Soy el tipo de persona que cree que todos tenemos secretos. Hay cosas que preferimos no compartir con nadie más que nosotros mismos y me parece perfecto. Depende del tipo de secreto que guardemos. Por ejemplo, mis sueños. Para mí, mis sueños son secretos, muy privados y no porque sean malos; sino porque espero poder alcanzarlos para recién hacerlos públicos. Por otro lado, están los secretos oscuros o los dolorosos. Los que han marcado la vida de las personas y que prefieren mantener en un rincón alejado de su cabeza, dependiendo de la intensidad de la herida. En fin, a lo que quiero llegar es que tenía presente que Nina tenía un secreto que le causaba dolor recordar. Solo esperaba con todo mi corazón que no fuera algo tan cruel. Fue una sorpresa cuando Nina por voluntad propia decidió abrirse a mí. Confiar el secreto que guardaba y no lo iba a lamentar.
—Sé lo que está pasando por tu cabeza en este momento—dijo una tarde sentados frente a la playa.
—¿En serio?
—Sí, quieres saber que pasó conmigo, ¿verdad? Porque soy bastante reservada, especialmente con los chicos. Porque soy fría.
—Nunca dije que fueras fría.
—Haré como que te creo. En fin…no es muy lindo recordarlo, ¿sabes? A veces aun duele. Pero he aprendido a no dejarme llevar por los malos pensamientos y recordarme quien soy—supongo que mi cara debería expresar todas las cosas negativas de las que pudo ser víctima—. Antes de relatártelo, quiero dejarte en claro que no ha sido un ataque físico.
>>Sé que todos creen que soy altiva, soberbia, sobrada, engreída, caprichosa, etc., etc., etc. Primero que nada, vengo de una familia acomodada y no me da pena decirlo. Mis padres comparten lo que tienen con los necesitados. Segundo, sí, mis padres me han dado una buena educación en todo el sentido de la palabra; no es que me hayan enseñado a ser altiva o soberbia. Me enseñaron a hacerme respetar, a defender mis ideas y a reconocer mis errores. No soy perfecta. Tercero, no tengo una explicación al porqué de mis gestos o al porqué de mis miradas o al porqué de mi caminar. Talvez sea porque veía caminar a mi madre con porte y empecé a imitarla. No lo hago para llamar la atención o para brillar como algunas chicas dicen. Simplemente soy yo, así es mi personalidad. Y es por esa personalidad que bajé la guardia y fui humillada. Supongo que te has dado cuenta que cuando llegas a conocerme, a la verdadera yo, sigo siendo la misma. Sigo caminando igual, sigo teniendo las mismas expresiones; pero también te das cuenta que puedo llegar a ser una chica divertida, sarcástica, buena onda, comprensiva, humilde. Lamentablemente la mayoría de las personas prefieren creer que lo del exterior también predomina en el interior. Una vez me dijiste que no era lo que aparentaba. Y ciertamente no aparento nada. Yo soy así donde sea y con quien sea. El punto está en si decides conocerme o solo quedarte con lo que ves.
Cuando estábamos en segundo año yo ya estaba estudiando inglés en el instituto de idiomas. Tenía amigos y amigas que en realidad resultaron ser verdugos, a quienes les pareció muy divertido enseñarle a la chica presumida y fría una lección de humildad. Una lección de humildad que dolió mucho. Creyeron divertido jugar con mis sentimientos. Y yo caí. Él era el primer chico a quien le había brindado esa clase de confianza. Yo sabía que a simple vista no era un bombón. Era regordeta y pequeña; pero a pesar de ello, mi madre siempre me había enseñado a aceptarme como era. Eso no quiere decir que iba a engordarme sin medida y estar bien conmigo misma. Llevaba una vida saludable, pero no tenía el tiempo suficiente para hacer deporte. La cosa es que nunca había dejado que alguien me insulte o me rebaje. Y ese chico que de un momento a otro había llamado mi atención y se había ganado mi confianza y al que parecía gustarle se había estado burlando de mí todo el tiempo y con la mayoría del salón. Fue difícil escucharlo decirles a sus amigos que yo no era más que una niña mimada que necesitaba una lección. Que nunca ningún chico se fijaría en mí porque aparte de ser gorda era fría. Que había sido un suplicio enseñarme a besar y aunque mis facciones le gustaban, no pensaba seguir con la farsa mucho tiempo. El desenlace sería humillarme en el fin de curso por navidad. Incluso me enteré que una de mis amigas era su verdadera pareja. Recuerdo que llegué a casa y me tiré a llorar; no porque me hubiera insultado, sino porque me había dado cuenta que había estado confiando en personas que no valían la pena. Todos ellos solo me habían estado usando para ayudarles tanto con las tareas tanto de la universidad como las de inglés. Pues bien, yo me adelanté y al día siguiente le terminé, no sin antes dejarle en claro que un burro como él siempre sería un mediocre. Sé que lo insulté y que también estuvo mal, pero estaba herida. Tomé la pose de diva y me alejé. Seria mentira decirte que sus insultos no causaron nada.
De pronto me encontraba mirándome más al espejo de lo normal, midiendo lo que comía, regañándome a mí misma por ser así, culpando a mi padre pues en su familia las mujeres eran trejas. Gracias a Dios y a la confianza que tengo con mis padres, abordamos el tema. Ellos me ayudaron bastante, fuimos a una nutricionista, empecé a hacer deporte, a cuidar de mi salud. Lo hice por mí. No porque un niño que se creía muy hombre hubiera dicho que era poco atractiva. Y tampoco puedo negar el poder que sentí cuando los chicos empezaron a mirarme más; pero ellos no me conocían. Ellos solo veían la superficie y probablemente no estarían interesados en conocer el interior. Tampoco es que haya sido un trauma terrible, pues mi familia y mis verdaderos amigos tuvieron mucho que ver, pero nadie tiene derecho a ser víctima de bullying. De ningún tipo. Yo fui fuerte, pero hay chicas que no lo son tanto. Que ante un insulto se apagan, cambian solo por agradar. Es difícil.