— ¡Es hoy! ¡Es hoy! —gritaba Clara mientras se colgaba con insistencia de mi brazo izquierdo.
— ¡Clara! ¡Me asustaste! ¿Qué? ¿Qué es hoy? — pregunté molesta, tratando de desprender a la pequeña rubiecita, que mas bien parecía una sanguijuela.
Clara liberó mi brazo, se llevó su mano derecha a la boca y rió con singular alegría.
— Pues... ¿qué mas va a ser hoy? —me preguntó aún advirtiendo mi enojo. En realidad me había sacado un buen susto al interceptarme de esa manera en el pasillo de la escuela.
— ¡Hoy es la fiesta de la primavera! –canturreó.
—¿Y eso qué? —respondí despectivamente mientras reanudaba el paso—
Yo no voy a fiestas –puntualicé.
—¿No iras? Pero Annia, ¡Aarón! ¡A la fiesta va a ir Aarón!
—Aarón…. — entorné los ojos tratando de hacer encajar ese nombre con alguno de mis conocidos o pocos amigos, pero nada vino a mi mente. Miré a Clara con gesto de interrogación y negué con la cabeza. Ella bufó.
—¿Es que tengo que decírtelo todo yo? —me preguntó un poco molesta— ¡Aarón Schein! ¿Oyes bien?: ¡Schein!
¡Vaya que sí la escuchaba bien! ¡Me estaba gritando prácticamente en el oído el apellido Schein!
— ¿Con que Aarón? —la miré con suspicacia. Ella rió con malicia. De pronto supe a quien se refería.
Aarón Schein: Un joven guapo, atlético y alegre. A mi parecer... un fanfarrón finalmente. Su reputación en la universidad, completamente enlodada. Y vaya que la institución era grande. En las aulas y los pasillos de la escuela su nombre era famoso. Conocido a sus veinte años como un auténtico “Casanova”, un conquistador sin remedio. Le gustaba salir con chicas que no buscaran un compromiso, de cuando en cuando se metía en algún aprieto si alguna joven se enamoraba de él y entonces empezaba a acosarlo mas de lo que él quisiera. Pero él era todo un rompecorazones. Conocía la manera de librarse de aquellas chicas que revoloteaban a sus pies. Dejando corazones rotos y resentidos por aquí y por allá.
Bueno, tenía que reconocerle algo al tipo: podía ser un buen amigo, era divertido, y de personalidad liviana, juguetón y bromista, siempre con buen sentido del humor. Su única debilidad eran las mujeres, pero no cualquier tipo de mujeres, él buscaba a las más lindas, pero si eran tontas, mucho mejor.
— ¿Qué tienes tú con él, Clara? —quise saber, intrigada.
— Pues veras… —respondió Clara, mientras retorcía con su dedo índice su simpática y rubia coleta —. ¡No lo creerás! ¡No, seguro no lo creerás!
Pues, no le iba a creer si no me lo decía. Después de una pausa y risas nerviosas, ella continuó.
— Mario se ha hecho amigo de él, bueno... —dudó —... no exactamente su amigo, pero el martes pasado llegué a casa temprano, y ahí estaban los dos en la sala, platicando. ¡Muy amena su conversación! ¡No podía creer que Aarón estuviera en mi casa!
¡Yo tampoco lo creía! ¿Qué tenía que hacer Arón con alguien como Mario? Ellos dos no tenían nada que ver... ¿Y platicando sobre qué? ¿Desde cuándo a Mario le gustaba platicar con alguien como Arón? A no ser que la plática tratara de chicas… pero Mario no era así. Mario era inteligente, diferente, y yo jamás le había conocido siquiera una novia. No me cabía en la cabeza como esos dos podían siquiera congeniar en algo.
— Pero, Clara —interrumpí mis pensamientos—. ¿Tú quieres ir a esa fiesta sólo porque va él?
— Pues…. sí —respondió casi para sí misma.
—Pero sabes lo que se dice de Aarón —torcí la boca, luego el pánico se apoderó de mi y elevé la voz —: ¡No creo que sea buena idea!
— Mira Annia —contestó, sus ojos verdes ya revelaban una cierta irritación. A Clara no le gustaba escuchar que sus ideas no eran buenas o que tal chico no le convenía —: Aarón se acercó a mí ese día —continuó—. Yo estaba en la cocina bebiendo un vaso de soda cuando me tomó por sorpresa diciendo que ya me conocía. ¿Puedes creerlo? ¡Ya me había visto antes!
“Por supuesto que te había visto...”. Lo pensé, pero no lo dije. Clara gustaba de vestir blusas con tremendos escotes y pantalones muy ajustados, aunque era bajita y un poco menuda, tenía formas bien definidas, una cadera redondeada y un busto firme que podía llamar la atención de cualquier hombre.
— Platicamos unos momentos —prosiguió—. Él me hizo reír mucho. Me preguntó si asistiría a la fiesta y yo le dije que todavía no sabía, y él me dijo que le gustaría verme ahí. ¡Que le encantaría bailar conmigo! ¡¿Puedes creerlo?!
—¿Y qué tal si quiere jugar contigo? —alegué tratando de persuadirla, no me gustaba la manera en que sus ojos brillaban cada vez que decía su nombre —. ¿No te acuerdas que hasta hace poco salía con Mildred Fox? —pensé en un último recurso para disuadirla—. Después ella se encerraba en el baño de la facultad y permanecía ahí por horas y horas, a pesar de que había una larga fila esperando. Ella continuaba sentada en el excusado llorando desconsolada, y yo tenía que tranquilizarla y decirle que el tipo era un idiota. ¡A pesar de que yo ni siquiera lo conocía! Hasta que un buen día lo entendió y dejó de llorar por los rincones. ¡Yo no quiero verte así a ti también!
“Ni quiero tener que esperar las horas para poder entrar al baño”.
— No Annia, no quiere jugar conmigo. Él sabe que Mario me protege. ¿Por qué meterse con la hermana de un tipo que es más grande y más fuerte que él, si no la va a tomar en serio?
Clara decía una gran verdad. Mario cuidaba de ella. Él nunca permitiría que nadie le hiciera daño. Mario siempre lo resolvía todo.
— Está bien, Clara —suspiré derrotada—, sólo ten cuidado, ya sabes cómo es él — todavía el recuerdo de Mildred Fox, sentada sobre el excusado mientras lloraba, me ponía los pelos de punta.
— Tal vez Milly no nos contó toda la verdad —dijo como leyendo mis pensamientos—. Puede tratarse de cosas que inventa la gente. ¡Por Dios! ¡Es lindísimo, guapo, bromista, inteligente! ¡Todo lo que una chica puede desear!