A la mañana siguiente me levanté a orar, luego me duché y bajé desayunar; me encontraba en la cocina cuando él entró, yo estaba desayunando con María y su sobrina; María se fue a levantar para servirle, pero él no se lo permitió, entonces se sirvió una taza de café, en ese momento terminé de desayunar y me levanté, pero antes de retirarme le dije a María que estaría en la biblioteca, lo sentí observarme cuando salí de la cocina.
Después de media hora, alguien tocó a la puerta, era el señor Francisco.
- ¿Puedo pasar? Preguntó.
- No tiene que pedir permiso, es su casa y puede hacer lo que usted quiera. Le contesté sin mirarlo
Entró y se paró enfrente de mí, yo estaba sentada en una silla leyendo mi Biblia.
- ¿Cómo sigue tu mano? Preguntó
- Bien, gracias a Dios. Contesté.
Dejé de leer y miré de nuevo el retrato, él trataba de observarme pero no lo lograba, así que también miró el cuadro; entonces lo miré a él, no sentía odio, pero si recordaba y aún me dolía lo que me hizo, pero sabía que la culpa no era solo de él sino también mía, por tratar de demostrarle que era más fuerte que él.
- ¿Ellos son su familia? Le pregunté como para tratar de suavizar las cosas.
- Sí, ellos son.
- ¿Y cuál de ellos es usted?
- El más chico.
- ¿Los extraña?
- Mucho. Respondió
- ¿Y por qué los tiene aquí? deberían estar en la sala o en el despacho
- A veces es mejor alejar las cosas que producen dolor.
Cuando dijo eso, oficialmente mi mirada se posó en él con mucha intensidad.
- Es increíble que de su boca salga ese sentimiento, cuando lo único que he hecho en todos estos meses es alejarme de usted, porque cuando me acerco lo unico que hace es herirme sin compasión. ¿Por qué me odia? ¿Es por qué me parezco a Esmeralda?
- Yo no te odio.
- ¿Entonces por qué me trata así?
Él se volvió a mirarme, pero no resistió mi mirada porque en ella había reproche.
- Ana, por favor discúlpame. Me dijo
Me levanté y fui a la ventana
- No, ya no más, ya estoy cansada de lo mismo. Contesté
- ¿Y qué quieres que yo haga? Así soy yo. Me dijo con desesperación.
Me giré para mirarlo, y en se momento mi alma se desbordó y comencé a llorar.
- Entonces déjeme ir, ya me ha hecho mucho daño, ya no me haga más.
Me senté en el suelo frente a la ventana con las rodillas flexionadas hacia mi mentón, él se acercó y me abrazó por atrás, entonces recosté mi cabeza en su hombro.
Esto les parecerá extraño, ¿pero no han escuchado la frase que dice “quien te hace llorar también es el único que te puede consolar”? podrá ser lo más extraño, pero me demostró que el hombre que era mi verdugo tenía un corazón que hacía tiempo estaba muerto, pero al parecer estaba reviviendo. Él estaba llorando conmigo.
- Ana, tú no te puedes ir de mi lado, yo te necesito. Me dijo
- Entonces arránqueme el corazón porque si me quedo aquí seguiré sufriendo y ya no puedo más; mi corazón está demasiado herido y usted ya no me da tiempo para curar mis heridas, día tras día me hace una nueva sin que la otra se pueda curar.
Cuando le dije eso me abrazó más fuerte y sentí como sus lágrimas cayeron junto a mi mejilla y se mezclaban con las mías. No tengo palabras para describir lo que sentí en aquel instante mientras los dos sufríamos por una misma causa, él quería ser libre de su odio al igual que yo.
- Ana, perdóname, pero no puedo dejar que te vayas. Como quisiera ser diferente para que tú no sufrieras, pero no sé cómo hacerlo. Me dijo.
Mientras me abrazaba, no recordaba el dolor, solo lo sentía, pero estar entre sus brazos era alivio y cura para mí, no sé por qué, pero estar cerca de él me hacía sentir como si en toda mi vida lo hubiese estado esperando; sus brazos eran mi descanso y a la vez mi tortura.