Eloise.
Me miro en el espejo, mientras mis damas están detrás de mi esperando el momento.
Me miro y hago que una sonrisa salga de mí, este es mi destino y he de enfrentarlo.
Hace dos meses que recibí por la noche a Mikael Regan, de ahí no he vuelto a saber de él todo lo necesario ha sido a través de Ronald. He ido al palacio y no se ha encontrado, la invitación a mis nupcias la tuve que entregar a su hombre de confianza.
Alisó el vestido y volteó a ver a mi madre que entra entusiasmada al verme por fin vestida de novia.
—Llegó el día, majestad. —me voltea y me hace reverencia, antes de dejarme un beso en la mejilla.
—llegó el día.
—cambia esa carita y pon una de dicha. —me toma de las manos y guarda silencio por un instante, —te deseo lo mejor siempre.
Asiento.
La puerta vuelve a abrirse y no se que estoy esperando cuando entran a dejar mi perfume.
No digo nada, me rocían de el y las campanas comienzan a repiquetear.
Hace un mes después de que él estuviera aquí, se casó, la boda fue demasiado privada, mi madre asistió en mi presencia, ya que yo no quería figurar nada en su vida. Todas las campanas de las capillas de los cinco reinos tocaron en su honor cuando se dio el sí. Se calculó el tiempo y cuando escuché las de Basset quise pararlas, no se con que fin hizo esa petición.
Se dice que su pueblo y el de su ahora esposa festejaron grandemente, su Rey ahora había empezado una hermosa historia de amor con una mujer que era muy “Modesta” fueron las palabras de los que informaron, una mujer que salió y compartió con el pueblo de Regan su gran dicha, una mujer que muy probablemente dejara huella, lo que más sorprendió a todos fue el que no la coronara como reina consorte, sino como Princesa real de Regan. Algo que a Leobard no le gusto mucho, pero que tuvo que conformarse ya que al menos era la esposa oficial.
Ahora quien luce un vestido blanco y caminará hacia el altar soy yo. Cuando salgo veo a mis mujeres de la alta guardia con sus uniformes que resaltan y hacen resaltarme aún más. Me siguen mientras abordo mi carruaje y ellas se posicionan en sus caballos. Siendo así el comienzo de una nueva etapa en mi vida.
Por la ventana detalló a mi gente, quienes esperan lo mejor de mí, como su representante en la tierra.
Me sorprendo al ver en las calles y farolas macetas con narcisos blancos. Es bien sabido que en Basset eso no se da aquí. Evitó verlos porque se de donde vienen.
—Lilian los envió en modo de regalo.
Asiento a lo que mi madre dice.
Cuando llegó a la iglesia, desciendo del carruaje y camino por la alfombra roja, la guardia cuida que las personas no se interpongan y avanzó mirando al frente.
La música suena y yo veo tan lejano el altar.
Veo dónde se sienta el consejo, donde están sentados condes, vizcondes, Lores, y demás y dónde la realeza de cuatro reinos nos acompañan, veo a Ronald con Lysa y los Duffy, veo a los Connolly en primera fila y veo a Lilian Regan con su actual nuera acompañadas de Leobard, y no se si siento felicidad o tristeza al no detallarlo a él entre ellos. Sigo con mi caminata y veo al hombre que espera al lado del Arzobispo.
La celebración religiosa comienza y el sermón se alarga diciendo lo bien que hace que una mujer y un hombre unan sus vidas por el resto de los tiempos.
—Yo el Príncipe Arthur Philippe Douglas Connolly; acepto en matrimonio a la Reina Eloise Basset I, prometo amarte, protegerte, defenderte, serte fiel y respetarte por el resto de mi vida, en la salud y enfermedad, en la riqueza o pobreza, en tu mandato siempre seré tu fiel seguidor. —me coloca la sortija.
—Yo Reina Regente Eloise Basset I…
el sonido de las puertas abriéndose hacen que el viento entre de manera tan fuerte, todos voltean a ver porque la interrupción, y la sombra del hombre que entra hace que todos sin excepción se pongan de pie, y la ola de reverencias inicia conforme avanza. Si quieres definir a una persona que denote poder y autoridad es el claro ejemplo de Mikael Regan, quien viene vestido completamente de negro, la corona reposa sobre su cabeza y el que se haya dejado crecer la barba y un poco el pelo lo hacen ver más maduro. La capa se le levanta por última vez antes de cerrar las puertas. Mira fijamente hacia el altar, sé que está enojado, ya que no suele ser tan serio como ahora que camina en busca de un lugar hasta el frente para sentarse.
Él que el arzobispo y mi prácticamente esposo se reverencien me hace ver rara ya que todos están en esa misma posición de máximo respeto menos yo, por lo que sólo intento agachar la cabeza, pero me dice que no con los labios.
Se voltea y dice tranquilamente:
—Se adelantaron a iniciar con esta… celebración marital… continúen.
Sigo viéndolo mientras toma asiento.
—Majestad, continúe. —me susurra el arzobispo. No esperaba verlo aquí, creí que el que yo no fui a su boda era un claro mensaje que yo no lo quería aquí, me mira y se ríe descaradamente.
—Yo… Eloise Basset I, acepto en matrimonio al Príncipe Arthur Philippe Douglas Connolly… para protegerte, defenderte… en la salud y en la enfermedad, en la riqueza o pobreza y que me acompañes en mi mandato. —veo la cara del que oficia la palabra de Dios, al que ahora es mi suegro y cuñado, a mi esposo y a mi madre, al ver todo lo que me he saltado en los votos. Le coloco la sortija.
—Lo que ha unido Dios que no lo separe el hombre, Los declaró marido y mujer. Pueden ir en santa paz. —dice el hombre de túnica dorada.
Arthur me deposita un beso corto en la mejilla y yo hago lo mismo.
Avanzamos a la salida ignorando por mi parte a todo el mundo.
Subimos al carruaje y nos disponemos a ir al palacio.
—¿Se te olvidaron los votos?—me cuestiona sin verme.
—No.
—¿entonces porque omitiste tanto?
—Me dieron muchos nervios.
—Bien.
Cuando llegamos a la recepción, tomo la primera copa de vino que me ofrecen. Cuando veo que el hombre que no esperaba ver hoy se adentra muy propio a la mesa reservada para él.
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Editado: 11.12.2024