En los brazos del enemigo

Capítulo 13

Jamás en mi vida había despertado a lado de un hombre, pero creo que puedo acostumbrarme rápido y de muy buen modo. Dominic me sonríe mientras se estira con pereza a mi lado, yo aprovecho el momento para recargar mi cabeza sobre su amplio pecho de modo que puedo escuchar los latidos de su corazón. El sonido es constante y firme, pum, pum, pum. Él reposa sus manos sobre mi espalda con tanta naturalidad como si hubiéramos hecho esto miles de veces.

—¿Tienes algún plan para el día de hoy? —me pregunta mientras juega con un mechón de mi cabello.

—Sí, estar con mi esposo —me atrevo a contestar, esperando que él no tenga otros planes.

Dominic sonríe con mi respuesta. Luego se incorpora, haciendo que yo me tenga que levantar de su pecho.

—Vamos, hay un lugar que quiero mostrarte.

Una vez que ambos estamos listos, Dominic me lleva a pasear por las tierras de los Godard hacia una zona que colinda con el bosque de Encenard. Caminamos entre los enormes árboles tomados de las manos como una pareja de enamorados y no como los hijos de dos acérrimos enemigos.

De pronto, Dominic se detiene frente a un árbol y señala una rama en donde hay algunas tablas viejas de madera que, al parecer, alguna vez tuvieron la intención de ser una casita.

—Yo hice eso cuando tenía once años. Siempre quise una casa en un árbol, como una guarida donde pasar el rato lejos de mi hogar —me explica con una sonrisa melancólica.

—Así que desde niño ya se te daba querer refugiarte en el bosque —observo.

—Sí, las peleas constantes de mis padres eran demasiado abrumadoras. Celeste siempre fue mejor ignorándolos, pero yo no podía —responde con un dejo de pesar—. Es una lástima que no haya conseguido terminarla, pero era demasiado niño para poder con el proyecto solo y mi padre se rehusó a ayudarme.

—Tal vez ahora puedas terminarla, sería un lindo lugar para que nuestros hijos jueguen —observo.

Dominic enfoca su atención en mí, como si mis palabras lo hubieran sorprendido. Luego me toma de la cintura y me acerca más a él.

—¿Así que planeas darme hijos? —pregunta inclinándose hacia mí.

—Por supuesto, yo siempre he querido una familia grande y pienso tenerla —respondo con seguridad.

—Estaré más que encantado de tener tantos hijos como desees —dice con distintas emociones refulgiendo en sus ojos.

La declaración me provoca un burbujeo en el pecho. El brillo en su mirada lo hace ver aún más apuesto de lo que ya es y me siento derretir. Las rodillas se me debilitan y no entiendo cómo una sola mirada puede afectarte las rodillas de ese modo.

Afortunadamente, Dominic parece adivinar el efecto que tiene en mí, pues en ese momento me toma de la cintura con firmeza y me acerca a él.

—¿Vas a besarme cierto? —preguntó con un hilo de voz, llena de expectativa y anhelo.

—Ni un árbol cayéndonos encima podría detenerme —declara antes de colisionar nuestras bocas.

En beso, en lugar de sosegar mis emociones, las hace estallar. Me aferro a su cuello y lo beso de vuelta con tanto entusiasmo como él a mí. No sé si haya alguien en el mundo que bese mejor que Dominc Godard, pero dudo seriamente que esa persona exista. Por un instante, me pierdo en él. Dominic se vuelve lo único que importa.

—¡Mi señor! ¡Mi señor! —la voz de Myr a la distancia es como un jalón de pies que me devuelve al mundo real.

Dominic da un paso hacia atrás mientras que yo llevo una mano a mi boca, aún aturdida por su forma de besar.

—¿Qué pasa, Myr? —pregunta Dominic claramente molesto por la interrupción.

—Su padre sufrió un colapso... no se ve bien —le informa con urgencia.

La preocupación cruza el rostro de mi esposo como un rayo. Dominic no pierde tiempo para tomarme de la mano para salir disparado de vuelta hacia su casa. Hago mi mejor esfuerzo por aguantar su paso, es difícil pues sus piernas son mucho más largas que las mías, pero si fuera yo en su lugar querría que él diera todo de sí para que llegáramos a lado de mi padre cuanto antes, así que le exijo a mi cuerpo dar su máximo.

Para cuando llegamos a la mansión Godard, yo siento que veo estrellitas por el esfuerzo de correr. Dominic está como si nada y no tiene ninguna dificultad en subir las escaleras de dos en dos hacia la habitación de sus padres. Yo, por el contrario, me voy asistiendo del barandal para no desplomarme

Ágata se encuentra afuera de la habitación, sentada sobre una poltrona con la cabeza enterrada en un pañuelo contra el que llora desconsolada.

—Madre, ¿qué sucedió? —pregunta Dominic antes de hincarse a su lado.

—No lo sé... estábamos desayunando y de pronto perdió el conocimiento —explica Ágata entre sollozos—. Pobre de mí que me quedo viuda...

—¡No digas esas cosas! —exclama Dominic, consternado—. ¿Ya mandaron llamar al médico?

—Papá no quiere, dice que no es necesario —le informa Celeste al momento que sale de la habitación de sus padres—. Por lo pronto dice ya sentirse mejor y solo quiere dormir.

—¿Estás segura? Será mejor que lo vea el doctor Moss y nos dé su opinión —dice Dominic.




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