CAPÍTULO 1
AÑO 1997 - 23 años atrás...
Trini - 10 años
La noche estaba fresca, pero logré escabullirme al patio de mi casa sin que mamá me obligara a ponerme un abrigo. Contenta con mi pequeño subterfugio, corrí hasta los árboles que limitaban con el terreno de mi casa, y seguí corriendo hacia el claro que había en medio de los árboles. Me habían advertido ya muchas veces que no querían que anduviera sola de noche por ahí, pero no me importaba.
Sé que con diez años debería ser más temerosa, pero desde que tenía uso de razón corría por ese bosque. Era como mi segunda casa y lo conocía como la palma de mi mano. No había nada que temer. Amaba mi casa. Era todo lo que una niña como yo podía desear. Tenía un dormitorio todo para mí, muchas habitaciones para explorar y jugar, y en el patio mi papá había mandado instalar juegos de parque: unas hamacas, un tobogán y hasta un arenero...¡era como tener mi propio castillo!
Cuando llegué al claro, me acosté en medio del pasto y las hojas que habían caído de los árboles. Cerré los ojos, inspiré profundamente, los abrí y comencé mi pasatiempo favorito: contar estrellas.
Sí, sé que no es muy normal que una niña de diez años se entretenga contando estrellas, pero así era yo: tímida, de pocas palabras, con pocos amigos, disfrutaba mucho más de la soledad que de estar acompañada. Mi madre no paraba de decirme siempre lo mismo: "Si te pones a señalar estrellas te saldrán verrugas", pero yo no tenía miedo. Lo hacía desde los siete años, y hasta ahora, mi pequeño cuerpo estaba libre de verrugas. ¿Por qué los adultos serían tan fantasiosos? Y luego dicen que los niños nos inventamos cosas...
Contando estrellas comencé a imaginar. A pesar de ser una niña solitaria, guardaba en mi corazón un anhelo desde que tenía memoria y que se repetía cada vez que me acostaba en el pasto: quería crecer, y cuando fuera el momento adecuado, tener un esposo que me hiciera feliz, que fuera como yo, que no tuviera miedo de contar estrellas, y tener una casa hermosa y llena de niños que corrieran por todas partes.
Seguramente este deseo nacía de mi experiencia con el matrimonio de mis padres. Ellos eran la viva imagen de la estabilidad. Vamos, tampoco eran perfectos. Tenían sus problemas, pero siempre los resolvían juntos, con respeto, verdad, y sobre todo amor. Ellos dos eran mi escudo y mi apoyo cada día. Nunca los había visto discutir, porque según me decía siempre papá: -Trini, los problemas de papá y mamá los arreglamos entre nosotros y puertas para adentro-. Esa frase siempre me quedó muy grabada, y era lo que había vivido con ellos. Mis padres eran el vivo ejemplo del amor, y su matrimonio era lo que yo quería para mi vida, a pesar de mi corta edad.