Nunca he sido muy buena para dar regalos y menos en fechas como estas. Normalmente suelo hacer pequeñas reuniones con mis amigos o mirar series que me saque algunas lágrimas, para luego reflexionar sobre mi vida: Un poco deprimente, la verdad.
Siempre me he imaginado como aquellas películas viejas de romance, donde la chica se encuentra en un estado de nervios y felicidad al mismo tiempo. En esas en la que se prepara para una cita inolvidable con su pareja y el amor florece en cada rincón. Un sueño casi imaginario que temo nunca me ocurra.
Salgo de mi ensoñación y sigo avanzo deprisa, no queriendo demorarme demás. Cierro la puerta de mi apartamento y bajo las escaleras que no son tantas, vivo en el segundo piso así que no me lleva tanto tiempo llegar a la salida.
Una vez afuera me fijo en el cielo, las nubes son de un color gris oscuro, en Venezuela, específicamente Monagas, el clima de lluvia es muy frecuente en estas fechas, sin embargo que justamente pase hoy, me pone de malas.
Aun así sigo mi camino. Al llegar a la parada de los autobuses, espero con ansias porque pase uno aunque el lugar se encuentre un poco desolado, solo algunas personas se pueden notar, en eso un brisa comienza a batir todo a su paso. Detesto cuando estas cosas ocurren, ya me imagino el agua caer en minutos y todo cayéndose a pedazos, son épicos esos momentos.
Decido no pensar más en ello y comienzo a rebuscar dentro de mis pantalones mi teléfono. Siempre me ha gustado escuchar música un poco movida, de esas que alegran el día. Y más en estos casos.
Pero al no encontrarlo me asusto, comienzo sentir un nerviosismo que se aloja en mi pecho bajando muy lentamente hacia mi estómago y es ahí que entro en pánico: ¿Dónde rayos está?...
Hasta que hago memoria y recuerdo que lo dejé en la mesa de comedor.
Llevo mi mano derecha a la frente mientras cierro los ojos y medito... debo ir a buscarlo, no puedo salir de casa sin él y es allí cuando mi humor cambia, suele pasarme mucho: soy muy olvidadiza.
A veces, creo que ser despistada es un don, se me da perfecto.
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Al llegar, subo de dos en dos los escalones hasta quedar en la puerta de mi apartamento. Tomo mi bolso y con un poco de torpeza abro la cremallera sacando las llaves, lo bueno de usar un bolso pequeño en estos casos es poder encontrar las cosas a tiempo. Al entrar voy derechito a la mesa de comedor y encuentro mi aparato, aunque es viejo lo adoro un montón. Esta vez lo meto en los bolsillos traseros de mis pantalones, solo espero que no se pierda.
Cuando vuelvo a salir, me siento un poco más calmada. Me percato de las pequeñas gotas resbalar por la puerta de cristal. Es frustrante cuando debes salir de tu hogar y se avecina un diluvio, trato de no pensar más en ese pequeño detalle y saco mi paraguas. Vuelvo a emprender mi camino hacia la parada de los buces; otra vez.
Avanzando un poco de prisa y distraída: como siempre, no me percato y choco con algo o... alguien.
— ¡Disculpa, ando un poco apurado!— Me anuncia un chico con voz grave, es en ese entonces que mi curiosidad salda de algún lugar y me hace levantar de poco la mirada estrellándome con par de iris castaños.
Esté no rapara de mi asombro y me regala una sonrisa torcida, volviéndome gelatina en el proceso. Aunque rápidamente salgo de mi momento feliz y decido bajar la vista, a veces suelo mirar a los chicos de forma extraña.
Al poco rato, no habían pasado mucho que empiezo a notar algo fuera de lugar. Su piel era brillante, literalmente. Tenía una malla amarilla, ¿o era pintura? A ciencia cierta no sabría decirlo, pero mis ganas por tocarlo eran inútiles. Tal vez podría ser llamado acoso, así que solo opte por mirarlo a la distancia.
Un carraspeó me saca de mi ensoñación y al levantar la vista una vez más, observe nuevamente esa sonrisa ladeada, sabía de antemano que se había percatado de mi escrutinio.
— ¿Es ese tu color de piel?—me aventuré a preguntar, aunque luego que lo hice quise retractarme, ¿en qué pensaba cuando la mencione?— ¡Perdona, no es de...
—No pasa nada y contestando a tu pregunta no, solo es pintura—toca un poco sobre él con su dedo y me lo muestra, ahora sintiéndome pequeñita de la vergüenza.
— ¡Oh ya, te queda muy bien!—Y ahí voy otra vez, es que no atino a hacerlo bien. Esta vez su sonrisa si llaga a sus ojos, por lo menos.
Al inspeccionarlo más de cerca me doy cuenta que si trae ropa, solo que esta se esconde bajo la pintura, es un poco extraño encontrar personas con gustos un tanto singular.
—Gracias, pero si me disculpas debo llegar al trabajo—comenta con prisa pasando por mi lado, en eso un aroma cítrico me envuelve haciéndome suspirar, me encanta cuando los chicos tienen ese buen gusto con las colonias.
— ¡Disculpas aceptadas!—anunció con insistencia, dando pie a que se quede un segundo más. A veces no me entiendo, pero es tan propio de mí actuar impulsivamente.
— ¡No deberías estar hablando con extraños, no sabes lo que estos pueden llegar hacerte!—agrega mirando a mis espaldas, sus pupilas haciendo más claras desde acá y en eso junta sus cejas—. No te quito más el tiempo.