Susana corrió al hospital y por el pasillo hasta detenerse en la recepción y preguntar por su abuela y saber que fue lo que pasó.
Tuvo un accidente automovilístico, el chofer de su abuela perdió el control por la lluvia y el auto se estrelló de frente contra un camión. Es mucho peor de lo que esperaba.
El médico no ocultó que el asunto es complicado. No solo por el grave accidente, sino que por la edad de la mujer. Su chófer falleció en el impacto y la anciana apenas se sostiene a la vida.
Susana se dejó caer en una de las sillas de la sala de espera, aun sin aterrizar todo lo que había pasado. Y aunque nunca ha tenido una relación cariñosa con su abuela, es el único familiar directa que le queda con vida.
Sus padres también fallecieron en un accidente automovilístico en una noche de lluvia. Siente que está reviviendo la misma pesadilla. Tragó saliva con la mirada perdida, sintiendo como la soledad se aferra a sus piernas y comienza a ahogarla. No quiere volver a estar sola, no lo quiere. Apretó los dientes sintiéndose caer en la desesperación hasta que alguien se acercó a ofrecerle un vaso con chocolate caliente.
Sorprendida alzó la mirada encontrándose con una ligera sonrisa en el rostro preocupado de Antonio.
—Bebe esto, te hará sentirte un poco mejor —le dijo sentándose a su lado.
Susana tomó el vaso con desconfianza.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó mirándolo de reojo.
—Es mi jefa quien se debate ahora entre la vida y la muerte —masculló con seriedad mirando hacia la sala de operaciones—. Y también, aún solo en el papel, soy tu marido, no puedo dejarte sola en esta situación.
Susana lo contempló sin querer creerle a pesar de lucir tan sincero.
—Supongo que… gracias —balbuceó antes de beberse la bebida caliente.
—Tranquila, todo saldrá bien, yo estaré a tu lado —agregó el hombre.
Susana no pudo evitar mirarlo y al notar su suave sonrisa sintió que su corazón se agitaba. Volteó la mirada de inmediato maldiciendo su debilidad. De seguro es por la fragilidad que siente en estos momentos que cae con facilidad con esas palabras cursis.
Pasaron las horas sin que tuvieran noticias. Susana, cansada, se quedó dormida con su cabeza apoyada en las piernas de Antonio. Aquel no pudo evitar mirarla, dormir y acariciarle la mejilla mientras la contemplaba de forma extraña. Al parecer tenerla entre sus manos no será tan difícil como lo pensaba, de todas formas, Susana no es más que una huérfana con un miedo horrible de volver a quedar sola y que sería capaz de aferrarse a quien sea que le muestre algo de calidez.
Antonio entrecerró los ojos con cierta maldad en su semblante.
—No te preocupes, yo cuidaré de ti —susurró sin dejar de acariciarle la mejilla.
Las noticias que el doctor les dio más tarde no fueron del todo alentadoras. Si bien la anciana tenía aún probabilidad de salir del coma, nunca más iba a poder caminar. Susana no puede creer que esa anciana fuerte y testaruda vaya a terminar de esa forma.
Pero por lo menos aún había esperanzas, y se aferró a eso para calmar su estado de ánimo.
—Vamos a casa, necesitas descansar, comer algo y dormir —señaló Antonio y Susana solo obedeció en silencio.
No está de ánimos de discutir con ese hombre. Sin embargo, no se esperaba que en medio del pasillo fueran detenidos con brusquedad por la familia de segundo grado de los Fave. Sin palabras, el hombre mayor, el primo de su abuela, se acercó abofeteando a Susana, quien solo reaccionó retrocediendo confundida.
Pestañeó sin entender nada, llevándose la mano a su adolorida mejilla. En otras circunstancias hubiera reaccionado gritando y devolviendo el golpe, pero ahora su estado de ánimo no se presta para eso.
—Mi prima al borde de la muerte ¿Y no eres capaz de avisarnos? ¡Es tanto lo que deseas su herencia, mocosa, rebelde y ambiciosa! De seguro es todo tu culpa, de esa vida de alcohol y fiestas desenfrenadas, mi pobre prima… cuanto estrés debe haber sufrido por ti —alzó su mano dispuesto a darle otro golpe, pero esta vez fue detenido en sus intenciones.
Antonio le sujetó la muñeca con fuerzas, y ante la mirada intimidante y asesina del hombre más joven, el anciano retrocedió de inmediato.
—¿No es este el perro bastardo y obediente de mi prima? —masculló queriendo ocultar el miedo que sintió ante su presencia—. ¡¿Cómo te has atrevido a morder la mano de quien te da de comer?!
Antonio bufó antes de reírse con burla.
—La última orden que se me dio fue cuidar a la señorita Susana y eso estoy haciendo —respondió de inmediato.
El hombre tembló de coraje al escuchar como le hablaba atrevidamente.
—Te ordeno entonces que te lleves a esa mocosa y la encierres. No la dejes salir hasta que yo te lo diga.
Antonio movió la cabeza en forma negativa.
—Eso no funciona así, la única persona que me da órdenes es la señora Fave. Así que con su permiso —y sin decir más alzó a Susana entre sus brazos ante la sorpresa de todos los presentes, incluida la mujer.
Susana quiso bajarse, pero Antonio hizo oídos sordos a su petición hasta llegar al auto. Aquella se subió de mala gana sobando su mejilla, recordando lo que había pasado en el pasillo del hospital con el encuentro con esas personas y maldiciendo no haber reaccionado en ese momento.
—Maldito viejo infame, el único interesado por la herencia es él y su familia —masculló de mala forma y luego suspiró con desgana—. No les avisé porque estarían como buitres esperando la muerte de la abuela…
Suspiró frustrada. Solo reaccionó sobresaltándose al sentir la caricia de Antonio en la mejilla en donde recibió el golpe.
—¿Te duele? —le preguntó preocupado, notando como la blanca piel de la mujer se había enrojecido.
Susana lo contempló confundida antes de sonreír en forma irónica.
—¿Quieres dártelas ahora de marido preocupado? —aunque debe reconocer que se sintió bien siendo defendida por él frente a ese desagradable anciano.
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Editado: 25.11.2024