Sabía que esta acción no se iba aquedar sin consecuencias, de mis ojos salieron más lágrimas y ya no sabía qué hacer; cada hora que pasaba, pasaba tan rápida y yo sin poder detenerlas, no podía salir, solo me quedó orar y esperar en mi Cristo.
Ese día no comí pensando en María y en lo que pasaría aquella noche. Mi angustia se hizo más intensa. Llegó la noche y con ella el señor Francisco, el cual me mandó una bolsa con un vestido que para mí es algo escandaloso
- Es para que lo uses esta noche. Dijo Selene
En su tono de voz percibí rabia y amargura; cuando ella salió, volví a llorar. Estaba llena de ira al saber en la posición en la que me encontraba y no podía hacer nada, entonces rompí el vestido; fue tanta mi desesperación que por mi mente pasó la idea de suicidarme y acabar con todo, pero el amor de mi Cristo fue más poderoso y me dio fortaleza para afrontar lo que iba a suceder; pero el miedo al igual que la imaginación no es real, solo está en tu mente y solo se vuelve real cuando uno lo desea.
Cuando se llegó la hora, entró Selene y vio el vestido roto.
- No creas que por romper el vestido te vas a salvar, él te espera con o sin vestido. Dijo ella.
Entre dos guardias y Selene me sacaron arrastras de la habitación, mis gritos se oían por toda la casa, me entraron en la habitación del señor Francisco, era la primera mujer que entraba allí a dormir, ni siquiera Selene lo había hecho; era una habitación muy hermosa, tenía una vista de las que a mí me gustaban.
- ¿Y el vestido? Preguntó él.
- Lo rompió. Contestó Selene Entonces me miró y se sonrió
- ¿Quieres un trago? Me preguntó.
- Gracias… pero yo no bebo. Le contesté mientras controlaba mis lágrimas para poder observar la habitación, y buscar una salida.
Cuando Selene le sirvió la copa salió de la habitación, yo estaba de pie cerca de la puerta. Los ojos del señor Francisco se posaron en mí.
- Siéntate. Me dijo.
Mis nervios se hicieron notar en todo mi cuerpo; me senté en una silla cerca de una mesa mirando el jarrón que había sobre ella como posible arma de defensa, él se levantó de la cama y se dirigió hacia a mí.
- Toma. Me dijo extendiéndome la copa en su mano.
- Yo no bebo, gracias. Le contesté. Estas muy nerviosa, te relajará. Además te hará las cosas más fáciles.
- No gracias. Volví a responderle, pero esta vez con tono de ofuscación.
Puso la copa sobre la mesa que estaba frente a mí, y volvió a sentarse en la cama.
- Supongo que me rechazas porque eres cristiana.
- ¿Cómo lo supo? Pregunté.
- Lo sospeché por la forma en que tratas a los demás, y cuando te mandé investigar lo confirmé. Me contestó
- ¿Me mandó investigar? Pregunté.
- Yo no me acuesto con una mujer sin saber su vida. Sé que eres huérfana, y también eras hija única, vives sola y te enamoraste del hombre que te desgració la vida.
- Yo no me enamore de él. Le contesté.
- ¿A no, entonces a que se le llaman tus mensajes? Me preguntó.
- Lo consideraba mi amigo, lo quería mucho, pero nunca permití que mi corazón se enamorara de él. Le respondí.
Él sabía toda mi vida, no podría escapar de él y volver a mi vida de antes, si escapaba tendría que iniciar una vida nueva, donde nadie me conociera.
- ¿Por qué? Preguntó él con una mirada diferente.
- Porque enamorarse duele. Irónico verdad, nunca me enamoré para evitar el dolor que podían causarme, y ver que ahora estoy sumergida en este mundo oscuro y lleno de dolor.
- Te equivocas, no todo es sufrimiento, la copa que tienes en frente puede cambiar tu tristeza en felicidad.
- No gracias, yo no sumerjo la realidad en sexo y licor, eso solo es una alegría efímera; Jesucristo me ofrece felicidad duradera. Repliqué con una sonrisa mientras miraba el ventanal que había enfrente de la habitación.
- Sí, en un mundo oscuro y lleno de dolor. Contestó él.
- Usted podrá saber quién soy, pero no conoce mi corazón, ni quien habita en él, por eso no puede comprenderme.
Se quedó en silencio, luego se levantó y se dirigió a la ventana, lo observé y percibí que estaba lloviendo; corrió las cortinas y comenzó a desabotonar su camisa, los deseos de llorar me invadieron de nuevo y mi corazón latió mucho más rápido.
- A cuéstate en la cama. Me dijo
- No. Contesté sujetándome con fuerza a las abrazaderas de la silla.
Se acercó, entonces me levanté y retrocedí, pero me tomó de un brazo y me llevó arrastras hasta la cama, en ese momento me calmé como si nada estuviera pasando, como si de repente me entraran fuerzas para ganar esta batalla. Se despojó de la camisa, tenía un buen físico, pero cada vez que miraba sus ojos veía lo negra y horrible que era su alma; en un momento se abalanzó sobre mí, pero lo evadí, entonces me sujetó de un brazo.
- Solo déjate llevar. Me dijo.
- Por supuesto que no, jamás me acostaré con usted, es un hombre despreciable y con el alma negra como esta noche.
¡Para que dije eso!, me estrujó y caí sobre la cama, se irguió sobre mí; yo trataba de alejarlo de mi cuerpo mientras él intentaba desamarrar el listón de la bata de cama que yo llevaba puesta; era una lucha entre el bien y el mal, su fuerza podía ser muy superior a la mía, pero mi voluntad sobre pasaba su fuerza, y aunque me vi perdida no dejé de luchar, lucharía hasta la muerte, pero él jamás me tendría por voluntad propia; en un momento quedó debajo y yo encima, trató de volver a tomar el control, pero caímos al suelo, me miró a los ojos y después miró mis labios, entonces algo sucedió, se alejó y se quedó en el suelo acostado boca arriba. No sé lo que vio en mis ojos pero me pidió que me fuera, y cuando lo escuché salí corriendo, entré en mi habitación y cerré la puerta, comencé a orar y a darle gracias a Dios por esta victoria, aunque no estaba segura de como la había obtenido.