Fuimos a la ciudad y me llevó a desayunar a un restaurante muy hermoso y cálido; pidió unos waffles, fruta y café para los dos. Mientras comíamos me dijo
- Debo ir a trabajar en un par de horas así que iremos a pasear, no te puedo enseñar toda la ciudad porque es algo riesgoso, pero te llevaré a lugares que me gustaría compartir contigo.
Sonreí con emoción.
Cuando salimos de allí fuimos a lugares muy hermosos, fue mi mejor mañana en meses; me llevó a un museo donde vimos toda clase de arte y obras maestras, él siempre era el que me guiaba, me mostraba y me enseñaba; también me llevó a una plaza encerrada donde habían muchas tiendas que vendían toda clase de cosas de diferentes lugares del mundo, como ropa, flores, vasijas y figuras de barro; estuvimos jugando, riendo y escondiéndonos entre los mercados, después me llevó a un parque que tenía unas fuentes de agua hermosas, las cuales estaban algo congeladas por el invierno; comenzamos a caminar y él me tomó de la mano, luego me acerqué a una fuente y le lancé una bola de nieve, bola que él me devolvió, y así terminamos jugando y persiguiéndonos el uno al otro; parecíamos adolescentes disfrutando de cosas tan sencillas que parecía que aquella maldad se había esfumado de nuestras vidas, al menos por aquel día.
Después de un par de horas, nos encontrábamos sentados en la silla de un parque cuando me dijo:
- Ya debo irme, mis guardias te llevaran a la mansión.
- ¿Tan pronto? Repliqué.
- Sí, en la noche cenaremos juntos.
- ¿No va a ir almorzar? Le pregunté.
- No, voy almorzar con unos socios. Contestó.
Entonces regresé a la casa, María se puso feliz al ver que mi rostro y todo mi ser reflejaba alegría, le conté lo hermoso que había sido el paseo y lo tierno que él había sido conmigo; luego fui al jardín, quería jugar con los perros pero estaba haciendo mucho frio por la nieve, así que al escondido de María los llevé a la biblioteca.
Cuando llegó la noche, yo estaba escuchando música y cantando; estaba muy feliz, era como si hubiese vuelto hacer yo misma en otro país. El señor Francisco también llegó, yo no me di cuenta hasta que subió al tercer piso
- Qué bonita voz tienes. Me dijo parado en la puerta
- Gracias. Le contesté con una sonrisa
- ¿Y qué hacen los perros aquí? Preguntó.
- Shuuu. Si María se da cuenta me regañará, quería jugar con ellos, pero a fuera está haciendo mucho frio.
- Los estas consintiendo demasiado y se volverán mansos y ¿entonces quien cuidara la casa?
- Solo serán mansos conmigo.
- Vamos a cenar. Me dijo riendo.
El señor Francisco me ayudó a bajar los perros sin que María se diera cuenta, luego nos fuimos al comedor, y mientras cenábamos recordamos el paseo en medio de risas, María entró en el momento en que ambos estábamos riendo.
- Primera vez que en esta casa se escuchan risas tan sinceras. Comentó ella, y cuando el señor la escuchó, él me miró con una sonrisa que estremeció todo mi ser; era una mirada que me hacía sentir en casa, me daba seguridad y tranquilidad, mirada que yo quería ver siempre, mirada que conquistó mi corazón.
Cuando terminamos de cenar él fue a su despacho, yo subí a la biblioteca y me recosté en la mesa, no sé cuánto tiempo transcurrió allí, pero el señor fue a buscarme, y en silencio se acostó en la mesa a mi lado mientras yo leía mi Biblia, solo me observaba en silencio.
- ¿Qué tanto me mira? Le pregunté
- ¿Te incomoda?
- Un poco. Respondí
- Entonces lo haré cuando estés dormida.
- ¿Usted me observa cuando estoy dormida? Pregunté mirándolo con asombro.
- No te molestes, pero desde el primer día en que estas en esta casa a veces entró a tu habitación y te observo mientras duermes.
- ¿Y por qué lo hace? Pregunté cerrando la Biblia.
- Porque me costaba creer que tu fueras mi segunda oportunidad. Me contestó mientras me miraba a los ojos.
- ¿Y por qué le costaba creerlo?
- Porque eres demasiado buena para mí. Contestó con una mirada tierna, pero luego miró hacia el techo de la habitación, y minutos después se levantó.
- Ana, vámonos ya de este lugar, no quiero que vuelvas aquí. Me dijo algo incómodo.
Me levanté algo seria y él se volvió a mirarme
- No me hagas eso, Ana.
- ¿Qué cosa? Pregunté
- Cambiar tu mirada.
- Es que me gusta este lugar, yo le di la sugerencia de cambiarlo un poco.
- ¿Tú crees que cambiándolo, cuando entre no sienta ira?
- Pues intentándolo lo averiguaremos.
En un momento me tomó por sorpresa en sus brazos y me llevó cargada hasta el segundo piso mientras yo reía del susto.
Entré a mi habitación, mientras él se quedó en la puerta como queriendo decirme o pedirme algo, pero no lo hizo, solo despidió. Entonces me arrodillé a orar, y luego me organicé para dormir.
Era muy entrada la noche cuando me despertó el dolor en la muñeca, así que encendí la lámpara para tomarme los analgésicos cuando vi al señor Francisco sentado en el sillón observándome.
- Lo siento, pero no puedo estar lejos de ti. Me dijo con una leve sonrisa.