En manos de un psicópata

Capítulo 9

Susana se quedó dormida luego de llegar a casa. Ni siquiera cenó, no tiene apetito. Se encerró en la habitación y se durmió.

Antonio la observaba dormir, su rostro luce serio en intimidante. Esa es la mujer que ocupó su lugar, el lugar que le pertenecía por derecho propio. Pero su padre y su madre, dos cobardes, no fueron capaz de enfrentar a la familia con un hijo enfermo, y prefirieron dejarlo abandonado a su suerte en un orfanato mientras se llevaban a la niña que habían elegido, una chica fuerte.

Deslizó su mano sobre el cuello desnudo de la mujer, tocando su piel tibia y suave. Su respiración es tranquila y monótona, sería tan fácil acabar en este momento con ella. Apretar ese delicado cuello y dejarla sin respirar. Acabar con la existencia de la mujer que llegó a reemplazarlo tomando lo que era, en realidad, suyo.

Pero hay una obsesión que no puede entender, un sentido de pertenencia que se le escapa de las manos, la desea como suya, la quiere tener entre sus brazos sin soltarla jamás, que ella dependa de él tanto que no pueda vivir sin estar a su lado.

Por ello pasó su lengua por el cuello de Susana haciendo que aquella soltará un suave gemido sin despertar. Luego la estrechó de la cintura apegándose a su espalda, de forma que la mujer pudo sentir su agitada respiración. Besó su nuca, lamió hasta morderla, como si quisiera marcarla como suya. Esto despertó a la mujer que somnolienta sintió como las manos del hombre subía por su cuerpo y agarraban sus pechos desnudos debajo de su ropa.

—¿Qué haces? —masculló atolondrada apenas abriendo los ojos.

—Quiero sentir la calidez de mi esposa —le respondió dándole varios besos en la nuca.

Susana dejó escapar una ligera risa irónica sin abrir del todo sus ojos.

—¿Tu esposa? —musitó con voz adormilada—… ¿Quieres seguir jugando al matrimonio? ¿Tú crees que no me doy cuenta de que en realidad nos odias?

Esta última pregunta detuvo al hombre que no ocultó su sorpresa. Los recuerdos olvidados afloraron en su cabeza y la imagen de Susana siendo aún una niña vino a su mente.

¿En realidad nos odias?”, le preguntó en ese entonces con una expresión dolida y triste.

No respondió en ese entonces y ahora tampoco lo hizo. Solo la giró para besarla con pasión sin que Susana pusiera resistencia, e incluso respondió a sus caricias.

—¿Quién eres, en realidad, Antonio Vélez? —susurró Susana con los ojos cerrados.

El hombre sonrió con maldad.

—Un niño solo y enfermo abandonado en un orfanato dispuesto a vengarse de su familia biológica —susurró en su odio.

Susana pestañeó confundida y Antonio se echó a reír como si acabara de contarle una mentira. La mujer no dijo nada y solo se restregó los ojos como si quisiera despertar del todo. Antonio separó ambas muñecas y las colocó en la almohada haciendo presión.

—Soy solo un hombre que desea hacerle el amor a su mujer —indicó sonriendo en forma seductora.

Susana sintió que el calor se subía a sus mejillas y abrió los ojos, sorprendida por la declaración. Avergonzada desvió la mirada, hasta ahora ninguno de los hombres con los que se ha acostado le han dicho que quieren hacer el amor con ella, solo hablaban de sexo, de follarla. No quisiera que esto le causara mayor efecto, pero con su abuela al borde de la muerte inconscientemente se está aferrando a la única persona que tiene a su lado.

—Haz lo que quieras —señaló sin mirarlo.

Antonio, notando su rostro enrojecido, sonrió con malicia. Susana ha comenzado a caer entre sus manos y satisfecho se aferró a su cuerpo besándola.

Susana despertó adolorida, sintió que Antonio fue más enérgico que otras veces. Sus piernas siguen temblando y apenas pudo caminar al baño, maldijo apretando los dientes, culpándolo por dejarla así y además ni siquiera despertarla.

Se dio una ducha para luego vestirse y bajar a desayunar. Es sábado por lo que no necesita ir hoy a la oficina, solo comerá algo rápido e irá al hospital a ver a su abuela.

Notó que la señora de la cocina solo sirvió la porción de una sola persona y cuando le preguntó le dijo que Antonio había ya desayunado y que luego de eso salió de la casa.

Susana solo guardó silencio, no puede evitar sentir curiosidad por saber a donde había ido un día sábado tan temprano, se bebió su té, sin dejar de pensar en eso.

Las respuestas del doctor aún son más desalentadoras. La anciana no solo no podría caminar, sino que además estaba paralizada por completo, solo puede mover sus ojos. El daño a su médula espinal es grave.

Antonio se quedó en silencio contemplando a la mujer, Minerva Fave. Fue ella la que presionó a sus débiles y tontos padres para que se deshicieran de un niño que nunca quiso siquiera ver. Sin un menor cariño hacia aquella criatura que necesitaba cuidados especiales. Todo lo contrario, fue una vergüenza saber la existencia de ese ser defectuoso y tal como una herramienta en mal estado lo cambió por otro.

La anciana que siempre fue una imagen temible e intimidante, una controladora de todos los movimientos de su familia, que con su indiferencia y ansias de poder pisoteó a todos nunca previó que el niño apuesto de frío rostro, que tomó a su cargo y lo crio como un perro obediente, fuese en realidad su verdadero nieto.

El odio en los ojos de Antonio es evidente, no planea ocultarlos, y la mujer pudo darse cuenta de que no es el mismo de siempre. Maldijo no poder mover su cuerpo y reprimir la rebeldía de aquel bastardo.

Pero en ese momento el hombre sonrió, acercándose con actitud sumisa hacia ella.

—Querida señora Fave, es una tristeza verla en ese estado ¿Sabe que me recordó a mi infancia? —señaló con tono cordial que hasta ahora nunca había usado frente a ella, antes siempre se mostraba serio e indiferente—. Tuve unos padres idiotas, débiles, que fueron capaces de cometer la mayor infamia que pueden hacerle a un hijo, me abandonaron en un orfanato, por estar enfermo y débil.




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