"He venido para guiarte hacia la otra orilla, a la oscuridad eterna, en el fuego y en el hielo."
— Dante Alighieri
— Espero, sin embargo, que mi franqueza sirva para que reconsideres nuestro acuerdo original: una pregunta por una pregunta, una respuesta por otra respuesta.— D'Angello ignoró su provocación.— Eso pareció saciarnos a los dos, ¿no es así?
Stefano pudo confesar secretamente, en algún rincón oscuro de su mente, que nunca se había sentido más hambriento.
— Volvamos al arreglo original entonces.
Vender algunos detalles menores de su vida no le resultó en un perjuicio tan grande como había esperado al principio, y ella había sido sincera respecto a sus preguntas, no sólo ayudando a condenarse así misma, sino a revolucionar el campo de la psicología criminal para las generaciones futuras. Siempre fue consciente de lo valiosa que fue su mente para analizar y diseccionar.
D'Angello mostró sus colmillos al sonreír, un brillo macabro en sus ojos ambarinos. Lució positivamente depredadora.
— Por favor, comienza, tú eres el invitado.— hizo un gesto, inclinando la cabeza de forma respetuosa, la imagen del refinamiento y la sutiliza. Ella fue una excelente dama de sociedad.
— ¿Por qué aparecen serpientes en todos sus asesinatos? — no fue la pregunta más apremiante que pudo realizar, no después del descubrimiento de cinco cadáveres pertenecientes su familia, pero el destello de sorpresa en su rostro femenino fue suficiente para saber que era la opción correcta.— Rafael de Luca, su caja toráxica fue vaciada para que múltiples serpientes vivas anidaran allí. Mario Greco, una mamba negra unió su garganta a su recto. La masacre de la familia D'Angello, cabezas de serpientes en la boca de cada miembro, entonces, ¿por qué?
Stefano sintió autosatisfacción, sabiendo que esta sería otra de las grandes piezas que uniría el entramado que ella había enredado por completo para su propio beneficio.
Eso fue hasta que D'Angello contestó.
— Quizá tengo alguna fascinación por ellas.— hubo frialdad en su tono.
— ¿Tan solo eso?
— Casi diría que me llevo bien con ellas.— ella sonrió satisfecha consigo misma por la decepción que pudo provocarle su respuesta escueta.— Ambas no deseadas por la sociedad, arrojadas fuera por indeseables. Supongo que se podría decir que es una metáfora, usándolas en los presuntos asesinatos. Tomando algo que la sociedad consideró tan querido y devolviéndolo a su estado original de degradación.
Stefano escribió tranquilamente en su libreta.
— La crónica italiana siempre ha sido atravesada por una maravillosa doctrina, supongo que también disfruté de las imágenes religiosas.— una pausa, una mirada lejana.— La serpiente tentando a Eva con una manzana: nuestro pecado original. La caída del hombre del Edén. La poesía siempre fue... tan atractiva.— sus ojos se volvieron hacia él. — ¿Crees en Dios, Stefano? — su mirada viciada de una indescriptible oscuridad: los escalones hacia los Siete Círculos de Dante le dieron la bienvenida.
¿En qué círculo se encontró hoy?, pensó Stefano.
— No lo sé.— respondió el detective sinceramente, luego de contemplarlo. D'Angello le hizo un gesto para que continuara.—Soy un hombre de ciencia, la idea de un propósito superior es, en teoría, una idea imposible de comprender para mí. Con los descubrimientos y la información acerca de la creación del universo, y nuestro planeta, realmente no debería existir ninguna duda en mi mente acerca de la existencia de un Dios.— sus ojos ambarinos recorrieron todas sus facciones, él prosiguió.— Y aunque la ciencia no diera una explicación plausible ¿Cómo puede ese Dios, colmado de amor, permitirnos vivir en este mundo de destrucción? Cuando el mal está tan claramente frente a nosotros.— D'Angello sonrió al otro lado de la mesa.— Unos asesinándose a otros en guerras, sacrificándose por la codicia creada por el hombre. Si un ser omnipresente y omnipotente, que ama incondicionalmente a quienes llama "hijos", pudiera ser testigo de tanta depravación ya nos habría detenido.
— ¿Pero?
—Pero... — pensó en que podría darle retazos de información sin importancia, pero se sintió como si estuviera acostándose en la camilla de un quirófano.— Nada.— Stefano negó con su cabeza, restándole importancia.— Es una estupidez.
Ambos se miraron fijamente por algunos segundos, el tiempo pareció detenerse para darles un poco más de espacio. Arabela pudo tener entre sus manos el bisturí con el que separaba cuidadosamente cada una de las partes de su piel desde la epidermis, rompiendo su cráneo, antes de poder pinchar la carne finalmente, fisurando sus neuronas.
— Estoy segura de que no lo es.
Ella fue capaz de ir más allá de la carne, tocó los puntos indicados, estimulando químicamente, manejando sus neurotransmisores a través de hilos invisibles. No, no abrió su cerebro para diseccionarlo, lo hizo para enviar órdenes a su transmisión sináptica. Para controlar la base neural de su conectoma, de su propia esencia como ser humano.
— Soy una simple persona.— admitió como si aquello fuera pecado.— Todo este conocimiento, de todo lo que sé, de todo lo que veo, no invalida que pueda encontrar retazos de Dios por todas partes. A pesar de que pueda parecer distante, de que puede abandonarme por momentos, todavía encuentro bondad innata en las personas. Tal vez sea solo un ansia puramente mundana de sentirse protegido en el seno de algo superior, ingenuidad confundida con fe, pero me ayuda a dormir por las noches.
— Que conmovedor.— su voz femenina fue un susurro, un tono de sorpresa casi sincero sino fuera por el toque de humor en sus ojos, esa pequeña mueca en sus labios rosados.
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Editado: 26.02.2023