Liz
Lo mejor de un espectáculo es estar en primera fila, al menos eso dice James. Cuando tuvo la oportunidad, no dudó ni dos segundos en reservar una mesa, alejada de la pareja pero no lo suficientemente distanciada para que pudiéramos presenciar todo.
Aún no tenemos en claro que fue lo que planeó. Solo que cambió dos collares y eso es lo único que nos dijo.
—Me gusta esa canción—expresa Raven, haciendo un ligero movimiento de cabeza—. La, la, la...
El restaurante del hotel es tan elegante que tiene a su propio pianista en un pequeño escenario redondo.
—¿Cuál es?—pregunto.
—Las siete estaciones de Vivaldi—responde el pelinegro sin titubear.
No mucha gente sabe que James tenía un futuro prometedor como pianista. Todos han visto su etapa de empresario, cuando está detrás de un escritorio y firma papeles. Pero yo tuve el honor de verlo en el piano un par de veces. Bueno, quizás todas fueron mientras él no sabía que estaba ahí, pues nunca le gustó tocar frente a otros y yo pegaba un oído a la puerta siempre que practicaba. La mayoría de las empleadas me dejaban pasar a su casa porque me conocían.
—Que lindo, que refinado—expresa Rav—. Ahora, me gustaría que toque reggaeton.
Rio.
James alza ambas cejas.
Unos meseros pasan junto a nosotros con una enorme pecera llena de langostas.
—Quiero una de esas—señala mi amigo con entusiasmo.
Retuerzo las manos en mi regazo.
—¿No las matan o sí?—les pregunto.
Ambos se dan una mirada de circunstancias.
—No, Liz—responde Rav—. Solo las hierven y...
—¿Qué? ¿Cómo que las hierven?—lo interrumpo.
—Las liberan en la playa—contesta James—. Es decir, las ponen en agua hirviendo y luego las liberan.
Me mira, tratando de encontrar una señal en mi rostro que compruebe que estoy creyendo en lo que dice.
—¿Eso no las mata?—frunzo el ceño.
—No—Menea la cabeza—. Es...como un jacuzzi.
—¿Un jacuzzi?—retruca, Raven. Ambos lo miramos—. Claro sí, seguro—Silencio—. Oye, Liz ¿Te gustaría que habláramos de la carne que está en el plato de tu mesa todos los días?
Lo ignoro. Es un hombre muy malvado.
—¿Dónde están los otros dos? No los veo—pregunta.
—Por allá—contesta entre dientes mi otro amigo.
Sigo su mirada y los encuentro en una mesa de las del fondo.
—Voy a verificar algo, ya vuelvo—expresa James, antes de escabullirse a quién sabe dónde.
Aprovecho el tiempo para fijarme que clase de cosas hay en el menú. No es de sorprender que todo cueste más que un departamento, ahora mismo mi presupuesto me permite un chocolate del mini refrigerador de la habitación. Y supongo que eso voy a comer esta noche.
Reviso los precios una vez más pero cuando estoy a mitad de camino, una mano se coloca sobre ellos.
—No los mires—me regaña una voz. Alzo la mirada y me encuentro a James con el ceño fruncido. Acaso, ¿Volvió para decirme eso?—. Yo pago.
Asiento, y ahora sí se va. De todas formas, reviso para confirmarlo como si pudiera salir de debajo de la mesa.
No voy a pedir nada, no quiero que pague mi comida. Pero acepté para que no insista porque James se puede poner muy intenso con estos temas.
—Liz, ¿Cuándo vas a decirle?—me pregunta Raven desde el otro lado de la mesa.
—¿Qué cosa?—le pregunto, quiero hacerme la desentendida pero estoy nerviosa.
—No vas a fingir conmigo, ¿O sí?—Frunce el ceño, su expresión delata que lo que salga de mi boca puede llegar a dolerle.
Lo entiendo, me conoce. No espera que me haga la tonta con él. Si lo hiciera, pensaría que falló como amigo.
—Es que yo...—comienzo pero no encuentro las palabras exactas, así que decido callar.
—Tienes que decirle lo que sientes, Liz.
—Es que él no siente lo mismo—Masajeo mis manos con frenesí—. Mira todo lo que hace por Celina.
—Veamos si entiendo—Mueve las manos—. ¿Vas a reprimir tus sentimientos y ayudarlo a conquistar a otra mujer?
Suelto una risa nerviosa.
—Eso es un buen resumen, sí—alego con gracia.
Él no me sigue la corriente, más bien parece no agradarle la idea en absoluto. Apago mi expresión de diversión al instante.
—¿Que otra cosa puedo hacer? Es lo que le hace feliz Rav, y como su amiga debo apoyarlo—contesto. Siento que lo he dejado sin palabras y la conversación termina allí, pero Raven tiene una contestación para todo.
—Me gustaría saber cuál es el sentido de esto si lloras por las noches—refuta, contundente. La mandíbula me llega al suelo—. Te escuchaba hacerlo en los dormitorios de la universidad, dudo que la cosa haya cambiado.
Tiene razón. No en lo de la confesión, sino en que sigo teniendo noches melancólicas dedicadas a James. Ahora, me siento un tanto avergonzada de que alguna vez Raven me haya oído llorando por él.
Agacho la cabeza.
—Es que yo...
—Liz, ¿Sabes qué? Olvídalo, no es algo de lo que debas sentir verguenza—— Levanto la vista. Menea su cabeza—. Mejor nos centramos en lo importante, ¿No piensas, ni por un segundo, que las cosas podrían cambiar si le dices lo que sientes?
—Muchas veces—Noto mi visión nublada por las lagrimas que buscan saltar de mis ojos—. Pero no vale mis sentimientos efímeros tantos años de amistad.
—¿Efímeros?—pregunta—. Si desde primaria que la situación es así, eso no es efímero, es amor del bueno.
—¿Desde cuándo lo sabes?
—Desde que te gusta—se encoge de hombros—. No soy estúpido Liz, siempre lo cuidas como si se fuera a romper en pedazos.
—A ti también te cuido, ¿No?
—Por supuesto, pero es diferente.
Me quedo estática.
—Escucha, no voy a meterme—aclara—. Haz lo que quieras pero recuerda que tenemos veinticinco años, y podemos morirnos mañana.
Raven y sus exageraciones, cuándo no.
Entonces, hace algo que provoca mi confusión. Levanta la mirada e inquiere:
—¿Todo bien?
Frunzo el ceño, confundida.