A la mañana siguiente desperté muy repuesta, la cama estaba comodísima, me di una ducha y el día se sentía caliente, así que me puse un vestido amarillo con flores de colores, unos zapatos bajos y decidí dejar mi cabello suelto.
Estaba arreglando mi bolsa cuando mi novio tocó la puerta.
—¡Estás preciosa, amor!
—Gra-cias. —Me ruboricé.
—¡Me vas a matar! —Dejó besos en todo mi rostro.
—¡Basta, cielo! —Rechisté.
—Hermosa.
—...
—Hermosa, hermosa, hermosa.
—¡Carlos! —Sentía como mis mejillas adquirían un color rojo.
—¡Amor! —Me imitó.
Terminé de guardar las cosas en mi bolso y salimos a desayunar.
Después fuimos a la anhelada playa.
Nos sentamos en la arena y mirábamos como los niños introducían sus pies en el agua.
Me recargué en el hombro de Carlos, sentir su olor tan masculino me provocaba besarlo hasta morir, sin embargo no era momento de hacerlo.
Cuando menos lo pensé me cargó, me arrojó al agua y huyó con cobardía, sabía que no le iría nada bien.
—¡Vuelve aquí! —Grité furiosa.
—¡Perdón! —Seguía corriendo.
—¡Ayúdame! —Fingí que me caí.
Así como lo imaginé volvió a mí preocupado así que aproveché y lo aventé al agua.
—¡Qué grosera! —Decía con carcajadas.
—Tú empezaste. —Le enseñé la lengua.
Al salir del agua noté que se me quedaba mirando horrible.
—¿Qué tengo? —Pregunté aterrada.
—¡Qué bello cuerpo tienes, preciosa!
¡Diooos, debía ser una broma!, el vestido se impregnó a mi piel.
—¡No me veas!
—¡Es imposible no hacerlo!
Volvimos a sentarnos en la arena y Carlos acarició lentamente mis nudillos, mis piernas y mi rostro, no había sensación más linda que esa.
—Enseguida vuelvo.
—¿A dónde vas?
—A quitarme esto. —Tomé el vestido.
—Puedes hacerlo aquí. —Sugirió juguetón levantando una de sus cejas y sonriendo efusivamente.
—¡Basta, tonto!
Subí rápido a la habitación y me coloqué un vestido seco, volví con mi chico y todo mi ser hervía de coraje al percatarme de la escena.
Frente a Carlos estaban unas chicas con curvas pronunciadas hablando con él y no parecía incomodarle.
Me senté a su lado y ellas inmediatamente se marcharon.
—¿Qué querían? —Pregunté cruzada de brazos.
—Nada, amor. —Intentó abrazarme.
—¿Por nada se te insinuaban?
—Amor, no se insinuaron.
—¡Miré como paraban su trasero para sorprenderte!
—Oh vamos, ¿estás celosa?
—¡No!
—Estás celosa, amor. —Reía.
—¡Qué no!
—No pasó ni pasará nada.
—Discúlpame por no tener sus gigantescos traseros.
—Detente, pequeña.
—Perdón por no traer traje de baño y el bronceado perfecto.
—¡Amoooooooooor! —Seguía riendo.
—Perdón por no... —Me dio un beso para evitar que siguiera hablando.
—¡Me encanta cuando te pones así, amor! —Dejó un mechón detrás de mi oreja.
—Pe-perdón.
—No hay problema, debí ignorarlas, ¿cierto?
Editado: 19.10.2019