Susana despertó en una cama ajena, tensó su mirada con los ojos fijos en el blanco cielo de la desconocida habitación. Intentó recordar en donde se encuentra es como si acabara de despertar de una horrible pesadilla.
Inconsciente se llevó la mano a su vientre que aun no ha crecido manifestando su estado de embarazo. Agudizó la mirada y poco a poco sintió que su adormecido cuerpo comenzaba a responderle. Ya puede mover los dedos, la mano y poco a poco el resto de su cuerpo.
Lo mismo con sus recuerdos. Arrugó el ceño mientras su expresión de calma pasaba a un evidente cabreo. Y el protagonista de su tragedia aparecía en sus recuerdos, Antonio Fave.
Chasqueó la lengua con fastidio y se sentó en la cama sintiendo un fuerte dolor de espalda. Lo que había pasado en el auto era el colmo, sí muy excitante… pero ¡no! Se mordió la lengua de siquiera pensar en algo así.
—Maldito infeliz, no debería siquiera intentar controlarse sabiendo de mi estado —masculló con enojo sobándose bajo la cintura.
Las blancas cortinas de la habitación se mecen con suavidad. La habitación es amplia, y limpia, con una cama de gran tamaño de tonos cremas y claros. No le gusta, no le gusta lo blanco del lugar. Le hace recordar un pasado de su infancia que no quisiera, donde recuerdos fugases de ella misma sollozando sobre un cuerpo inerte cubierto con una sábana blanca perturban su ánimo.
Hizo el ademán de querer levantarse, pero sus piernas aun adormecidas no parecieron responder. Aun sorprendida la puerta se abrió en ese momento.
—Ya ha despertado, señora, eso es bueno, el señor se alegrará en cuanto le dé la noticia —la voz de una mujer mayor inundó sus oídos.
Confundida Susana miró a la mujer. La expresión severa de la recién llegada contrasta con su suave y amable tono. El cabello blanco luce bien ordenado sin un cabello fuera de lugar, la mirada clara y que parecía estar atenta a cada movimiento de quien acaba de llamar “señora”
—… ¿Dónde estoy? —preguntó sin saber a que lugar la llevó aquel loco desenfrenado.
La mujer la miró seriamente sin mostrar gesto alguno en su rostro, pero con tal semblante que la hizo sentirse una tonta por preguntar tal cosa.
—Esta es su casa, mi señora —respondió en un tono extraño.
Susana no pudo ocultar la mueca que apareció en su rostro, y sus ojos bajaron hacia sus manos como buscando en donde se escondió la cordura de todas estas personas.
¡¿Cómo diablos va a ser su casa si ni siquiera sabe que lugar es este?!
¿O acaso el idiota insano de Antonio la mandó a un manicomio y se están burlando de ella? Claro, que mejor venganza que encerrar a tu supuesta “usurpadora” en un manicomio para que después que de a luz robarle su bebé.
No debería siquiera dudar que algo así no fuera posible ¿Acaso no le dijo que siempre quiso aplastarla y pisotearla hasta arruinarle la vida? Que mejor manera de encerrarla como loca manipulando desde el director del psiquiátrico hasta las enfermeras.
Palideció porque a medida que más piensa en eso más real se le hace. Alzó la cabeza mirando el blanco de las paredes, de la habitación, la cama de tonos cremas. Lo único que hace contraste es el velador y la cabecera acolchada de la cama que son de color caoba.
—Ordenaré que le traigan el desayuno a la cama —dijo la mujer ante el silencio y los extraños gestos de Susana.
—¡No! Quiero saber en donde se metió ese tipo, y necesito mis cosas —intentó ponerse de pie en vano y volvió a maldecir entre dientes.
La mujer arrugó el ceño antes de responderle.
—Esta es la casa del señor Fave y su esposa, usted. Y en cuanto a “ese tipo” no sé si se refiere al señor o a otra persona.
—Antonio Fave —agregó Susana con una expresión tan rara que incomodó a la empleada.
Es imposible no pensar si acaso la esposa de su jefe no ha perdido la razón porque si es así empieza a entender las extrañas reglas de esta casa.
—Salió hace una hora ¿Quiere que le avisé en cuanto llegue? —le consultó con calma.
—No, quiero que me pidan un taxi, debo salir ahora —a pesar de la debilidad de sus piernas y que estás no dejaban de temblar por culpa del fogoso encuentro dentro del auto pudo llegar al closet.
Necesita vestirse con rapidez, pero al abrir el mueble lo encontró completamente vacío. Retrocedió con una mueca irónica, Antonio le ha dado otro golpe adelantándose a sus intenciones. Claro, ahora lo único que lleva encima es una enorme camisa de hombre, pero no puede salir a la calle solo con eso.
No hay zapatos, no hay ropa interior, no hay nada que pueda usar.
—¿Qué pasó con la ropa que traía puesta? —preguntó a la mujer girándose con amargura.
—Su ropa fue enviada a lavar —respondió con una calma que desborda la paciencia de Susana.
—¿Y mi cartera? ¿Mis documentos? ¿En dónde está todas mis pertenencias? —pareció alterarse, pero aun así la mujer mayor solo la contempla tranquilamente como si ninguna de sus reacciones le fueran inesperadas.
—En manos del señor —respondió.
Susana quiso reírse de aquella trampa, es evidente que para evitar que huya Antonio se ha apoderado de todas sus cosas. Tensó su rostro apretando los dientes mientras se dejaba caer sentada a la cama incrédula por todo lo que está pasando.
“Ese maldito no sabe con quien se está metiendo” pensó respirando más tranquila.
No va a permitirle que maneje su vida como si le diera la regalada gana.
—Llamen a un taxi debo salir —aun si deba salir solo con esta camisa y una sabana atada a la cintura no va a quedarse en este lugar.
—El señor dio ordenes de no dejarla salir —fue la respuesta de la mujer y Susana se dirigió a ella sin creer lo que acaba de escuchar, aunque claro era evidente.
Se dirigió a la empleada tomándola de ambos hombros.
—Llame a un taxi o hagan lo que hagan saldré caminando de este lugar —habló amenazante.
Sin embargo, ni su actitud ni palabras provocaron efecto alguno en la serena mirada de la mujer. Incluso le pareció verla sonreír haciendo que la situación fuera aun más perturbadora de lo que hubiera imaginado.
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Editado: 25.11.2024