Enamorada por casualidad.

|Capítulo 18|

Mi mamá hizo pan francés y licuado de frutas, estábamos desayunando cuando rompió el silencio.

—¿A dónde fuiste tan temprano, pequeña? —Le puso miel a su pan.

—Fui a la plaza, hoy es el cumpleaños de Antonio, ¿lo recuerdas? —Le di un bocado a mi pan.

—¿El chico rubio? —Asentí. —Pensé que ya no se hablaban, tenía tiempo que no lo mencionabas.

—Carlos también pensaba eso. —Susurré tan bajo que solo yo escuché. —Lo sé, mamá.

—¿Qué te pasa? —Se preocupó

—No es nada. —Le di un sorbo a mi licuado.

—Cariño, sé que algo te sucede.

—Tenía mucha hambre, debe ser eso. —Mentí, pues no quería preocupar a mí mamá con problemas tontos.

—Sabes que puedes confiar en mí, ¿cierto? —Asentí. —No te presionaré, pequeña, cuando quieras decirlo estaré para escucharte.

—Gracias, mamá. —Besé su mejilla y me dirigí a mi cuarto.

Mi celular no dejaba de sonar

[Llamada entrante de "Carlos "]

[4 llamadas perdidas de "Carlos "]

[11 llamadas perdidas de "Carlos "]

[18 llamadas perdidas de "Carlos "]

—¡Katyyyyyy!

—¡Mamaaaaá! —La imité ante su despavorido grito.

—¡Baja un momento! —Ordenó.

—Ya vooooy.

Bajé y ahí estaba Carlos.

—Los dejo solos. —Mamá se despidió de Carlos.

—Gusto en saludarla.

—¿Qué necesitas? —Me senté en el sillón.

—Qué hablemos. —Acarició mi mejilla y la aspereza de su mano hizo que las maripositas revolotearan en mi estómago, no podía dejar de sentir todo eso por él así tuviésemos mil peleas.

—Ya hablamos lo suficiente.

—No quiero que estemos así, bonita. —Se acuclilló y me rodeó con sus enormes y reconfortantes brazos.

—Y, ¿crees que yo sí? —Tomé su mandíbula para que levantara su rostro y poder mirar esos ojos tan sinceros que me alegraban los días.

—Sé qué no, pequeña, pero sé que estás hirviendo de coraje o decepción, en este punto, ya no lo sé. —Volvió a colocar su cabeza en mi pecho. —Lamento haberme comportado así, estuvo verdaderamente mal, tienes que salir y disfrutar, y yo debo controlar mis celos y mi poca confianza.

—Mírame. —Levantó su rostro y nuestras miradas se fundieron en una. —Yo no soy como Mariana, sé qué ese es tu miedo, y el miedo es mutuo pero, debemos confiar él uno y el otro o jamás llegaremos a ningún lado. No te fallaré, no seré como ella. —Besó mis labios. —¿Lo entiendes?

—Te amo, Katherine. —Seguía abrazándome con fuerza. —¿Me disculpas?

—¿Prometes confiar en mí? —Asintió.

—Te lo prometo en nombre de todo el amor que te tengo. —Me besó.

[...]

Ya era tarde, me bañé nuevamente, empecé a cambiarme, planché mi cabello, me coloqué un poco de labial, estrené el perfume que me regaló Carlos «olía a algodón de azúcar», bajé y Antonio ya estaba esperándome.

—¡Qué preciosa! —Me miró de arriba a abajo.

—Vamos, bobo.

Llegamos a su casa, había autos por doquier, seguro sería la mejor fiesta del mes.

—No sé qué pueda pasar al rato, no sé si estés en tus 5 sentidos para abrirlo, así que por si acaso, ábrelo. —Le entregué su regalo.

—No era necesario. —Empezó a quitar el envoltorio. —¡Woooow, conoces mis gustos! Gracias, Katherine bonita.

—De nada. —Alboroté su cabello.




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