Hace años veo a un pequeño hombre correr por las noches en mi patio, no es el gran lugar pero al menos las plantas y flores florecen cada año. Mi abuela solía decir que el duende estaba ahí desde que era niña y que, aunque ella y mi madre cuidaban del jardín, era el quien le aportaba la vitalidad que ostentaba. Sinceramente nunca creí en estas historias, pero guardando el respeto a las mujeres de mi vida nunca dije nada más sobre el tema.
Durante toda mi infancia me deje influenciar por esas historias, solía pasar las tardes rodeada de las coloridas flores y del gran y regio roble que se extendía hacia el cielo como el rey del jardín "ahí vive el duende y las hadas" aseguraba mi imaginación infantil. Con el pasar de los años seguí acompañando a mi madre y abuela en el cuidado del Edén que poseíamos con dedicación.
Como las flores del jardín, yo también crecí y deje de ver la magia que emanaba para solo admirar su belleza, sin embargo hubo una época oscura en la que una extraña plaga que parecía provenir del gran roble ennegreció y marchito por primera vez desde que tengo memoria el mágico paisaje.
Sin entender por qué mi abuela solo se sentaba en silencio frente al roble, me acerqué a ella y puse la mano en su hombro, su sonrisa parecía cubrir una tristeza que no lograba salir de su corazón mientras con su arrugada mano de uñas color menta apretaba la mía.
-Sé que te vas a preocupar-sus labios se movían sin perder la sonrisa-pero quiero que sepas, que es mi decisión; el jardín enfermo, el duende está enfermo y me pidió mi vida para sanar y con él al jardín, y yo acepte querida mía.
Mi corazón cayó al suelo al ver su sonrisa, ¿acaso pensaba en el suicidio? Sujete su mano con fuerza y la lleve adentro.
-No digas eso abuela-con cuidado la llevé a la cocina y le serví del té que había en la cocina, por primera vez mi vida había comprado hojas en lugar de tomar las del jardín-tu salud esta de maravilla y el jardín se va a recuperar, solo es una plaga pasajera.
-No mi niña-sonreía mirando a la ventana de forma soñadora-el duende enfermo, paso lo mismo con mi abuela, y como ella, yo daré mi vida por el jardín.
Con delicadeza y respeto le di a entender que estaba loca por tal idea, sin embargo ella seguía muy convencida de que tarde o temprano su hora llegaría, más temprano que tarde según ella.
Tras comentarle a mi madre ella solo me sonrió con complicidad y recomendó cuidar que mi abuela tomara todas sus medicinas. Sin embargo, su salud la llevo a postrarse en cama tan solo diez días después de que ella asegurara el final de su vida terrenal. Ningún doctor sabía que había pasado con la perfecta salud de una mujer de su edad, solo mía vuela asegurando que era el duende volviendo a la vida.
Dos semanas después, ella cerro los ojos viendo por su ventana al rey roble para nunca más volver a abrirlos, siendo una mujer amable y querida por todos tuvo un funeral concurrido, todos llevando flores hermosas que ella adoraba y cultivaba; y como si fuera una profecía el jardín rejuveneció por completo, era como si la extraña plaga nunca hubiera existido.
Tras el luto, mi madre y yo logramos volver a la cotidianidad de una madre soltera y su hija en una antigua casa que perteneció a la familia por generaciones. Los días pasaron de ser largos y pesados a pasar en un parpadeo; sin darnos cuenta ya habían pasado dieciocho años de la muerte de mi abuela y yo ya había dado a luz a mi primer hijo con un hombre maravilloso, incluso me había mudado dejando a mi madre al cuidado de una enfermera que le hacía compañía en esa gran y solitaria casa mientras cuidaba de su salud.
Aunque como las hojas en el otoño, la salud de mi madre empeoro con su edad y al cumplir sus 65 años la mujer que la cuidaba me llamo, ella quería verme de inmediato. Al llevar a la casa lo primero que note fueron las machitas flores que una vez recibieron a los visitantes al frente del que fue mi hogar de niña, parecía que había vuelto a enfermar.
-Hija-aunque un par de días antes la había visto de maravilla caminar por el jardín, hoy parecía que no podría levantar sus pies de la cama-tu abuela me llama, me pide que salve al jardín y valla con ella y el duende al roble y yo quiero ir.
Sujeté su mano con amor y le dije que se había vuelto loca, su risa fue un calmante para mi alma mientras que su mirada solo alteraba más mis pensamientos pesimistas. Con la promesa de volver al día siguiente salí de la antigua casa y volví con mi familia.
Paso más de una semana sin novedades, salvo que la salud de mi madre no mejoraba a pesar de los tratamientos que probábamos, los doctores aseguraban que era casi como si ella decidiera que era el momento. Con pesar prepare a mi hijo para la inminente muerte de su abuela y decidimos que yo me quedaría con ella y la enfermera, solo como una precaución a lo que pudiera pasar durante la noche.
-¿Señorita?-me llamo la enfermera despertándome suavemente, mire a la ventana y aún no había salido el sol-su madre no quiere despertar.
El corazón se me salió del pecho en ese instante, si ella había ido a buscarla deben ser las 4:00 am, hora de que tomara los primeros medicamentos del día. Corrí a tropezones por la somnolencia hasta la habitación donde dormía mi madre, la misma donde murió mi abuela pero remodelada para hacer un espacio aún más grande, pero conservándola vista a la ventana en toda su gloria o incluso mejor.