El demonio abrió los ojos y maldijo en voz alta cuando la claridad del día le hirió los ojos haciendo que los cerrara nuevamente.
"Juraría que había cerrado la ventana." Pensó parpadeando. Se acomodó en la cama y comenzó a estirarse desperezándose, deshaciéndose las sábanas en el acto.
Lo primero que vio cuando sus ojos se adaptaron a la luminosidad fue que, efectivamente, la ventana se encontraba completamente abierta dejando entrar los potentes rayos del sol. Lo segundo que notó fue que Angeliel no se encontraba con él en la cama.
Aquello provocó una reacción instantánea en el demonio, quitándole el sueño casi de inmediato. Se levantó de un salto y pasó la vista rápidamente por toda su habitación, escaneándola en cuestión de segundos.
El ángel no se encontraba allí.
El pánico inundó sus sentidos, lo único que pasó por su mente en ese momento fue que de alguna manera habían descubierto al ángel en su habitación y lo habían llevado a saber dónde diablos, pero si se detenía a pensarlo, el escándalo que se hubiese escuchado si los demonios encontraban a una presencia angelical en su territorio hubiese bastado para despertar a Damon y a todo el continente de paso.
Así que a pesar de lo inquieto que se encontraba de momento, respiró hondo intentando estabilizarse. Necesitaba salir de su habitación para saber si Angeliel habían dejado algún rastro que él pudiera seguir.
Sin embargo, cuando giró la manilla, realizó que la puerta seguía estando cerrada con llave, por lo que el ángel, definitivamente, no pudo haber salido por allí.
El demonio se volteó para mirar la ventana y sintiéndose un idiota, se dio cuenta de que Angeliel había salido por ella y que por esa razón se encontraba abierta en primer lugar.
• • •
Ya había pasado dos horas desde que se había ido del castillo demoniaco (un apodo que le había puesto sin pensar, pero que terminó por agradarle), y ahora se encontraba paseando por el mismo parque de siempre.
Había algo sobre ese lugar que le hacía sentir calmado y seguro, por lo que a pesar de que se estuviese arriesgando a atacar a otro humano, de verdad necesitaba despejarse, aunque fuera por tan solo unos minutos.
Los humanos que pasean absortos en sus propias vidas, parecían ignorar completamente su presencia. Los humanos siempre le notaban si él les hablaba primero, si no lo hacía, ninguno parecía si quiera notar que existía.
Antes, ese detalle no parecía molestarle, sin embargo, ahora, le hacía sentir muy insignificante.
Todo lo que Angeliel había sacrificado por ellos y estos ni si quiera le recordaban.
¿Por qué lo seguía intentando? ¿Por qué seguía tratando de seguir el buen camino? ¿No sería más fácil rendirse y que le cortaran las alas?
El ángel suspiró. Seguramente aquello sería menos doloroso.
Tan sumergido estaba en sus pensamientos, que no se percató de que una pequeña niña corría hacia su dirección con una velocidad impresionante. El ángel dejó escapar un sonido ahogado justo cuando la pequeña estrelló contra él haciéndole perder el equilibrio.
Angeliel sujetó a la niña con tal de que no se hiciera daño. Luego con cuidado la apartó un poco de sí mismo para poder incorporarse y arrodillarse frente a ella para inspeccionar alguna posible herida.
– ¿Te encuentras bien? – Preguntó, la niña abrió sus ojos, que anteriormente se encontraban fuertemente cerrados, esperando el impacto, y pudo observar que eran de un hermoso color iris.
– ¡Sí! – Exclamó la pequeña. –Gracias...– Angeliel le sonrió, a lo cual ella se la devolvió tímidamente.
–No hay de que...– Dijo el ángel para luego voltearse y seguir su camino. Sin embargo, apenas pudo dar dos pasos cuando la niña dio una exclamación, que le hizo voltear inmediatamente alarmado. Los ojos de la pequeña brillaban llenos de asombro.
– ¡Tienes alas! – Exclamó apuntando hacia la espalda del ángel, quien la observó paralizado.
– ¿Qué fue lo que dijiste? – Preguntó Angeliel sin creer lo que sus oídos habían escuchado.
– Tienes unas hermosas alas, señor. – Respondió la niña nuevamente con la inocencia propia de un niño de su edad. – ¿Eres un ángel? –
El ángel se quedó sin habla. Se suponía que ningún humano tuviera la capacidad de ver las alas de ningún ángel. No tenía sentido, aquella pequeña definitivamente podía ver las suyas.
– ¿Cómo te llamas, pequeña? – Dijo suavemente evadiendo su pregunta.
–Me llamo Rose...– Sonrió. – ¿Eres un ángel? –
Angeliel le devolvió la sonrisa completamente derrotado.
–Sí, pero debe ser nuestro secreto. – Susurró, la pequeña asintió fuertemente y mientras se cubría la boca con ambas manos.
–Señor ángel, ¿puedes llevarme con mi mamá? – Rose se le acercó para tomar su mano, Angeliel se asombró de lo pequeña que era la mano que le sostenía fuertemente.
– ¿Y dónde está tu madre? – Rose hizo un ruidito y frunció el ceño, como si fuera obvio que el ángel debía de saberlo.
–Los adultos me contaron que mamá está en el cielo. –
Angeliel abrió los ojos sorprendido, no se había esperado esa respuesta para nada y su corazón se estrujó de la pena.
–Lo siento, corazón, no puedo llevarte con ella. – Le respondió lo más gentilmente que pudo. La decepción que mostró la pequeña en sus ojos fue suficiente para que el ángel se sintiera un monstruo.
– ¿Y está bien? ¿Es feliz? –
–Estoy completamente seguro de que ella es feliz y debe estar vigilando por tu bienestar allá arriba, esperándote. – La pequeña le sonrió mientras apretaba más su mano. – ¿Y quién cuida de ti? –
–Los adultos del orfanato. –
– ¿Y sabes dónde queda? Puedo llevarte hasta allí. – Rose parpadeó como si hubiese salido de un trance y estuviera de vuelta en la realidad. La pequeña le miró llena de terror.
– ¡No! Por favor, no me devuelvas a ese lugar. – Exclamó aferrándose del brazo del ángel. –