Volver a casa de los Fave es algo que Susana jamás se esperaba. Sobre todo, sabiendo el rencor que Antonio carga por el abandono de su familia.
Pero no se opuso a la idea, en realidad eso le daba más posibilidades de planear una huida, tiene amigos que pueden ayudarla e incluso hasta podría encontrarse con su vieja socia. Además, la abuela Minerva sigue viva según lo sabe. No ha visto noticias que declaren la muerte de la matriarca de la familia.
Con todo, acató en silencio, con un examen médico que autorizaba el viaje de vuelta a su país pronto volvió a su viejo hogar.
Aquella enorme casa de fría fachada, rodeada por arbustos bien cuidado y un jardín al fondo cerca de la pérgola cuyas flores comenzaban a abrirse, le trajo recuerdos de su infancia.
No precisamente recuerdos felices, pero sí la sensación de bienestar que sintió al darse cuenta de que no volvería a pasar hambre ni frio, ni estar expuesta a la maldad de los niños mayores del orfanato. Sus padres adoptivos nunca la quisieron, es cierto, y es verdad también, aunque quisiera negarlo, que su deseo de tener una familia y ser amada solo se enfocó en la severa mujer al mando de los Fave.
Minerva Fave no era una abuela cariñosa, no era de esas ancianitas que miman a sus nietos y los colman de golosinas u amor. No, pero por lo menos a diferencia de los demás no fingía que Susana no existiera. Al contrario, solía estar atenta a todos, desde su vestimenta, comportamiento, notas en la escuela. Ella esperaba que la niña que había traído fuera el futuro de la compañía. Pero se equivocó, Susana no ambicionaba eso, y no porque dudase de sus capacidades, simplemente porque no quería usar su talento para beneficios de una familia que nunca la consideró como un miembro de su clan.
—Este lugar debe traerte recuerdos muy bonitos —le susurró Antonio al oído, con malicia, luego de verla tan callada.
Contrario a lo que fue en realidad al parecer sigue creyendo que su infancia fue colmada de todo lo que a él le robaron.
—No te hagas ideas —respondió Susana arrugando el ceño—. ¿Por qué tenemos que estar aquí?
—Será nuestro hogar, nuestro hijo se criará acá —respondió adelantando sus pasos—. Él tomará el lugar que era mío desde un inicio.
La mujer tensó su mirada mordiéndose los labios, y no se movió de su lugar mirando de reojo la enorme mansión.
—No me gusta, no quiero, odio este lugar —respondió sin pensarlo.
Cuando Antonio se giró hacia ella al escuchar esa respuesta no ocultó su sorpresa. Solía recordarla siempre como una niña de sonrisa siniestra y burlona, como una princesa mimada y cruel. Pero su expresión de ahora, que muestra total desagrado, es opuesta a lo que se esperaba.
—Pensé que te gustaría vivir en el lugar donde te criaron —exclamó con ironía—. ¿Qué pasa? ¿Tienes miedo de vivir conmigo en esta casa?
—No quiero que mi hijo viva en este lugar —respondió apretando los dientes.
Antonio se acercó hasta estar frente a ella a unos centímetros, su expresión no parece muy agradable, incluso hasta se podría decir que un gesto amargo se dibujó en su rostro.
—¿Por qué? —le preguntó sonriendo a la fuerza.
Susana no respondió en el acto, incluso bajó la mirada intimidada por ese semblante furibundo que antes no había visto en ese hombre ¿Acaso tanto le molesta que se niegue a vivir en esa horrenda casa?
—¿Piensas que yo no merezco vivir aquí? ¿Me sigues viendo como alguien inferior? ¿Sigues pensando que soy solo un perro bastardo? —el tono como hizo esa pregunta la obligó a levantar la mirada, es evidente que la está mal interpretando, pero ante los ojos penetrantes de Antonio su lengua se paralizó—. ¿Piensas que es una vergüenza que yo entre a ese lugar como el presente patriarca de la familia?
Ambas manos del hombre se posaron sobre sus hombros aplicando una dolorosa presión ante su silencio, pero Susana reaccionó apartándolo de un empujón de su lado y se mordió los labios sin notar que sangraba.
Nunca se había sentido tan impotente en su vida.
—Si quieres creer eso es asunto tuyo —y dicho esto salió de la habitación.
Antonio no la siguió. Caminó por el jardín buscando una calma que no pudo encontrar y detuvo sus pasos cerca de la vieja glorieta en donde su madrastra solía beber el té con sus amigas.
“Es una niña muy linda”
“En vista de todo el mundo es una digna futura heredera de los Fave”
“Lastima, querida, que no puedas tener más hijos”
Y esos ojos penetrantes, envidiosos, llenos de maldad y mentiras se detenían en la imagen de la niña que no dejaba de mirarlas desde un rincón del jardín.
“Pues, haga lo que haga, nunca dejara de ser un pez del cardumen” señaló su madre mirándola en forma despectiva.
Susana se quedó quieta, tal como actuó en aquella ocasión luego de escuchar esas palabras, hasta que el ruido del estanque la obligó a girarse, solo para ver que uno de los peces de un saltó cayó fuera del agua.
Avanzó hacia el estanque y tomó al pez entre sus manos contemplando el reflejo de su rostro en el agua.
“Mamá, se ahogó, se volvió un pez ¿No es así?” y aquel niño de extraña mirada, de esos repentinos recuerdos de su pasado solo sonrió luego de decir esa frase antes de desaparecer.
El ruido de unas aves huyendo por entre los árboles la hizo reaccionar y volver al presente y darse cuenta de que el pez que sostenía con fuerza entre sus manos no puede respirar. De inmediato lo lanzó al agua antes de retroceder y salir de ahí.
No recordaba nada de eso, ni a su madrastra hablando de ella en la pérgola ni al niño que le dijo esto frente al estanque.
—Ese niño… ese niño era Antonio —repitió mientras camina a otra dirección tomando su teléfono y marcando los números que recuerda.
Por un descuido de Antonio había podido recuperar su teléfono y al fin podía llamar a sus viejos amigos y pedirles ayuda para huir de este hombre.
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Editado: 25.11.2024