Abro la puerta con el poco aliento que me queda, no sé cuánto me he atrasado, pero no interesa, lo que más me importa es llegar para poder aprender.
Nada más deseo el poder darle nombre a lo que me acosa desde que tengo memoria. Esa sombra con ojos amarillos.
Abro la puerta y las campanadas de la plaza Murillo acompañan con nueve campanadas mi llegada.
-Vaya esto hay que festejarlo- dice un hombre de unos 45 años, con la barba larga y el pelo cano, lleva jeans clásicos de color azul desgastado, con unas zapatillas blancas. Una polera blanca con cuello en v y una chompa abierta delgada color café. Se encuentra podando sus rosas que se encuentran en el balcón de la sala.
- No … seas así…- digo buscando el aliento, he corrido más de lo que me habría gustado. Odio correr.
- Me … dijiste que no llegue tarde y … para ser franca … no quería hacerlo- le respondo con algo más de aliento y cerrando la puerta.
- Ok, ven siéntate te traeré vino- dice mientras recorre la silla de una pequeña mesa redonda que tiene en el centro del balcón.
- Vaya al fin podré sentarme en la “Mesa Redonda”- digo haciendo énfasis en las últimas palabras.
- ¿qué acción tan honorable habré realizado, para ser merecedora de tal privilegio? - digo moviéndome con dramatismo como si estuviera en una obra de teatro.
- Tienes razón, no hay acción tuya que amerite tal privilegio – dice con seriedad - Así que te sentaras en el banquillo de la esquina- dice mientras cierra las puertas de vidrio que separan el balcón de la sala.
Me le quedo mirando con la boca abierta, sorprendida por lo que acaba de decir, no se si lo dijo en serio o en broma.
Cierro la boca con rapidez, y me dirijo a la esquina donde esta ese horrendo banquillo. El banquillo es viejo, tiene 3 de patas largas unidas por tablas horizontales. Encima hay un pedazo de madera circular, está unido con clavos, y más de una vez he salido con agujeros en la ropa y con astillas en el trasero por sentarme en él.
Además de viejo, se tambalea y aún no sé porque, parece que fue diseñado por un maestro de kung-fu para que sus alumnos aprendan a mantener el equilibrio. Más de una vez he intentado hacer la posición de loto en él y más de veces de las que me gustaría me he caído de él.
Resoplo con frustración e intento subirme sin caerme, me siento como una persona normal, y parece que hasta ahora vamos bien. Peeero… un chirrido me sobresalta y el banquito se mueve hacia un lado. Me apoyo en la pared con la espalda y con un movimiento de caderas intento estabilizarlo, pero se cae en sentido contrario, y repito el movimiento de mis caderas unas dos veces más.
Ya iba por la tercera pero una carcajada me saco de mi tarea, y como siempre, el banquillo cobro vida y se movió hacia un lado haciendo que cayera de este.
-ja, ja, ja- la risa de Rafael se hacía más fuerte- puso la bandeja que traía sobre la mesita de té del salón y se deja caer en uno de los sillones que tiene en la sala.
- No es gracioso- le riño con el cejo fruncido desde el piso- esa cosa se ha movido, ha intentado matarme- digo señalando al banquillo que seguía inclinado.
- JA JA JA- Rafael se abrazaba el estómago, mientras reía más y fuerte. Unas lágrimas empezaron a caer de sus ojos.
-Pero, ¿qué escandalo es este? - dice una voz femenina. Levanto mi rostro y veo llegar a Camila por el pasillo, me extiende su mano y me ayuda a incorporarme. Voy sacudiéndome y me giro un poco sobre mi lado izquierdo para ver si he roto algo o si se me cayó algo.
-ay hija- dice Camila llevándome las manos a la boca- se te ha roto el pantalón - dice señalando algún lugar en mi lado derecho.
- ¿Dónde? - pregunto ya que no veo nada de nada. En eso siento una brisa en mi nalga derecha, paso mi mano y siento que hay un agujero debajo del bolsillo.
Los colores se me suben al rostro, siento que mis pestañas se clavan a mis parpados debido a que he abierto demasiado los ojos, acto reflejo me apego a la pared con ambas manos en mi trasero.
Rafael, me ve y vuelve a estallar en carcajadas. Intento fulminarlo con la mirada, pero la risa sofocada de Camila hace que mi enojo se esfume. Sin más me uno a sus risas, después de todo, soy todo un espectáculo pienso divertida.
En medio de risas Camila me lleva por el pasillo para prestarme algo en vez de mi pantalón. Claro que tuve la brillante idea de caminar como cangrejo con las manos en mi trasero, lo cual despertó un nuevo ataque de risa en Rafael, yo solo atiné a sacarle la lengua mientras Camila sonreía tiernamente.