AÑO 2017 - 3 años atrás - Septiembre.
Prometo guardarte
en el fondo de mi corazón,
prometo acordarme siempre
de aquel raro diciembre.
Nena Daconte.
Era la tercera vez que vomitaba en la mañana. Maldito virus. Francesco había estado igual la semana anterior, y ahora me tocaba a mí. Hacía dos días que no probaba bocado. Apenas podía pasar el agua, y tomando sorbos muy de a poco.
También había algo más que me inquietaba: tenía un retraso de dos semanas, algo muy poco frecuente en mí. Pero no había querido decirle nada a Francesco. No después de las desilusiones que nos habíamos llevado en todos estos años. Estábamos buscando un bebé casi desde que nos habíamos casado, y aunque clínicamente estábamos sanos, el bebé no venía. Decidí callarme para no generar falsas expectativas.
Pero pasó una semana y seguía igual. Con el mayor de los miedos, llamé a mi hermana, le conté mi temor y le pedí que se encontrara conmigo en una farmacia cercana. Cuando nos encontramos, ya tenía las manos llenas de bolsas de papel. Llegué a contar cinco. Insistió en que nos metiéramos en una cafetería y fuéramos al baño. Una vez allí echó con muy pocos modales a una señora que estaba retocándose el maquillaje, cerró la puerta del baño, y me entregó cuatro de las bolsas. Cada una contenía un test de embarazo.
-¿Por qué cuatro, Irina? Creo que con uno solo ya basta para tener el resultado-. Dije sin mucho ánimo.
-Lo sé, pero tengo el presentimiento de que esta vez será positivo, y quiero estar súper segura antes de gritarle al mundo que voy a ser tía-. Dijo sonriente. -Bueno, vamos, que tienes cuatro palitos que mear- gritó mientras me empujaba al retrete.
Después de lo que me pareció una eternidad, aunque en realidad fueron tres minutos en cada test, miré las ventanas de las diferentes pruebas. Los ojos se me abrieron como platos mientras contemplaba el mismo resultado cuatro veces: dos rayas, una cruz, una carita sonriente, y el texto "Embarazada".
Me tapé la boca con la mano y los ojos se me llenaron de lágrimas. Mi hermana se asomó por encima de mi hombro y pegó un grito que se escuchó en toda la cafetería. La hice callar, entre lágrimas y risas, y me dijo:
-Bueno, creo que puedo darte esto entonces.- Me entregó la quinta bolsa que había traído. La abrí, temerosa, y cuando vi el contenido, rompí en llanto nuevamente.
Un chupete. La bolsa solo contenía un pequeño chupete de color rosa.
-¿Rosa, Irina?¿Y qué pasa si es varón?- pregunté.
-No lo será, hermanita. No hay chance de que esté bebé sea un varón. Sé que es una niña-. Dijo, segura. Y la abracé.
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Esa misma noche, presa del enfebrecido entusiasmo de Irina, fuimos a cenar a la casa de mis padres.
Cuando terminamos de comer el postre, le pedí a Fran que me acompañara a nuestro claro del bosque. Caminamos tomados de la mano hasta llegar. Una vez allí, como cada vez que íbamos, nos recostamos en el suelo y comenzamos a mirar las estrellas.
-¿Quién empieza a contar? Hoy no quiero verrugas- bromeó Francesco.
-No-, lo corté. -Hoy quiero que busques la estrella más brillante.-
-Eso es fácil. Es Sirius. Ahí está-, me respondió haciéndose el sabihondo.
-No, no es así. La estrella más brillante hoy no está en el cielo. Está aquí- dije, señalando mi vientre. Tomé su mano y la puse sobre la mía. -Aquí adentro está nuestra estrella.-
Sus ojos se llenaron de lágrimas en ese mismo momento. Las manos le temblaban.
-¿Es en serio? ¿Vamos a ser papás?- las lágrimas ahora corrían por sus mejillas.
-No, no vamos a ser papás. Ya somos papás- Dije, y lo besé.
-Para siempre, amor.-