Pasaron dos días en esa misma rutina, encerrada sin poder salir de la habitación. Al tercer día me desperté un poco más temprano, era de madrugada y los guardaespaldas estaban dormidos, por lo que pasé por su lado sin hacer ruido, la señora María ya no me vigilaba; bajé por las escaleras y a mi izquierda estaba el despacho del señor Francisco, a mi derecha estaba el comedor, la cocina y la puerta que da al jardín, y a todo mi frente estaba la puerta principal, y atrás de mí la sala; miré por la ventana junto a la puerta principal y vi los guardias que rodeaban la casa, entonces fui hacia el despacho del señor pero estaba cerrado con llave, entonces hice un ruido para que los guardias se movieran de la puerta, y escuché unos perros ladrar; los guardias de la puerta se movieron un poco a mi derecha así que abrí la puerta, pero en ese momento el señor Francisco me sujetó de un brazo.
- ¿Qué haces? Me preguntó acercándome a él en medio de la oscuridad.
Me quedé atónita, y fue entonces cuando recordé que en una ocasión María me dijo que el señor se levantaba de noche y andaba en la oscuridad, por eso no sentí cuando me vio; lo único que se me ocurrió fue halar el brazo, pero me tomó más fuerte, me estrujó contra la puerta y me repitió la misma pregunta, en ese momento solo pensé en mi libertad; la puerta estaba abierta así que le di con la rodilla en su parte íntima, y aunque logró esquivar el golpe le di cerca, me soltó y cayó al suelo, cuando iba a correr me sujetó del pie y también caí, sentí dolor en la rodilla derecha, pero me levanté tan rápido como puede y corrí hacia la reja; escuché que los perros ladraban en dirección a mí, cada vez acercándose más; con gran velocidad traté de abrir la reja, pero solo se abría desde la cocina, y cuando ya veía mi esperanza terminada, la reja se abrió entonces salí, pero no había terminado, Selene me tomó del cabello, entonces le di con la mano empuñada en la nariz y me soltó, pero ya los guardias me tenían sujetada de ambos brazos y me entraron arrastras a la casa, yo no paraba de gritar pidiendo que alguien me ayudara, pero nadie me escuchaba.
Me llevaron ante el señor Francisco que se encontraba sentado en un sillón de la sala, Selene me dio con su mano en el rostro mientras se limpiaba la sangre de la nariz.
- Ya es suficiente. Le dijo el señor levantándose del sillón
- ¿Quién te ayudó? Me preguntó.
No le respondí, y entonces él se puso frente a mí.
- La reja no se abrió sola, y si no me respondes te obligaré, tengo muchos métodos para que toda clase de hombre me canté como pajarito. Me dijo.
- Por supuesto que sí, no me sorprende, usted es un hombre sanguinario, un asesino. Yo le pregunto algo: ¿su madre lo abandonó? Por qué no entiendo el porqué de su maldad, debe ser por una mujer, si lo abandonó es porque vio en usted lo que yo veo. Le respondí
- ¡Cállate! Gritó
Entonces Selene me dio de nuevo otra bofetada.
- ¡¡ ¿Quién te ayudó?!! Volvió a preguntarme
No respondí.
- Si no vas hablar yo sé quién sí. Es tu amiga, la otra noche las escuché hablar, contándose sus tragedias. Dijo en tono burlesco.
Un guardaespaldas llevó a María a la sala.
- ¿Quién la ayudó? Preguntó, pero ninguna respondió.
- Bien, ninguna responde.
Extendió su mano hacia Selene, y esta le entregó un arma y le apuntó a María.
- No permitirás que muera un inocente por tu culpa ¿o sí? Yo creo que tú condición como cristiana no te lo permitiría.
No sabía qué hacer, si decía que había sido ella la mataría, yo ya estaba muerta, pero María tenía derecho a vivir.
- Contaré hasta tres y quiero un nombre. Dijo él.
Yo esperaba que María se defendiera, pero no lo hizo.
- Uno, dos...
Solo pensaba. “Señor Jesucristo que hago”
- Tres. Dijo
Y cuando cargó el arma me solté como pude y corrí hacia María, y la abracé; él no disparó, pero me tomó de un brazo con brusquedad y volvió hacerme la pregunta.
- ¿Quién fue?
- Nadie. Respondí entre lágrimas
- Yo lo hice, yo abrí la reja para que ella pudiera escapar. Dijo María
- No me sorprende, traicionaste la mafia de los Estados Unidos, que se puede esperar de ti, pero me pregunto quién te protegerá esta vez. Llévenla al sótano. Dijo el señor Francisco
Grité que no lo hicieran tratando de soltarme de los guardias que de nuevo me tenían, más que nunca me sentí impotente.
- Por favor, si van a matar a alguien mateme a mí.
- ¿Morirías por una mujer que vendió a personas para salvar su vida y la de su hijo?, por culpa de ella murieron muchas personas.
- Todos tenemos derecho a una segunda oportunidad. Le contesté
Entonces sus ojos buscaron los míos; soltó el arma y me tomó de ambos brazos.
- ¿Hasta yo, hasta yo tengo derecho a tener una segunda oportunidad, un hombre que como tú misma dijiste, soy un asesino, un hombre sanguinario que ha hecho las peores cosas?
- Si la tiene, pero no creo que usted cambie para tenerla. Le respondí
Volvió a soltarme, pero sus ojos no se separaban de los míos, luego fue a su despacho y yo quedé en la sala.