Obsidian
Al tomar la espada que descansaba sobre unas piedras, la clavo en el cuerpo de los ojos negros de lo que parece ser un sujeto. Lleva consigo ropa tan extraña que retraigo el rostro ante el cambio.
Miro aturdida a mi alrededor. Personas de La Guardia luchan contra nosotros, pero no vienen solos. Aquellos que van enfundadas en ropa distinta resaltan de alguna forma.
El rugir de lo que sea que está clavada en la espada, me trae consigo de nuevo a la negrura de sus perlas.
—Vaziri —escupe con una voz tan extraña que puedo deducir no es humana.
Retiro la espada y no hay malestar alguno, ni un mohín.
—Líder —susurro.
La confusión está tomando mi mente con ahínco y aplastándola por el simple hecho de no entender que un Líder se viera tan espeluznante. De lejos Anura se ve así. Las diferencias son tan notorias que me hace dudar si no son otra especie de criaturas.
Todo en el Reino es posible.
Es en ese preciso momento en que caigo en cuenta que no sólo La Guardia está atacando, sino los Líderes lo hacen. El problema es que son inmortales.
La gente está comenzando a caer.
—¡Obsidian! —mi nombre gritado desde una esquina, donde la hermana Calzana está siendo sometida por tres hombres de La Guardia.
Su hermano pelea con férvida tenacidad que se derrumba cuando un Líder patea su corva haciéndolo caer de rodillas.
Soy empujada de forma estrepitosa hasta ser sujetada por hierbas que se tranzan por mis muñecas.
—Quien diría que la heredera no sólo sería de linaje Líder, sino real.
Intento zafarme, pero antes los ojos negros de aquella cosa me atrapan.
—¡Suéltame!
—¿Qué lo ordena?
—Yo.
La voz masculina de un tercero capta nuestra atención. Entre los árboles surge Rizel, o lo que parece ser él.
La última vez que lo vi no resultaba tan intimidante y alto. Su rostro sigue siendo el mismo, pero su mirar es más impávido y vil.
—¿Quién crees que eres tú?
—Rizel.
Y con un movimiento, gira la cabeza del Líder que me sostenía. Caigo al suelo de forma abrupta, ganando que el aire de mis pulmones salga dolorosamente.
—¡Detén todo! —farfullo.
Sabía que le estaba pidiendo a la persona inadecuada que detuviera la pelea que se estaba viviendo. Teniendo en cuenta que mi gente estaba muriendo no había muchas opciones para tomar. Si él pudo matar a un Líder sin titubear podría terminar con los demás.
—No puedo hacerlo.
—¡Pero acabas de matar a uno!
—¿Estás seguro de qué lo hice yo?
—¿De qué habas?
Con una sonrisa traviesa se hace a un lado, mostrando el panorama inhóspito. Las caídas de mis hombres están siendo terriblemente majestuoso.
El coraje comienza a picar en mis palmas, y al estar aún acostada en el suelo, ruedo en mi eje hasta estar boca arriba. Mi puño da al suelo y de este la tierra comienza a cimbrar. Nadie se detiene, ni parecen darse cuenta hasta que la tierra bajo nuestros pies comienza a hundirse y formar una grieta.
Ante la conmoción me levanto, observando que todo aquel que se encuentre a la orilla, cae. Los sometidos se liberan empujando a los enemigos.
Todo se detiene.
—Lárguense ahora —escupo.
—Eres solo una —reconozco que es un Líder por los ojos negros.
—Y con ello es suficiente.
Me concentro en él, y en un segundo lo que era su cuerpo, explota. Rastro de material Líder se vuelve una simple brisa. El gemido asustadizo grupal se hace en coro.
Las miradas aterrizan en mí y alimentan mi soberbia.
Pasa algo que no imagino, teniendo en cuenta que estaba con Aruna no hace mucho.
Rizel camina hacia delante de todos, posicionándose en frente y girando en su eje con esa galantería embravecida que salió a flote con su nuevo él. Y lentamente inclina su rodilla en el suelo con la mirada fija en mí y, antes de bajar la cabeza dice:
—El heredero ha vuelto.
Y de forma contigua todos hacen el espejo de Rizel, excepto aquellos que prefirieron huir; Líderes.
(…)
Repasaba entre las hileras, verificando a aquellos que habían sobrevivido y eran atendidos.
—¿Qué piensas hacer con ellos? —David está a mi lado con un labio partido, fulminando al grupo perteneciente a La Guardia que se había quedado y era custodiado por mis hombres.
—No voy a asesinarlos.
—Pero tampoco los vas a dejar andar entre nosotros cuando mataron a nuestra gente. Morir es lo que merecen.