El resto de ese día permanecí en la habitación por mi voluntad, María me obligó a comer, pero solo comí una cuantas cucharadas; al día siguiente también me quedé en mi habitación, no salí; María me entregó una carta que envió Cesar, y al leerla me sentí mejor, sobre todo al percibir que alguien en este mundo era feliz, le respondí esa carta, pero solo escribí en ella como deseaba sentirme, no como me sentía en realidad.
Durante un mes no volví a ver al Señor Francisco, me mandaba rosas, regalos y cartas, pero yo se los de volvía, incluso las cartas sin abrir; estuve como una condenada a muerte, solo subía a la biblioteca porque sabía que allí era el único lugar donde él no subiría, me encerré totalmente porque temía encontrarme con él y ver la oscuridad de sus ojos. Él no rompió la tregua de entrar en mi cuarto sin mi consentimiento, y durante ese mes estuve orando a Dios, ya no entendía sus propósitos, había una nube densa y oscura frente a mí que no me permitía ver mi camino, y yo solo estaba allí, estancada, sin saber que hacer o que iba hacer de mi vida ahora; en ese entonces mis oraciones no dieron resultado, pero mi Cristo no se hizo esperar.