AÑO 2017 - Diciembre - 3 años atrás
Prometo encender en tu día especial una vela,
y soplarla por tí,
prometo no olvidarlo nunca.
Nena Daconte.
-¡No te olvides de llamarme apenas confirmes! Ni un minuto más, ¡y con video por favor!-
Puse los ojos en blanco ante la insistencia de Irina, que se había autoproclamado la tía número 1. Ese día teníamos el ultrasonido estructural. En él se puede ver el sexo del bebé. Como ella estaba convencida de que era una niña, simplemente quería que se lo confirmáramos.
Yo me sentía algo inquieta. No sabía por qué, pero sentía algo raro, como ansiedad, o la sensación de que algo no andaba bien. Ese sexto sentido me alarmaba más porque nunca me fallaba. Mi madre y mi abuela decían que era "de brujas", porque a ellas también les pasaba, pero para mí no era muy agradable que digamos. Sobre todo porque las veces que lo había sentido, mi pálpito se había confirmado. Y siempre se trataba de malas noticias. Me ocurrió una vez, cuando Irina había peleado con mis padres y se fue enojada con el coche. Quise gritarle que se detuviera porque tenía un mal presentimiento. Se lo conté cuando la fui a ver al hospital, luego de que había chocado y tenía su brazo enyesado. Me hizo prometerle que la próxima vez no esperaría el choque para decírselo. Me había pasado también cinco años después de casarnos, cuando habían citado a Francesco a la oficina de su jefe. Tuve el presentimiento de que lo iban a despedir. Y así fue.
Y lo sentía ahora nuevamente. Basándome en las experiencias previas, no quise contarle a nadie. Estaba esperanzada y aterrada a partes iguales. Me reprendí mentalmente y me obligué a ser optimista. Nada estaba mal. Todos los estudios hasta el momento mostraban un bebé perfecto. El embarazo marchaba perfecto. Todo estaría bien.
Nos hicieron pasar a una sala donde me harían el ultrasonido. Me pidieron que subiera a la camilla y descubriera mi abultado vientre. Respiré hondo mientras la doctora me ponía el frío gel y me pedía que me relajara con una sonrisa. Francesco me tomó de las manos. Estábamos a segundos de ver a nuestro hijo nuevamente. De pronto, en la pantalla frente a nosotros apareció la clásica imagen del ultrasonido. La doctora comenzó a mover rápidamente el aparato sobre mi barriga. Ya no sonreía. Tragué saliva e intenté ignorar su evidente nerviosismo. Entonces habló.
- ¿Es vuestro primer hijo?-
- Así es-, respondió Francesco.
- Yo...lamento tener que darles esta noticia pero...no encuentro los latidos. Lo siento mucho-
Cuatro palabras. No sabía que la vida se puede desmoronar con solo cuatro palabras. Imaginé que los huracanes emocionales necesitan de, al menos, una frase más larga. No cuatro putas palabras. Ciertamente hubiera preferido un huracán antes que escuchar esas cuatro palabras.
Miré a Francesco. Él me miró, incrédulo. Solo pudo apretar mis manos mientras que las lágrimas comenzaron a correr por mis mejillas. La doctora nos dijo que podíamos tomarnos todo el tiempo que quisiéramos, mientras que nos explicaba paso a paso lo que hacer a continuación. Para mí fue toda una nebulosa. Las palabras ya no significaban nada para mí. Cuatro de ellas acababan de arruinarme la vida. Ya no volvería a sonreír. Ya no volvería a sentir. Estaba rota.
Y así seguí. Rota. Mientras los que me querían intentaban darme ánimo. Mientras Irina se tiró de rodillas y me abrazó el vientre aún abultado y lloró conmigo. Mientras pasé dos días en el hospital pariendo a mi hija muerta. ¡Qué contraste!, ¿no? Parir es dar a la vida, dar a luz; y yo tuve que dar a luz la muerte. Cuando logré expulsarla, la doctora me dijo que era una niña. Yo ya lo sabía. Y su tía también. Francesco la tomó en sus manos. Era tan pequeña que cabía en ellas, me la acercó para que le diera un beso en su frente y solo pude decirle lo que sentía: -Te amamos, Estrella-.