En la mañana, muy temprano sentí el ruido de los cambios de guardias y de las sirvientas aseando y preparando la mansión, como a las siete de la mañana entró la misma sirvienta con otra charola, y se llevó la que había dejado la noche anterior intacta, volvió a cerrar la puerta; yo solo observaba por la ventana sentada en el suelo; una hora después entró el señor Francisco.
- Es mejor que comas, hay ropa en el closet, te puedes duchar y organizar, esta noche dormirás conmigo.
En el momento en que dijo eso de mis ojos brotaron más lágrimas, es extraño pensar que tus ojos son una fuente inagotable de agua salada; siempre soñé con entregarme al hombre que yo amara, y hacerlo por mi voluntad la noche de mi boda, no así.
- ¿Escuchaste? Preguntó.
No respondí, entonces se acercó y me preguntó cómo me llamaba.
- ¿Siempre que va a estar con una de sus prostitutas quiere saber cómo se llaman? Pregunté.
- Así que ya te consideras una. Lo dijo en un tono humillante, y lo peor fue que así me sentí
- No te consideres mi prostituta porque tú serás más que eso, serás mi amante ¡felicidades! Cuando me dijo eso salió, minutos después lo vi por la ventana cuando se alejó en un carro muy lujoso.
Pasadas unas horas me sentí peor de lo que estaba, pero no solo sentimentalmente sino también físicamente; estaba resuelta a dejarme morir, pero sabía que con 24 horas sin comer no iba a morir, estaba a acostumbrada a pasar dos días en ayuno, pensaba que a los tres días moriría; pero lo que no sabía era que en ese momento pasaba por el tercer día sin comer.
Me acosté en el suelo mirando hacia la ventana, mirando por última vez la luz del día y el cielo donde sabía que mi Cristo me miraba con más dolor del que yo sentía; luego de un instante ya no sentí nada, solo comencé a morir; pensé en mi vida, en lo corta que era, en que jamás imaginé que moriría lejos de mi casa y de mi tierra, que moriría de dolor, de ver como mi propia especie se encargaba de asesinarme. Siempre soñé con que mi tumba estuviera cerca de la de mis padres y me dolía pensar que tal vez mi cuerpo lo tirarían donde nadie lo encontrara; mis ojos me pesaban, sentí que un sueño me envolvía entonces cerré los ojos. No sé cuánto tiempo pasó, de repente pensé en Jesucristo, en cómo había llegado a mi vida y la había colmado de cosas buenas, mi vida comenzaba a recapitularse, era como si la viera a través de un video, las cosas más simples hasta las más duras llegaron a mi mente, de repente me detuve y no recuerdo nada más.
Sé que pasó un lapso de tiempo, pero solo volví en si cuando escuché que alguien comenzó a llamarme con un nombre diferente, - Esmeralda; mis ojos comenzaron abrirse lentamente y sentí que alguien sostenía mi mano, cuando miré era el señor Francisco que me hablaba y me llamaba con otro nombre, al ver que ya había despertado se levantó y salió; el mismo médico de antes estaba allí, - Casi mueres; me dijo. Me estaba poniendo solución salina con otras medicinas, en ese momento entró la sirvienta y puso un vaso con agua en la mesita de noche; ni muriéndome había salido de la habitación, el médico me entregó el vaso con agua y unas píldoras, pero no las recibí, solo lloré y seguí mirando la ventana, ya era de noche.
- Es mejor que las tome, o se va a poner peor. Dijo el médico.
No respondí, solo callé y seguí mirando la ventana, el médico salió y después de unos minutos entró el señor Francisco.
- ¿Por qué te quieres morir, si yo no te he hecho daño?
Por primera vez en aquel día fijé mi mirada en algo que no fuera la ventana y lo miré a él:
- Déjeme ir, déjeme salir, solo quiero ver más allá de esa ventana. Le dije.
Caminó hacia la venta que yo tanto miraba y la observó por unos minutos, después de un lapso de silencio llamó al médico y le dio la orden de quitar las bolsas del suero, el médico no quería, pero él volvió a dar la orden en un tono más apremiante; cuando el médico lo hizo, el señor Francisco me tomó en sus brazos, yo no lo creía; salió conmigo al pasillo y mientras bajaba las escaleras conmigo en sus brazos pensé mil cosas, pensé que me tiraría a la calle a morir, pero no, me llevó al jardín de la casa, me recostó en una de las sillas de madera, y recostó mi cabeza en sus piernas, era la primera vez que mostraba algo de generosidad hacia mí; miré por un momento las estrellas y respiré un aire puro, él me observaba y miraba las estrellas.
Él había cambiado mi mundo, y al parecer yo había cambiado el suyo. Nunca me imaginé que el hombre que era considerado el más temido de aquel país se comportara de esa manera conmigo, pero lo que hizo más adelante lo borraría.
- ¿cómo te llamas? Me preguntó sin mirarme.
- Mi nombre es Ana. Le contesté.
Le pregunté por qué me había llamado Esmeralda, pero no me respondió; un silencio nos envolvió, nadie se movía en la casa, solo se veía las sombras de los empleados mirar por las ventanas porque nadie creía que él sintiera algo de compasión y que tuviera un corazón.
- ¿De dónde eres? Me preguntó.
- De Colombia. Le respondí.