A la mañana siguiente me levanté muy temprano, hice mis quehaceres, y estaba en el jardín cuando vi pasar a Cesar, le pregunté si tenía otro libro, me dijo que sí, que buscaría uno, pero el autor ya era de España.
El resto del día fue muy normal, hasta que llegó la noche; Cesar me invitó a cenar con ellos en el jardín, y yo por supuesto acepté; cuando llegó el señor Francisco nos vio a mí y a Cesar riendo, pues él me leía el libro de una forma chistosa, pero en el rostro del señor percibí amargura. María le sirvió la cena al señor, y él preguntó por mí, María le dijo que ellos me habían invitado a cenar.
- Será en otro momento, dígale a ella que venga a cenar conmigo. Le dijo.
María se sentó junto Cesar y la otra muchacha a mi lado.
- El señor te manda llamar, quiere que cenes con él. Me dijo.
- Otro día, que hoy lo acompañe Selene. Respondí
Pasados unos minutos, estaba cenando y hablando con María cuando me mandó llamar con un guardia, le envié decir que muchas gracias pero no, que otra noche. Pasados unos segundos llegó el señor y me tomó de una mano con brusquedad y me levantó del suelo.
- ¿Acaso no te mandé llamar? Me dijo muy furioso.
- Y yo le mandé decir que hoy no. Respondí
- Yo soy tu dueño y me debes obedecer. Replicó.
Me enfurecí y halé mi mano, él volvió a sujetarme, yo solo esperaba que él rompiera la tregua; si la rompía la verdad no sé qué haría, pero ya estaba cansada de aquella vida de jalones, órdenes, irrespetos y humillaciones; Cesar se levantó
- señor, suéltela que la está lastimando. Le dijo.
- ¡Tú te callas! Le gritó.
Cesar iba a decir otra cosa pero María no lo dejó, miré a Cesar y le dije con la mirada que no hiciera nada. Me llevó a su despacho y allí me soltó.
- ¿Por qué eres así? Siempre que me desobedeces me avergüenzas delante de los empleados, y luego te quejas de por qué te humillo.
- Usted es el que me avergüenza, es pasable que me haya comprado, pero eso no significa que tenga todos los derechos sobre lo que yo elijo. Le respondí
- Por supuesto que sí. Me dijo
- No, usted lo que tienes es envidia porque los demás podemos ser feliz y usted sigue amargándose la vida, todo esto es solo porque me vio reír con Cesar. Le respondí algo ofuscada.
- ¿Y por eso prefieres estar cerca de él?
- Sí, porque Cesar no es un hombre amargado como usted, él me hace bien. Respondí
- ¿Y por qué no te enamoras de él? Replicó muy molesto.
- Tal vez deba hacerlo.
- Hazlo, todas ustedes son iguales.
- No. Se equivoca, yo jamás lo traicionaría porque jamás me enamoraría de usted, de un hombre soberbio y sanguinario, ahora entiendo porque Esmeralda se fue y lo dejó.
- ¡¡¡Ya basta de tus reclamos e insultos!!! Gritó
- La verdad duele. Respondí
Cuando dije eso vi en sus ojos tristeza, lo había herido. Fue una de las primeras discusiones que tuvimos sin que él me empujara o maltratara; salí de allí y fui a mi habitación para que nadie me viera llorar. Pensé en todo lo que me dijo y en todo lo que le dije, y observé que lo había lastimado mucho más que él a mí.
Después de que me calmé fui a buscarlo, aunque era mi verdugo merecía que le pidiera disculpas porque estaba en juego la paz de mi corazón. Lo encontré en su habitación; toqué la puerta, Selene estaba allí sirviéndole una copa wiski.
- ¿Podemos hablar? Pregunté.
- Habla. Me respondió muy fríamente
- Pero asolas.
Entonces le pidió a Selene que se retirara. Me situé frente a él y le dije
- Siento mucho lo que dije en el despacho, discúlpeme, solo lo dije porque estaba ofuscada y no medí mis palabras.
Se sonrió en tono burlesco.
- Me parece extraño que tú, mi víctima, como sueles decir, me estés pidiendo disculpas. Respondió mientras observaba mis ojos.
- No importan quien sea, pero si lastimas debes curar, mi madre me lo decía. Contesté.
- Pues no deberías pedirme disculpas, no me importa lo que tú pienses.
Traté de enfurecerme por su tonto orgullo, pero me controlé, y le dije en tono suave:
- ¿Por qué no reconoce que si le dolió? Lo veo en sus ojos, ante mí no tiene que fingir.
Entonces se levantó, quedando frente a mí, y mientras sus ojos desnudaban los míos me respondió:
- Solo me dolió que salieran de su boca, tú, la mujer más buena que he conocido, que se preocupa si lastima o no a su verdugo.
- De verdad lo lamento, sé que pedir perdón no arregla nada, la herida ya está hecha pero puedo curarla. Contesté con desesperación.
Mi madre siempre me decía que yo tenía corazón de pollo, era muy sensible a cualquier expresión o acción de los demás hacia a mí, pero me afectaba más cuando yo lastimaba a los que amaba, pero yo no amaba al señor Francisco, es por eso que no lograba comprender porque me afectaba el hecho de yo lo hubiese lastimado.
- Así ¿Cómo? Me preguntó.
- La verdad no sé cómo, pero algo se me ocurrirá. Le dije, luego me pidió que me retirara, entonces fui a mi habitación y pensé en una forma de remediar mis palabras, y recordé una receta de comida que hizo mi madre en un aniversario de su matrimonio.