en su mandíbula alejándolo, y siendo que me encanta aprovechar cada momento de lastimar a terceros; arrojo un golpe en la mejilla izquierda con las manos atadas, logrando que caiga. Pateo su cabeza antes de ser sostenida por los hombres de La Guardia y ser colocada ante la mirada sorpresiva y curiosa de Boris.
—¿Quién eres? —susurra curioso.
—Obsidian Vaziri. Tu sobrina.
El jadeo colectivo es impresionante, deja crecer una nube sórdida.
—No puede ser.
—¿El qué? El que haya golpeado a tu hombre o se tu sobrina.
Intenta acariciar mi cabello y estoy a nada de escupirle, cuando parece percatarse que no sólo ha escuchado mi nombre y la relación que llevo con él, sino el pueblo.
Vuelve el rostro soberbio.
—¡Llévelos dentro! —grita, obligando a La Guardia arrastrarnos a mí como a Rizel dentro del castillo, lejos de las mirada curiosas.