Cuando desperté ya eran las ocho de la mañana, me quedé allí orando; María me llevó el desayuno. Después me duché y comencé a usar el sujetador, tomaba los analgésicos tres veces al día para no sentir el dolor, y a veces en la noche el dolor me despertaba, pero no podía quitarme el sujetador.
Todos los días estuve en la biblioteca leyendo mi Biblia, rogaba a Dios que guardara mi corazón del odio. El señor Francisco ya no permanecía en la casa si no era para comer y dormir, ni siquiera entraba a su despacho. Él sabía que su presencia me incomodaba, y esto le causaba más dolor a él que el que yo sentía en mi mano.
Ya habían pasado dos semanas en aquella situación, hasta una tarde cuando el señor Francisco llegó borracho a la casa; yo estaba en la biblioteca cuando escuché que discutía con María porque lo llevaban a su habitación y él quería quedarse en su despacho bebiendo, luego sentí que algo se quebró y el señor largó unas carcajadas, pensé que había herido a María, así que bajé lo más rápido que pude y lo vi a él tirado en el suelo, por tratar de no caerse se echó encima un florero que le hirió parte de la frente, María corrió por un botiquín mientras un guardia lo entraba a la habitación y él se reía como un loco.
- lo merezco por herir a la única mujer que me ha hecho feliz en esta miserable vida. Decía
Lo vi y sentí satisfacción, pero también sentí algo extraño, como si mi Cristo me hubiera regañado por sentir esa satisfacción, y recordé cuando Jesús dijo “haced bien a los que os hicieren mal”.
En ese momento llegaron Selene y María con el botiquín, me acerqué, pero no pasé de la puerta. Su camisa estaba ensangrentada, él no me había visto; no podían parar la hemorragia, así que Selene llamó al médico, pero éste no llegaba hasta dentro de una hora porque estaba en una cirugía, así que le dijeron que lo llevara a la clínica, pero él no quiso; seguía acostado en su cama riéndose mientras la sangre rodaba por su cabeza formando un charco rojo intenso en la cama, él mismo se estaba autocastigando. Entonces recordé que había visto una planta en el jardín que era un coagulante natural, así que bajé al jardín con rapidez y tomé unas cuantas hojitas de aquella planta, luego subí de nuevo a la habitación y me acerqué a María.
– Tritura estas hojas y tráeme el zumo por favor; le dije, y luego me dirigí a Selene.
– Sírvele un café bien cargado, para que se recupere de la borrachera.
Mientras ellas fueron a la cocina yo me quedé en el pasillo, después de unos minutos llegó Selene y le dio el café, luego entró María con una taza de té; entonces tomé un algodón y lo sumergí en el zumo que estaba en la taza de té, y se lo puse en la frente, él se volvió a mirarme y se sonrió, era tanta la ebriedad que no lograba mantener los ojos abiertos por más de un minuto. Después de unos minutos ya no sangraba, Selene le limpió la herida y le puso una venda; entonces fui a la cocina y cené, luego subí a mi habitación y todo estaba en silencio.